Paz Vega (Sevilla, 1976) regresa a las pantallas de cine con El lodo un thriller en toda regla que tiene como trasfondo un drama familiar, la violencia rural y el cambio climático. No, no es una película que se pueda encasillar fácil y eso es precisamente lo que le atrajo a la actriz.
La intérprete de Lucía y el sexo se siente apasionada por participar en un proyecto muy sólido en el que el maniqueísmo queda a un lado. No hay buenos ni malos, todos tienen una serie de motivaciones e historias que les hacen actuar cómo se ve en pantalla.
Orgullo titiritero
La sevillana prefiera no hacer spoilers sobre su personaje y anima al público a que vaya a verla a las salas, tan faltas de espectadores en los últimos meses. Paz ama el cine, disfruta delante de la cámara, es una titiritera, confiesa, y aunque es consciente que los cines pueden pasar a ser concebido de otra manera, no quiere que mueran.
Ella defiende la ficción audiovisual en todas sus formas. No en vano está metida en diferentes series y proyectos en plataformas, un hecho que ve más que positivo para el sector, pero también para fomentar el arte y la creatividad. ¿Su único temor? “El yugo de los likes”.
--Pregunta: 'El lodo' es una mezcla de thriller, drama familiar, incluso western. Un film muy completo a nivel argumental, ¿fue eso uno de los motivos para aceptar el proyecto?
--Respuesta: Fue un poco todo. La idea de que es un thriller dramático es muy interesante. Estamos acostumbrados al típico thriller americano, donde todo es muy cool y todos llevan una pistola y nos parece lo más normal del mundo. En cambio, este film tiene algo tan de verdad… Es un drama rural muy real, también de pareja y el formato es de thriller, desde el tono al tempo. Hace apenas dos meses leía que el coto de Doñana se estaba secando y en buena medida también son por los pozos ilegales, la falta de lluvia… La trama principal plantea una realidad en la que se puede sentir reflejadas muchas partes de España. También está el choque de los intereses ecologistas con la gente que vive allí y lleva años, siglos, trabajando esas tierras. Y esta mezcla de todo, sumado al drama de pareja, muestra que hay un trabajo muy de fondo de guion. Conecté con la historia de Claudia, su dolor y sus miedos.
--Como bien dice, el film pone sobre la mesa una realidad pocas veces contada: las demandas ecologistas frente a la situación de unas personas que llevan años trabajando la tierra a su manera y que ahora se les juzga por ello e incluso se les recrimina su forma de vida.
--Eso es muy interesante como se plantea porque no es una película maniqueísta, de buenos y malos, todos tienen su por qué. Plantea esta parte de forma brillante. Es muy fácil decir que uno es ecologista. De hecho, todos debemos ser ecologista y esa mentalidad y educar a nuestros hijos en esta mentalidad, en el cuidado del planeta, porque los recursos que tenemos en el planeta son los que hay y no hay plan B, ni planeta B. Pero ciertas medidas se toman sin contar con la opinión de quienes van a sufrir esos cambios, pueblos que llevan generaciones cuidando esas tierras. Cuando se toman esas medidas desde un despacho sin una comunicación directa con el pueblo se genera un conflicto y ese dilema no se resuelve, cómo sucede en la película. Hay que salvar el mundo pero ¿qué pasa con la gente que cultiva esas tierras y ha de dar de comer a sus hijos?, ¿qué alternativa hay? Hay que sentarse, hay que dialogar. Todo se puede solucionar con el diálogo. Y allí, conecta con la subtrama de Ricardo que no puede hablar, está bloqueado por un trauma que él y Claudia acarrean y genera más problemas.
--Con esto además se pone el foco en esa España que el cine patrio no siempre retrata, esa España agrícola que no siempre se ve reflejada adecuadamente y que no es tan idílica como muestran siempre los catálogos de turismo rural.
--Es que el trabajo de la tierra es muy duro. Mis abuelos eran agricultores y labrar la tierra, vivir con lo que te da es una vida muy dura, es áspero. La gente que trabaja la tierra es muy fuerte y completamente infravalorada, no se los tiene en cuenta y es la base de todo, el primer eslabón de la cadena alimentaria y se les tiene muy apartados. Tampoco hay políticas que protejan a los agricultores y ganaderos y también por eso mucha gente se va del campo. Es muy complicado. Y un acierto que la película aborde eso.
--Hablemos también de lo que llamas, la subtrama. Ese drama de pareja en el que su personaje, Claudia, aparece como un personaje muy pequeño que durante el transcurso del film adquiere peso y que protagoniza además un monólogo muy duro e intenso. ¿Cómo ha sido meterse en la piel de este personaje?
--De alguna manera me siento cerca del Claudia porque soy capaz de empatizar con su dolor y entender a la perfección que ha tenido una pérdida tan dramática. Leí el guion y pensé: ¿y si me hubiera pasado a mí? Reflexioné sobre esa herida abierta que tiene y que es incapaz de cerrar. Es además una mujer que se encuentra sola en ese momento de curación, que necesita a su marido, pero éste está bloqueado porque ha tomado el camino cobarde de no afrontar esa pérdida. Aparentemente, parece que ella sea la débil, la loca que toma pastillas... Es muy fácil decir eso. Cuando reconoces un problema mental X generado por algo y decides ponerte en manos de especialistas tomas una decisión valiente y generosa. Aceptas tu problema y lo quieres solucionar. Lo malo es cuando lo niegas por masculinidad o supuesta valentía, porque a veces uno no es capaz de enfrentarlo solo. Por eso, que gente de renombre salga y diga que tiene que parar por estrés, porqué está mal o por lo que sea es tan importante. Normalizar el estrés, la depresión, los brotes psicóticos... El sistema, además, debe cubrir toda la demanda que ahora se ha desbordado. Debe haber políticas que cubran esa demanda.
