Santi Amodeo: “Me gusta más cómo mandan las mujeres, lo hacen mejor que nosotros”
El director, que acaba de estrenar ‘Las gentiles’, una tragicomedia sobre la influencia de las redes sociales en los adolescentes, reflexiona sobre cine y los cambios de la madurez
3 enero, 2022 00:10Santiago Amodeo (Sevilla, 1969), al que todos llaman Santi, es parte fundamental del nuevo cine español que ha cambiado el núcleo centrípeto de la cantera cinematográfica. Con Alberto Rodríguez y Rafael Cobos forma parte de una tríada que demuestra que se pueden hacer taquillazos desde la periferia. Barcelona y Madrid son la fuente de sus inversiones y producciones, el AVE es un espacio natural de su itinerario de trabajo, pero sus guiones, ideas, músicas y especialmente la dirección de fotografía (del incontestable Alex Catalá) viven fuera del Foro. Reventó las taquillas con Quién mato a Bambi o El Factor Pilgrim. En Argentina triunfó en 2018 con su película Yo, mi mujer y mi mujer muerta que triunfó en Argentina pero no sedujo al público español, en buena medida por problemas de distribución.
Ahora acaba de estrenar Las gentiles, un retrato audaz, escrupuloso y muy limpio, de unas adolescentes que juegan al suicido. El grueso de la historia está construido con mensajes e historias reales. Es sobrio en sus gestos, pero se expresa con una pasmosa naturalidad, sin coraza con la que proteger sus palabras. Lleva tres años metido de cabeza en las redes sociales para construir esta película, aunque dice ser un desastre con las tecnologías y confiesa que apenas toca el móvil. Lo usa únicamente para hablar con su madre –todos los días– y saber si sus hijos están bien. Sus amigos le llaman moña.
Cinco hermanos y una madre sola –abandonada, dice él– a la que le debe no haber terminado reventando coches. Autodidacta y muy trabajador, se deja aconsejar, sobre todo por su mujer, arquitecta, de la que dice que sabe mandar y lo hace muy bien. Es un entusiasta progenitor de dos preadolescentes. Santi Amodeo es un niño de barrio malo que salió muy bueno.
Cinco hermanos y una madre sola –abandonada, dice él– a la que le debe no haber terminado reventando coches. Autodidacta y muy trabajador, se deja aconsejar, sobre todo por su mujer, arquitecta, de la que dice que sabe mandar y lo hace muy bien. Es un entusiasta progenitor de dos preadolescentes. Santi Amodeo es un niño de barrio malo que salió muy bueno.
–Soy un desastre. Casi no uso el móvil (en la conversación le suena un par de veces, pero explica que está pendiente de las PCR de sus hijos, con un contagio de Covid en el centro educativo donde estudian) pero, sí, llevo unos años metido mucho en las redes. Es mi trabajo. Si hubiera hecho una película sobre un cirujano ahora sabría más que nadie. Hace un tiempo pensé en rodar una historia sobre los anestesistas. Me empapé de ese mundo. ¿Sabe que es la profesión donde hay mayor número de adictos? El tema me enganchó, leí mucho e invité a comer a uno para que me contara. Cuando me interesa algo me documento todo lo que puedo. En Las gentiles llevo trabajando desde 2008.
–¿Qué pasó con la película de los anestesistas?
–Bueno, tuvimos hasta una ayuda de la Junta de Andalucía porque solemos puntuar mucho cuando pedimos proyectos. Yo trabajo con gente de lo mejor y eso puntúa, pero la idea no cuajó. Tampoco Las gentiles ¿eh?. Imagino que no estaban preparados para afrontar la idea del suicidio y que las redes no eran lo que son... No la entendieron.
–Dijo en el estreno que la clave fue una noticia de 2008: 17 suicidios juveniles en un solo año en la ciudad galesa de Bridgend.
–Hay dos protagonistas fundamentales dentro de un grupo de cinco (el nombre de Las gentiles lo encontró en un blog, que existe o existió). En general, caen bien. ¿No teme haber proyectado una cierta idea romántica del suicidio?
–Hemos hecho varios pases con estudiantes de Secundaria y una chavala me preguntó eso, pero ella misma reconoció que era una pregunta retórica. Para eso está el final. Y el hecho de que sea ficción. Yo creo que no, en absoluto. Lo que sí es verdad es que ellas, las chicas reales en las que me he basado, sí tienen esa idea romántica de la muerte. Idealizada. Épica. Casi pensé en ponerlo en un cartel: el ochenta por ciento de los memes, las interacciones, los tuits, son reales. No es ninguna broma.
