El asesino existencialista
La tercera temporada de 'The sinner' aporta complicaciones psicológicas y absorbentes y una extraña relación entre criminal y policía
11 julio, 2020 00:00La serie de Netflix The sinner, cuya tercera temporada se ha puesto recientemente a disposición del espectador español, fue en un principio una miniserie auto conclusiva basada en una novela del mismo título escrita por Petra Hammersfahr. Protagonizada por Jessica Biel --que se convertiría luego en productora ejecutiva de toda la serie-- The sinner empezaba con un crimen aparentemente absurdo y carente de lógica que, episodio a episodio, iría desvelando sus extraños y a menudo retorcidos motivos psicológicos. Como miniserie, la cosa funcionaba perfectamente. Tanto, que la audiencia fue más que notable a nivel mundial y la productora se dijo que tal vez valdría la pena seguir exprimiendo el concepto fundamental --crimen aparentemente incomprensible que acabará teniendo una explicación, por extraña que resulte--, buscando un personaje que saltara de temporada en temporada hasta convertirse en el protagonista de la serie: de ahí que un secundario de la primera temporada (que, durante el rodaje, no sabía que era una primera temporada) acabara convertido en el personaje principal de una nueva trama cada año en la que deberá enfrentarse al Pecador del título; ese personaje secundario era el inspector Harry Ambrose, interpretado por el siempre eficaz y sólido Bill Pullman, que, si en la segunda temporada, aún se veía obligado a seguir la estructura original de la propuesta (el crimen sin explicación, etc.), en la tercera, desaparecido el punto de partida habitual, debe enfrentarse a un psicópata existencialista que sufre lo indecible con sus crímenes y solo aspira a una vida tranquila que ha sido capaz de obtener, pero no de conservar.
Jamie (Matt Bomer) da clases en un instituto de Dorchester, en el estado de Nueva York. Está casado y su mujer espera un hijo. Es un miembro respetado de la comunidad en general y de la comunidad educativa en particular. Pero algo le falta. Su angustia vital, su sufrimiento ante una existencia que no comprende, se ha vuelto a apoderar de él tras unos años en los que ha llevado una vida aparentemente plena y normal entre su mujer y su dedicación a la docencia. De repente, necesita volver a ver a Nick (Chris Messina), su gran amigo de la universidad, un existencialista radical que lo ponía todo en duda y cuya actitud anti sistema influyó poderosamente en Jamie, quien se acabó apartando de él porque la lucidez desaforada de su amigo solo podía traerle problemas. Nick no ha vuelto a dar señales de vida desde que Jamie se deshizo de él. Es Jamie quien le contacta de nuevo para hacer frente al tedio vital de esa vida que se ha empeñado en llevar por miedo a Nick y a los caminos por los que éste pudiera llevarle.
Relación entre criminal y policía
Tras una aparición por sorpresa de Nick en el domicilio de Jamie, que resulta algo bochornosa para éste y confusa para su embarazada esposa, los viejos amigos acaban en un coche con un destino impreciso. Hay un accidente. Nick muere. ¿De verdad se ha tratado de un accidente? ¿No ha tenido nada que ver Jamie con la catástrofe? Eso es lo que deberá averiguar el inspector Ambrose a lo largo de ocho capítulos en los que, por primera vez en la serie, llegará a sentir algo parecido a la empatía, la comprensión y hasta la amistad con respecto a ese Jamie que es bastante más que un sospechoso de asesinato.
De hecho, la extraña relación entre criminal y policía es la baza más novedosa e interesante de esta tercera temporada de The sinner, distinta a las anteriores, pero más absorbente si cabe por las complicaciones psicológicas que aborda la trama y que la alejan felizmente de los elementos más tradicionales del género negro. Si lo sorprendente de las dos temporadas anteriores de The sinner era su estructura (una versión intelectual y vagamente siniestra de la del Colombo de Peter Falk), aquí se trata del factor humano, al que el admirable y casi jubilado Harry Ambrose cede de manera fatalista, aunque se vea obligado a poner en peligro su propia vida al dejarla en determinado momento en manos de alguien del que la más elemental prudencia aconsejaría no fiarse.