Nuestro hombre en Pyongyang
Corea del Norte es el objeto de la serie 'El infiltrado', con un español, Cao de Benós, como perfecto embajador del país
27 marzo, 2021 00:00El documentalista danés Mads Brüggen está obsesionado con Corea del Norte, país en el que no puede poner los pies desde que rodó The red chapel (La capilla roja), obra que no hizo ninguna gracia a las autoridades del país más demencial del planeta, comandado actualmente por Kim Jong Un (alias El Brillante Camarada, aunque mi sobrino prefiera referirse a él como el Paquirrín de Pyongyang) y previamente por su padre, Kim Jong Il (El Querido Líder) y su abuelo y fundador de la república tras la guerra con Corea del Sur, Kim Il Sung (El Gran Líder). Para seguir metiendo las narices en el que considera, no sin razón, el país más siniestro del mundo, Brüggen recurrió a un sustituto motivado por su profundo conocimiento de la Alemania del Este, su compatriota Ulrich Larsen, un ex cocinero que se apuntó a la peligrosa misión de infiltrarse en los círculos occidentales de apoyo a Corea del Norte. El bueno de Ulrich se convirtió en sus ojos y oídos y en el protagonista de la miniserie en dos capítulos The mole (El topo), que Filmin ha rebautizado como El infiltrado.
El señor Larsen empezó su misión enrolándose en una sociedad danesa de amigos de Corea del Norte, una pandilla de comunistas delirantes con tendencia a beber más de la cuenta que se reunían a dar vivas a Kim Jong Un, pero que no pintaban gran cosa en el club de fans internacional del Paquirrín de Pyongyang. De ahí saltó a la KFA (siglas en inglés de la Asociación de Amistad con Corea), que preside el español Alejandro Cao de Benós (Reus, 1974), un aristócrata (desheredado) catalán cuyo único trabajo conocido en su país es el de haber ejercido de segurata en Repsol Butano y del que nunca se ha sabido muy bien si realmente pintaba algo en Corea del Norte o si era un pícaro que aprovechaba sus buenas relaciones con el régimen para lucrarse con la venta de armas y drogas (de El infiltrado se deduce que es una mezcla de ambas cosas, aunque con un componente criminal nada desdeñable). Cao de Benós es el autor de un libro que no he leído, pero cuyo título se me antoja muy prometedor, Alma roja, sangre azul: así me conquistó Corea del Norte.
¿Pilar del régimen?
De hecho, Cao de Benós es el personaje principal de El infiltrado. En cuanto Larsen contacta con él, se convierte en el hombre fundamental para que Brüggen y su alter ego puedan meter la nariz donde no deben y descubran que una de las fuentes de financiación de ese régimen que mata de hambre a sus súbditos es, ciertamente, el tráfico de metanfetaminas y de armas. Evidentemente, el rollizo aristócrata catalán niega todas las acusaciones, pero teniendo en cuenta que están grabadas, no hay quien pueda concederle mucho crédito a sus indignadas declaraciones: Cao de Benós puede parecer un mamarracho (y probablemente lo es), pero también aparece como un liante muy peligroso que se va llenando los bolsillos mientras ejerce de propagandista del régimen norcoreano.
Lamentablemente, donde El infiltrado podría hacer daño, no se va a ver, pero para los occidentales --exceptuando a los pazguatos de la asociación danesa de amigos de Corea del Norte-- es una interesante y contundente prueba de cargo contra la dictadura criminal que ahora encabeza Kim Jong Un (quien quiera profundiza en ella por la vía literaria, puede hacerlo con el libro de relatos La acusación, escritos por un disidente que sigue viviendo en el infierno norcoreano y firma con el seudónimo de Bandi y publicados en España por Libros del Asteroide).
Alejandro Cao de Benós es un excéntrico peligroso que divide su tiempo entre Pyongyang y Vespella, un pueblo de Tarragona. Ya fue detenido una vez en España, acusado de tráfico de armas, pero consiguió salirse bastante de rositas. Yo lo tenía por un majareta inofensivo hasta que vi El infiltrado, donde si no se revela como un pilar del régimen, lo aparenta muy bien. Su doble condición de true believer y oportunista financiero hace que la posibilidad de asomarse a su cerebro resulte, además de imposible, aterradora.