–La pulsión de la muerte siempre ha sido parte de la construcción identitaria de la adolescencia ¿Ha cambiado algo? ¿O es que ahora se ven?
–Ha cambiado algo fundamental: las redes. No las demonizo, les veo cosas buenísimas y también riesgos. El problema es la información, lo fácil que es saber cómo se hace algo. Si tú quieres saber cómo asesinar a un presidente, o torturar a una gallina, o hacer una paella, lo encuentras en segundos, en un clic. En una búsqueda rápida. Afortunadamente, el nivel de fracaso de los suicidios juveniles es muy alto, pero saber cómo hacerlo es facilísimo. Además de trabajo de mesa me he entrevistado con gente, entre ellas una mujer que lo había intentado cinco veces. Las cuatro primeras fueron tentativas, con pastillas y corte de muñecas…pero la última lo planifico de verdad. Y le falló que no sabía hacer el nudo necesario para colgarse de un árbol. No supo. Ahora mismo puedes encontrar en internet el nudo exacto que necesitas. Pruebe a poner la palabra suicidio en google. En un instante le salen un montón de entradas. Algunas directas, otras aparentemente positivas, pero con un fin toxico, la muerte.
–Su película reflexiona sobre el sentimiento de pertenencia al grupo. Las protagonistas se exhiben, buscan la complicidad de los demás.
–Buscan el refuerzo. Todos hemos tenido esos sufrimientos de adolescentes, le llames angustia vital o como quieras. Pero si lo sudas, si lo pasas como una fiebre, lo controlas y ya está. Pero si lo agudizas, si lo alientas, lo que ocurre –y esto es lo que cuentan todas– lo que quieres es dejar de sufrir. Chicas que lo intentaron me han confesado que en realidad no querían morirse, querían dejar de sufrir.
–¿Le ha servido algo de su experiencia vital?
–Ha elegido mujeres, chicas. ¿Es diferente la idea de la muerte según el sexo? Da la impresión de que ellas son más dramáticas y ellos buscan más el riesgo.
–Lo de la competición está en la película, hay una llamada al balconig, por ejemplo. Pero no es lo mismo que el impulso suicida. A mí la historia me llegó en femenino y ese es el retrato que he querido seguir porque me permite ocultarme. Ya le digo: prefiero que no se me vea, como si hiciera la peli del anestesista, que no tiene nada que ver conmigo. Pero le aseguro que es fiel a la verdad. Se podría haber hecho un documental con la mayoría de los testimonios, pero yo he preferido contar un cuento, no ajustarme a la realidad que me viene dada. Y respecto a las mujeres: son más expresivas. A las actrices se lo dije muy claro: quiero que saquéis vuestra verdad, que deis vida a Ana y La Corrales (dos estudiantes de 17 años van al instituto, se pelean en casa, van de botellón, interactúan en las redes sociales y a veces hacen locuras para espantar el aburrimiento). Ana es una chica sensible, con todos los tics de la inseguridad (bulimia, celos, ciclotimia) y La Corrales es claramente una líder. Autodestructiva, pero líder.
–Y de una clase media muy reconocible.
–Es que clase media es la mayoría del país. Y en Europa y en el mundo occidental. Otra cosa son otros continentes. Yo he estado en Argentina, conozco bien Buenos Aires y allí hay ricos y pobres, barrios altos y barrios míseros, pero no esa clase media que aquí resulta tan reconocible. Pasa una cosa curiosa: los que hacen películas de barrio, León de Aranoa o Alberto (Rodríguez), son de clase media y retratan barrios de exclusión. Y yo, que vengo de una infancia en barrio marginal.. a mí no me llama eso. Me parece fantástico que lo hagan, ¿eh? Hacen películas estupendas, pero yo entre los casoplones de diseño y los barrios sin asfaltar me quedo con los que vamos tirando, que es lo que más abunda. De hecho, es lo que me encuentro cuando miro y me interesa contar algo.
–Usted es padre de preadolescentes. ¿Cree que ahora que los convertimos en el eje de la familia son más felices? Se habla de niños no aptos para la frustración, del síndrome del hijo único. ¿Es una generación de niños mimados?