--Usted es una persona que el estrés lo habrá vivido de manera constante. No se detiene, estrena esta serie y tiene tres proyectos más en cartera, entre ellos una película con Paul Schrader, una serie... ¿Cómo lleva Paz Vega este estrés?
--Siempre he sido una persona de tirar proyectos hacia adelante, de hacer varias cosas a la vez y estar centrada en todas. A mí, el parón, el confinamiento fue un oasis, más allá del drama de cómo lo pasamos todos. Saqué todo lo positivo y me llené de cosas buenas. Mi trabajo es de no parar, viajar... llevo desde agosto fuera de mi casa y me queda un tiempo. Estoy feliz pero es el peaje que he tenido que pagar. Cuando uno trabaja en otros países y quiere hacerlo tiene que cargar con ello.
--Hay gente que le da vértigo dar ese salto que usted dio. ¿Qué le ha aportado?
--Yo me enamoro de los proyectos. Veo una historia que me encanta y me da igual en el idioma que sea, lo quiero hacer. Cuando estás frente a una cámara y el director grita “acción” el trabajo es el mismo estés dónde estés. No le tengo miedo a ello. Yo me considero una titiritera, despliego mi maleta allá donde voy, hago mi trabajo y me vuelvo. Eso me gusta y me ha aportado mucho personalmente. Salir de mi país, al que adoro, me ha aportado mucho, así como conocer otras realidades y maneras de trabajar, conocer otras culturas me ha hecho crecer como persona y volvería a repetir siempre. Yo se lo recomiendo a la gente joven: hay que salir del nido en el que se está a gusto.
--Y usted que ha viajado fuera y trabajador en Europa, Estados Unidos, ¿el cine español todavía se siente demasiado pequeño respecto a otras cinematografías y no debería ser así o todavía tiene carencias?
--No, no. La ficción española está muy reconocida fuera de nuestras fronteras y tenemos algo muy importante que es el idioma, el segundo más hablado en Occidente. Tenemos una posición muy ventajosa. No debemos tener complejo y pensar que es un cine local. Todos lo son, más local que una película del oeste no hay y viaja. Se hacen muy buenos proyectos, muy buenas series... Las plataformas nos han dado un lugar muy importante y hemos de ser conscientes de que nuestra ficción se ve fuera de nuestras fronteras.
--El dilema con las plataformas es que, si bien ayudan a que haya más producciones y que se exporten mucho más, también ha perjudica a las salas de cine. ¿Qué relación tiene usted con ellas? ¿Qué sensaciones le genera?
--Vivimos un proceso que se ha acentuado con la pandemia, cómo las salas han vivido este bajón. Las plataformas me parecen maravillosas porque nos han dado trabajo a mucha gente, a muchos equipos, se hace muchísimo contenido, hay mucha creatividad y todo lo que puedo decir de ellas es bueno. Yo trabajo ahora en una. Creo que ayudan más a arriesgar para hacerse un hueco. Algo que se ve en el arte y en cualquier sector es la falta de libertad para intentar gustar a todo el mundo y hacer lo políticamente incorrecto. El yugo del like ha mermado la libertad creativa y las plataformas han ayudado a mermar eso. No dependen de una taquilla.
Las salas no se van a perder, pero va a quedar muy reducido. Va a quedar para las personas que les gusta la experiencia de ver una película en un cine, que no tiene nada que ver con verla en casa. Siento que será residual, pero va con los tiempos. ¿Quién nos iba a decir que ligarías por el teléfono hace unos años? Hay que adaptarse.
--Su reflexión sobre las redes parece generalizada en el mundo del arte. Son varios los actores, humoristas y directores que lamentan que las redes, que tenían que darnos libertad, se han convertido en censoras.
--Se han vuelto una trampa. Es terrible para las nuevas generaciones que sólo han conocido esto, el mundo de TikTok, de las caras perfectas, de los likes. Parece que hay más creatividad y expresividad, pero está limitada porque se crea para gustar a mucha gente. El arte y cualquier expresión artística u opinión debe ser real. El arte tiene que remover, concienciar, lo amas o lo repudias, te tiene que producir algo, aunque sea negativo. El yugo del like nos está haciendo muchísimo daño.
--Y usted que es madre, ¿cómo lo enfrenta? Debe ser difícil de controlar.
--No puedes ir en contra tampoco, porque todo pasa ahora por el teléfono. Es complicado y me da mucha lástima, pero luego pienso que igual este es el futuro y nos debemos acostumbrar. También creo que si ha subido el suicidio de adolescentes es porque el futuro ya no es utópico, se visualiza como una distopía. Yo veía mi futuro y el del mundo con ilusión. Ahora, ven que en el futuro todo será más desértico, los glaciares se van a derretir, habrá cada vez más gente con cáncer, todo es muy angustiante, terriblemente angustiante. Y si uno es joven, a la que tengas algún problema, por pequeño que sea, todo es muy duro. Por eso, espero que la gente se prepare y los jóvenes sean fuertes a la hora de luchar por un futuro mejor.