Marcella y la mafia de Belfast
Esta serie británica, cuya tercera temporada acaba de estrenar Netflix, se centra en una policía atormentada, inestable y algo majareta
27 junio, 2020 00:00El escritor Hans Rosenfeldt tiene una gran habilidad para la creación de personajes femeninos tan fascinantes como levemente desquiciados. Lo demostró claramente en la serie sueco-danesa El puente (cuatro espléndidas temporadas y dos remakes, uno en Inglaterra y el otro en Estados Unidos) con su protagonista, Saga Nören, una policía aquejada del síndrome de Asperger que se lo toma todo en sentido literal, no pilla los chistes y dice lo primero que se le pasa por la cabeza, todo lo cual no le impide ser una inspectora brillantísima. En la serie británica Marcella, cuya tercera temporada acaba de estrenar Netflix, el señor Rosenfeldt incide en el que parece su personaje preferido: la poli atormentada, inestable y algo majareta que es muy buena en lo suyo, pero que tiene muchas dificultades para llevar lo que se entiende como una vida normal.
En las dos primeras temporadas vimos a la pobre Marcella Backland (Anna Friel) tener problemas con su marido y sufrir por sus hijos mientras intentaba resolver unos casos complicadísimos. Al final de la segunda, la encontramos tirada en la calle, como una homeless más, tras haber fingido su muerte y haberse alejado de sus hijos por su propio bien. En la tercera, Marcella Backland se ha convertido en Kiera Devlin, una supuesta poli expulsada del cuerpo por un asunto de drogas, y se ha infiltrado en la más notoria familia mafiosa de Belfast, Irlanda del Norte, los Maguire, una pandilla de indeseables que no tiene desperdicio empezando por la matriarca, Katherine, que lo mismo regala dinero a los pobres de la ciudad o financia hospitales que elimina a cualquiera que se le ponga de canto: su hija Stacey (Kelly Cough) hace como que no se entera de nada mientras entretiene su embarazo pegándole chorreos a su marido, Bobby (Martin McCann), un imbécil de gatillo fácil que, pretendiendo medrar en la familia, solo consigue meter la pata y buscarle problemas; uno de sus hijos, Finn (Aaron McCusker), es un matón bisexual, violento y desagradable con el que se lía Kiera/Marcella en busca de las pruebas definitivas para acabar con la maldita familia Maguire; el otro, Rory (Michael Colgan), el abogado de la pandilla, es un maniático de la salud que vive encerrado en su cuarto, se lava las manos doscientas veces al día y se la menea mirando por un agujerito del suelo los encuentros sexuales de su hermano con Kiera.
Como las dos anteriores, la tercera temporada de Marcella es excelente, pero nos exige algo más que la primera y la segunda. Concretamente, una drástica suspensión de la inverosimilitud. Por buena que sea Marcella en lo suyo, cuesta un poco de creer que se le abran con tanta facilidad las puertas de una banda criminal que ha llegado a donde ha llegado a base de no fiarse de nadie y quitar de en medio a cualquier sospechoso de estar buscándole la ruina. O sea, que necesitamos tragarnos (o hacer como que nos tragamos) la premisa inicial, cosa que tampoco cuesta tanto porque la trama avanza a velocidad de crucero y la pugna mental entre Marcella y Kiera para ver quien gana la batalla entre ambas resulta francamente apasionante: Marcella es un pasado que duele, mientras que Kiera es un futuro impreciso, pero sin lastres. ¿Quién acabará imponiéndose? Igual lo descubrimos en la cuarta temporada: el final de la tercera es lo suficientemente abierto como para que Marcella y su papá, el señor Rosenfeldt, nos salgan nuevamente por peteneras, como tienen por costumbre.