–Pues no sé, yo he tenido una infancia dura pero muy querida. No creo que mi madre me hiciera menos caso que yo a mis hijos, y eso que tenía cinco hijos, que estaba sola y que trabajaba como una burra. Nosotros también trabajamos, mi mujer y yo. No creo. Lo que sí es verdad es que mi hijo con 12 años tiene una cultura que yo ni soñaba tener a su edad. Yo, a los doce jugaba a los airgamboys y mi hijo tiene un grupo de música, ve películas, lee.
Yo descubrí la lectura con El Buscón de Quevedo (aprovecha para decir que le fascinó, que le abrió un mundo, que la picaresca fue de alguna manera su gran descubrimiento). Y de tele, ni hablamos: yo no mandaba en la tele, se veía lo que quería mi madre. Y películas, no te cuento. A la edad de mi hijo había visto La guerra de las galaxias y Superman. Y ya está. Hasta físicamente es mucho más adulto que yo a esa edad. Y sobre los mimos (ríe como avergonzado), yo me fui de mi casa a los 32 y porque ya me daba cierto pudor vivir solo con mi madre. Pero, en el fondo, no quería, estaba estupendamente con ella y ella conmigo. Me preguntó: ¿por qué te tienes que ir? Porque tocaba, que si no…Lo que ocurre es que los padres siempre creemos eso. Generación tras generación.
–Algún cambio hay.
–Las expectativas. Nosotros íbamos a mejor, estábamos llenos de esperanza. Ya le digo que mi niñez fue dura, que no teníamos nada, que éramos pobres, vaya. Pero sabíamos que podíamos ir a mejor. Y nos ha ido mejor. Ahora no existe esa sensación de futuro, esas promesas, esas esperanzas. Hablando de clase media: ahora toca achucharse, hacer equilibrios para mantener los mínimos a los que siempre habíamos aspirado.
–No parece pesimista, al menos en el tono.
–No lo soy. Ya le digo que vengo de muy abajo. De todas maneras, creo que no sabemos disfrutar de lo que tenemos. Por ejemplo, Sevilla. Vivo aquí porque quiero y porque puedo. Ya no existen esas ciudades de provincias donde todo pasaba años más tarde que en Madrid o Barcelona. El otro día, celebrando el nacimiento del hijo de Alex (Alex Catalá, uno de los más cotizados directores de fotografía de España) lo comentamos con Alberto y con Rafa Cobos. Nos hemos quedado. No nos hemos ido. Menos Benito Zambrano, el menos urbano de todos (hace un aparte para subrayar que lo dice con muchísimo cariño). Ahora tenemos en una ciudad de este tamaño lo que necesitamos,: cine, sobre todo. Hasta hace bien poco yo iba a Madrid o a Barcelona hambriento, me metía como un loco en cualquier sala de cine porque aquí no llegaban ni los estrenos comerciales. ¿Y la música? Ahora mismo hay un nivelazo en España de grupos, compositores e interpretes que no pasan por los estudios de Madrid, que puede proyectarse al mundo desde su ciudad, aunque sea pequeña. Pura vanguardia.
–Tiene bastante relación con Barcelona; profesional, digo.
–Y personal: tengo familia y amigos. Voy mucho, sí, he hecho cosas con inversores de allí... Y ahora estoy volviendo, pero hubo un momento en que me cansé. Me agobió el rollo de la independencia y, por primera vez. tuve problemas. En un supermercado una señora no me atendía si no le hablaba en catalán. Y le dije: si quieres te hablo en inglés. (Sonríe y hace un gesto como si le pareciera una locura). Me sentía incómodo. Y esto no me había pasado antes y estpy seguro de que ahora pasa menos. Está todo más normal. ¡Y mira que me gusta Cataluña, si la mitad de los catalanes tienen padres de Andalucía! Tampoco me gusta el nacionalismo español. En el fondo es que yo, emocionalmente, no estoy en el nacionalismo. Intelectualmente puedo tener una opinión, pero emocionalmente, de corazón, nada. Cero. (Aprovecha para hablar de los sentimientos, de lo peligrosos que resultan como argumento político).
–Me decía que sus amigos le llaman moña ¿Cómo lleva eso de las nuevas masculinidades?
