Las gemelas perversas
La serie 'Dualidad' juega con la vida de dos hermanas gemelas que intercambian, de vez en cuando, sus vidas y que mantiene un ritmo atractivo para el espectador
9 septiembre, 2022 22:25Los gemelos tienen siempre un punto inquietante que no le ha pasado por alto al sector audiovisual. Hay algo levemente perturbador en la existencia de dos seres idénticos que, en casos extremos, pueden llegar a ser indistinguibles. Psicológicamente, la cosa va más allá de la figura del doppelganger, que no deja de ser un desconocido que resulta que es igual que tú, mientras que a un hermano gemelo lo tienes que aguantar desde el principio de tu vida y prácticamente hasta el final, a no ser que la diñe antes de tiempo, en cuyo caso nadie te asegura que no vayas a ser víctima de un trauma. Sobre gemelos perturbados, nada supera la película de David Cronenberg Inseparables, sobre dos hermanos cirujanos (y algo majaretas) que disfrutan intercambiando sus papeles para volver locos a quienes les rodean (sobre todo, a las mujeres). La nueva serie de Netflix, Dualidad (Echoes), va en esa línea, pero sin llegar a la maestría del cineasta canadiense y exigiendo al espectador esfuerzos suplementarios a la hora de acceder a esa siempre necesaria suspensión de la incredulidad que necesita toda ficción para resultar, si no del todo creíble, sí lo suficientemente atractiva e interesante. Entre otros motivos, porque no es lo mismo contar con Jeremy Irons, como fue el caso de Cronenberg, que con una actriz tan sosa, inexpresiva y carente de personalidad como la pobre Michelle Monaghan, que, aunque ya no sea la no entidad que era en su juventud, sigue teniendo serios problemas en la madurez para hacer creíbles e interesantes sus personajes, sobre todo si son tan rocambolescos y, en el fondo, incomprensibles como la pareja de gemelas perversas que protagonizan los siete episodios de Dualidad.
Creada por la debutante Vanessa Gazy, Dualidad nos cuenta la historia de Gina y Leni, dos gemelas unidas hasta la locura desde la más tierna infancia que, en teoría, han seguido caminos diferentes en la vida. Leni se quedó en el pueblo de la América profunda en que nació, se casó con Jack (Matt Bomer), que controla unos establos deficitarios y con el que tiene una hija adolescente, Mattie. Gina se fue a Los Ángeles, matrimonió con el terapeuta Charlie (Daniel Sunjata), escribió un libro autobiográfico que funcionó muy bien y va a ser llevado próximamente al cine y, aparentemente, solo se comunica con su hermana por teléfono. Eso sí, una vez al año, coincidiendo con la fecha de su nacimiento, las gemelitas se pillan un fin de semana para ellas solas y luego vuelven a casa, aunque no cada una a la suya. Convencidas de que ambas tienen derecho a vivir la vida de su hermana, Gina y Leni llevan años volviendo de su fin de semana dedicado a la celebración de la sororidad (a su manera) a la casa, el marido y la vida que no es, sin que nadie se percate del cambiazo y sin que el espectador entienda muy bien qué sacan las hermanitas de tan peculiar experiencia (primer y fundamental choque del espectador con la famosa suspensión of disbelief: ¿alguien puede creerse que un marido, una hija y un padre no pueden distinguir a su auténtica esposa, madre e hija, por muy idéntica que sea a su hermana gemela?)
Un final que tiene su punto
Tiene su mérito estirar hasta siete capítulos una historia que, sin los trucos preceptivos, se desmoronaría a los diez minutos. Pero uno acaba pensando al final de cada episodio que tal vez podría ahorrarse los que le faltan porque la historia no se sostiene por ninguna parte y Michelle Monaghan no es Jeremy Irons. Yo llegué al final por un deseo malsano de ver cómo resolvía la señora Gazy el tremendo galimatías conceptual en el que se había metido y porque, una vez arrinconada la maldita suspensión of disbelief, esta miniserie resulta entretenida y tiene un ritmo más que decente. Y, sobre todo, porque no puedes evitar querer saber cómo acabará la absurda peripecia protagonizada por las gemelas perversas y que se pone en marcha cuando una de ellas, Leni (que en realidad es Gina, pero no me pregunten por qué) desaparece de manera misteriosa (puede que en compañía de un turbio amante de la adolescencia) y Gina (que en realidad es Leni, etcétera) se ve obligada a interpretar a las dos hermanas con una habilidad digna del difunto transformista Fregoli.
A partir de ahí, se desarrolla una trama que les ahorro, ya que solo conseguiría confundirles más de lo que ya deben estar. Me conformaré con recomendarles (más o menos) Dualidad si no encuentran nada más interesante en las diversas plataformas de streaming y se conforman con una intriga llena de agujeros que se sigue sorprendentemente bien: puestos a perder el tiempo ante el televisor, yo diría que ver Dualidad es una de las mejores formas de hacerlo. Y hay que reconocer que la señora Gazy resuelve el embrollo con un final que tiene su punto y extiende la perversión de las hermanitas al marido de una de ellas. Y hasta ahí puedo leer. O no. Lo cierto es que podría destriparles por completo la serie y se quedarían tan en la inopia como antes. O como, en el fondo, me quedé yo después de tragármela entera. Para la semana que viene, eso sí, les prometo una obra maestra. Palabra de boy scout.