Sexo, cazurros y cintas de vídeo
La miniserie 'Pam & Tommy', que emite Disney Plus, muestra que en las ficciones lo más importante es cómo se cuenta la trama más que el propio contenido
12 febrero, 2022 00:00Con todos los años que llevamos de ficciones literarias y audiovisuales, ha acabado calando la teoría de que lo importante no es lo que se cuenta, sino cómo se cuenta. Puede comprobarse la veracidad de dicho aserto viendo la miniserie Pam & Tommy, que está emitiendo Disney Plus y que protagonizan dos personajes de un interés artístico y humano más que discutible: una actriz mala, Pamela Anderson (Lily James), y un descerebrado híper tatuado que toca la batería en una ruidosa y desquiciada banda de hair metal llamada Motley Crue, Tommy Lee (Sebastian Stan). Genuinos representantes de la cultura basura --Pamela alcanzó la fama gracias a la espantosa serie de televisión Los vigilantes de la playa, y la defunción de Motley Crue tuvo lugar hace ya unos años tras una carrera incomprensiblemente trufada de éxitos--, estos dos analfabetos funcionales estaban hechos el uno para el otro, como demuestra la secuencia en la que se preguntan mutuamente por su película favorita (la de Pamela, Pretty Woman; la de Tommy, Pesadilla en Elm Street). Tommy se acababa de divorciar de la también actriz, también rubia y también inepta Heather Locklear, que lo había pillado poniéndole los cuernos con una actriz porno, y Pamela se dedicaba al cancaneo y a aspirar a una vida que fuera un poco más allá de pasarse los rodajes medio en bolas, que es lo que hacía en Los vigilantes de la playa. Lo suyo fue un flechazo en toda regla, aunque mi difunta madre habría dicho que se habían juntado el hambre y las ganas de comer. Mientras la estrella de Motley Crue se iba apagando, Pamela confiaba en que su primer largometraje, Barb Wire, la sacaría de la playa y la convertiría en una actriz de verdad (la película, lamentablemente, fue un desastre de público y crítica y la señorita Anderson no ha parado de dar tumbos desde entonces).
La miniserie (ocho episodios) nos muestra a Pam y Tommy en la cima de su amor, deseosos de tener un hijo y dándole los últimos toques a la casa de sus sueños. Tommy se dedica a volver locos a los operarios con sus instrucciones contradictorias (aparenta estar bebido y drogado la mayor parte del tiempo, motivos que tal vez contribuyan a su costumbre de pegar broncas ataviado con un tanga de leopardo) hasta que un día se le cruzan definitivamente los cables y los despide, negándose a pagarles y hasta a que recuperen sus herramientas. El jefe de la cuadrilla se lo toma como un gaje del oficio y, ante los posibles gastos de una acción judicial, decide olvidarse del asunto, pero su ayudante, Rand Gauthier (un espléndido Seth Rogen, que es también uno de los creadores de la serie), lo considera una ofensa personal imperdonable y opta por vengarse: una noche se cuela en la mansión, se lleva la caja fuerte y dentro encuentra, entre armas, joyas, dinero y el bikini blanco con que se casó Pamela en Cancún, una cinta de vídeo que le lleva a un amigo que se dedica al cine porno y que contiene imágenes salaces de la feliz pareja en un yate con las que vislumbra posibilidades de lucro. Sin saber que va a convertir su vida en una pesadilla, el infeliz de Rand --que aún no se ha recuperado de la separación de su esposa, una actriz porno que lo plantó por una mujer a la que él odia--, se lanza a vender la cinta por un incipiente internet (la acción transcurre en 1995) y se forra durante unas semanas, hasta que proliferan las copias piratas y Tommy lo localiza, echándole encima a un detective de métodos expeditivos y a una banda de moteros. Ahí dejamos al pobre hombre al final del cuarto episodio, que es el último que ha emitido Disney Plus y que nos deja con ganas de saber cómo acabaron las cosas para el desgraciado de Rand (la serie se basa en un artículo de la revista Rolling Stone de 2014 que leí en su momento, pero que, lamentablemente, he olvidado).
Farsa gloriosa
Pam & Tommy se aguanta, básicamente, por el personaje de Rogen, dado que los protagonistas nos son presentados como una pareja de majaderos por los que es muy difícil sentir algo que vaya más allá de un leve desprecio (aunque director y guionistas se esfuercen por convertir la estupidez en un espectáculo hilarante, lo que consiguen con frecuencia). El héroe de la función es el carpintero ofendido que intenta vengarse y le acaba saliendo el tiro por la culata por no hacer caso a su jefe cuando le dice que más vale no indisponerse con los ricachones. De hecho, la miniserie se sigue con interés desigual durante los dos primeros capítulos, en los que, prácticamente, solo salen Pam y Tommy, pero levanta el vuelo a partir del tercero, cuando el badulaque de Gauthier ocupa el centro del escenario para contribuir a lo que en la época fue un escándalo de alcance mundial (dentro del ámbito de la cultura basura, claro está).
Volvemos al qué y al cómo. Sobre el papel, las desventuras de Pam y Tommy ante la revelación de su intimidad carecen del más mínimo interés, pero explicadas a través de un personaje secundario que es como una versión bufa de los héroes solitarios de las películas de Frank Capra, la cosa se convierte en una farsa gloriosa en la que subyacen un sentido del humor especialmente retorcido y una peculiar reflexión sobre el (cochambroso) sueño americano a través de una actriz mala, el baterista de un grupo lamentable y un carpintero voluntarioso obcecado por hacer justicia y lucrarse en el empeño. Que semejante gamberrada (no se pierdan la secuencia en la que Tommy habla con su propio pene, que se mueve en todas direcciones gracias a los efectos especiales) se distribuya bajo el sello de Walt Disney es un chiste más de la producción. Y de los mejores.