–No me he movido de donde estaba. Yo soy hijo de una víctima del machismo. Yo sé lo que es una mujer sola, abandonada por el marido con cinco hijos, no con uno, con cinco. Sé que no podía tener una cuenta corriente, sé que le daban trabajos precarios, sé que la humillaban. Y ella podía con todo eso. Pudo con todo y nos quiso y nos sacó adelante. Soy hijo de una superwoman. Me gustan las mujeres fuertes y resistentes. Por ejemplo, me cuesta someterme a la autoridad masculina, pero a la femenina me adapto estupendamente. Siempre he sido beligerante con el machismo, aunque no sea activista. Conozco bien la realidad que las ha machacado. Puedo moverme en la rudeza, conozco también ese mundo de tíos, pero soy mejor con y por las mujeres que trato. Y ahora con mi hija me he radicalizado todavía más. Y eso que me peleo con mis vikingas (llama así a sus muchas amigas feministas) porque dicen que todo sigue igual, De eso, nada. Ha cambiado muchísimo, y a mejor, aunque quede por hacer.
–¿La autoridad femenina es distinta?
–Como yo la conozco, le diré que sí. Mi madre no grita jamás, no le hace falta. Es la típica guante de hierro con puño de seda. Con ella no se discutía, no le hacía falta. Y sin embargo nos daba nuestro espacio para decidir libremente. En mi casa chillamos, porque somos vehementes, pero lo llevamos bien. No sé explicarlo, pero me gusta más como mandan ellas, lo hacen mejor. Mi mujer desde luego sabe mandar. Y manda.
–¿Cómo vamos de quejas en el sector?
–No soy mucho de quejarme, pero sí de denunciar la cantidad de trampas burocráticas por las que hay que pasar para todo. Menos mal que están las televisiones, quetienen que apoyar proyectos por ley. Las públicas deben que revertir en la sociedad lo que se invierte en ellas. Pero las autonomías o el ministerio ponen tantas trabas burocráticas que al final es imposible. Soy partidario de la transparencia y del control del dinero público, pero también de la eficacia. A veces hay que devolver el dinero de una ayuda porque es imposible superar los trámites.
Ahora soy productor, llevo ya dos películas con otros socios. Y pretendemos no perder. (Se le insinúa que el cine lleva el sambenito del sector subvencionado y pone cara de burla, cuenta que tiene un amigo que fue el autor de esa frase en un discurso político y que no se la creía ni él). Es un sector fuerte y con futuro. Una verdadera industria con miles de puestos de trabajo especializados. ¿Sabe que en este momento las tres ciudades donde más se rueda están en España? Son Madrid, Barcelona y Sevilla. Y no es por los escenarios. Es porque hay profesionales cualificados y competitivos. Falta audacia por parte de las administraciones. Tienen algo muy valioso, como el azafrán por ejemplo, y no lo cuidan.
–Me han dicho que, como también músico, tiene ya compuesta la música de su próxima película.
–Ahí ando. De hecho, tengo una idea sobre un libro de un escritor norteamericano que me tiene negociando los derechos… Me tiene deslumbrado, pero no quiero decir nada porque es complicadísimo contratar en EEUU. Sus contratos son leoninos. Imposibles. Allí los bufetes de abogados son de verdad un poder. Parece que hacen las cosas para pillarte los dedos. A veces barajo una o dos ideas al mismo tiempo, y voy trabajándolas, la vez, pero esta vez estoy empeñado en este libro. No lo revelo, por si acaso
(Sonríe y cuenta que lo descubrió en una librería de Buenos Aires, que es una traducción al español que no se ha editado en España. Que lee por curiosidad o por consejo de su amigo Rafael Cobos, al que nombra en muchas ocasiones en la conversación, que es su erudito de cabecera. También explica que no le molestan las malas críticas si están bien hechas y que suele leerlas todas. Y que adora a Paul Thomas Anderson y no comparte la pasión de su amigo Alberto Rodríguez por John Ford).
–Su película es un drama que tiene escenas muy tiernas, muy emotivas. A pesar del tema da la impresión de que no es usted un hombre dado a la amargura.
–He querido ser honesto. Ellas son lo que cuentan y lo que la historia cuenta. Ríen, ligan, salen, lloran, se enfadan. No he querido dar ninguna lección moral pero sí señalar unos hechos y unas consecuencias. Y ¿sabe qué le digo? Soy de verdad feliz desde que soy padre. Desde que nació mi hijo la vida es mucho más interesante. Mis hijos han sido un descubrimiento total. Me pasan más cosas o yo me doy más cuenta.