Los brutales thrillers de Carmen Mola
Con sus novelas ha logrado que Madrid aparezca como un escenario de horror tan eficaz como Londres o Nueva York
2 septiembre, 2020 00:00Me la recomendó un amigo hace cosa de un año, pero no le hice ningún caso porque uno a veces se pasa de listo. Enganchado a los thrillers anglosajones y nórdicos --con algún desvío hacia Francia--, la posibilidad de que un escritor español dominara el género y se situara a la altura de mis autores extranjeros favoritos me resultaba bastante inverosímil (creo que no había leído una novela policíaca nacional desde los lejanos tiempos en que me enganché a las andanzas del Plinio de Arturo García Pavón). Pero el pasado mes de junio, hallándome en la FNAC en busca de lecturas estimulantes para el inminente verano del coronavirus, me topé con los dos libros que me habían recomendado y un tercero que acababa de salir, La nena, editados todos ellos por Alfaguara. Observé que el segundo, La red púrpura, iba por su sexta edición, y que el primero, La novia gitana, había alcanzado la friolera de dieciséis reimpresiones. ¿Será verdad lo de que algo tendrá el agua cuando la bendicen?, me pregunté. Por si acaso, me hice con La novia gitana, me lo tragué en unas pocas noches y me hice adicto a los thrillers de Carmen Mola, una autora que ni siquiera existe con ese nombre, que es un seudónimo bajo el que nadie sabe quién se oculta, si una escritora conocida por otro tipo de ficciones o, simplemente, alguien que, como la italiana Elena Ferrante, disfruta narrando, pero no prestándose a las servidumbres del cargo (fotos, entrevistas, posible famoseo y demás). Da igual: sea quien sea, Carmen Mola factura unos thrillers fascinantes, absorbentes y durísimos que convierten Madrid en un escenario del horror tan eficaz como Londres, Nueva York, Estocolmo o Reikiavik.
La saga cuenta con una protagonista de peso, la inspectora Elena Blanco, jefa de la BAC (Brigada de Análisis de Casos), una unidad de elite de la policía española que sienta sus reales en un piso de la madrileña calle Barquillo. Elena es una chica de buena familia con una madre pija que no entiende por qué se metió a poli, que vive en un piso de la Plaza Mayor heredado de la familia y que arrastra un drama insoportable que es como una losa permanentemente colocada sobre su existencia: su hijo fue secuestrado a los cinco años y no se ha vuelto a saber nada de él. Desde la desgracia, su matrimonio se ha ido al garete, sus relaciones sentimentales se limitan a echar un polvo de cuando en cuando en un parking cercano a su domicilio (el único requisito que debe cumplir el amante ocasional es disponer de un 4x4 en el que llevar a término la faena; Elena conduce una antigualla soviética de la que está muy orgullosa) y su esparcimiento social consiste en cantar canciones de Mina en un karaoke mientras se pone ciega de chupitos de grappa.
Morbo, exceso y siniestro
Excelente adecuación del tópico personaje que arrastra, como diría Héctor Lavoe, una pena que hiere muy hondo, Elena Blanco es una mujer volcada en el trabajo que cuenta con el apoyo y la admiración de su equipo, donde destacan un madero fichado por mera intuición femenina y una hacker de sesenta años que rompe el estereotipo del computer nerd que tanto aparece en la literatura policial. Su primera aventura, La novia gitana, es, de hecho, un largo y estimulante prólogo a la que hasta ahora es la joya de la corona de la trilogía publicada, La red púrpura, un genuino descenso a los infiernos que adquirí una semana después que la anterior entrega, que termina con un cliffhanger brutal, un gancho que te propulsa a la siguiente aventura de la inspectora Blanco de una manera inevitable.
La única ventaja de descubrir tarde a un autor (o autora) es que puedes abalanzarte sobre su obra sin haber tenido que esperar, como los lectores de la primera hornada, a que fuesen apareciendo sus libros (me pasó en su momento con Ruth Rendell y fueron unos meses sensacionales, ya que la buena señora había publicado unas cuantas decenas de tomos). En menos de un mes me he tragado las tres novelas de la misteriosa Carmen Mola y espero la cuarta con genuina ansia: el mundo que retrata es brutal y puede que, como le han hecho saber algunos críticos, se abuse en él ligeramente del morbo, del exceso y de lo siniestro, pero visitarlo sin tener que quedarse a vivir en él es una de las experiencias más estimulantes que haya vivido últimamente el adicto a la novela negra que firma este artículo. Así pues, si no conocen a Carmen Mola, no hagan como yo ante el consejo de mi amigo y propúlsense a su librería favorita a hacerse con sus libros. No lo lamentarán.