Un fotograma de la serie Drácula de Netflix / NETFLIX

Un fotograma de la serie Drácula de Netflix / NETFLIX

Cine & Teatro

El vampiro indestructible

'Drácula' es una miniserie con demasiados altibajos, pero que se ve con agrado, aunque se esperaba más de los señores Gattis y Moffat

18 enero, 2020 00:00

Tras el glorioso Drácula de Francis Ford Coppola, poco se podía añadir a las andanzas de nuestro vampiro favorito, que vio la luz (perdón por la licencia) en 1897 en la novela homónima de Bram Stoker. La reciente aportación de Netflix a la saga vampírica me la habría saltado tranquilamente de no ser por mi fascinación vampírica y por estar escrita por esa simpática pareja de frikis que componen Mark Gattis y Steven Moffat, responsables de la espléndida puesta al día de las aventuras de Sherlock Holmes y el doctor Watson en varios largometrajes para la BBC (además de escribir, Gattis suele otorgarse papeles secundarios en sus series: Mycroft, el hermano del inquilino del 221 B de Baker Street, en Sherlock, y el majareta Renfield en Drácula).

Los resultados obtenidos con el rey de los vampiros no son tan rutilantes como los cosechados con el rey de los detectives privados. Los tres capítulos de Drácula se siguen con interés, y algunos giros de guion son realmente ingeniosos: el tercer episodio ambientado en época actual o la conversión del profesor Van Helsing en una monja o de Renfield en un abogado resultan muy brillantes. Los diálogos son muy buenos, como es habitual en los productos del tándem Gattis--Moffat, y algunas frases del señor conde constituyen verdades como puños o, por lo menos, interesantes versiones alternativas de la realidad. En cuanto a la posible novedad en el tratamiento del tema las cosas ya no funcionan tan bien, y la producción, aunque hace lo que puede para escapar de la rutina, no siempre lo consigue. En ese sentido, la película alemana Somos la noche o el largometraje de Neil Jordan Byzantium -dos propuestas que pasaron totalmente desapercibidas- incidían oportunamente en un asunto que aquí se esquiva, la melancolía inevitable de quienes están condenados a vivir eternamente.

Tampoco la elección del protagonista se me antoja demasiado feliz. El danés Claes Bang, protagonista de la película de Ruben Ostlund The square, no consigue transmitir gran cosa al espectador, y uno tiene a menudo la sensación de hallarse ante un actor cómico que se está mordiendo la lengua para no soltar una gansada en el momento más inoportuno. Creo que Benedict Cumberbatch, el Holmes de Sherlock, habría resultado más interesante en el papel: puede que Bang se haya esforzado por meterse en el pellejo del vampiro, pero los resultados no son muy convincentes.

Drácula es una miniserie con demasiados altibajos que nunca llega a levantar el vuelo, una versión más, todo lo digna que se quiera, de la novela de Stoker, pero lejos de la divertida trascendencia de las aventuras contemporáneas de Holmes y Watson. Se ve con agrado, eso sí, y con ella no se pierde del todo el tiempo, pero uno esperaba más de los señores Gattis y Moffat tras ver lo que habían hecho con el detective creado por Arthur Conan Doyle. Es evidente que a ambos les gusta enmendar respetuosamente la plana a los clásicos, pero todo parece indicar que las cosas les salen bien unas veces y otras no tanto. Su Drácula, pues, queda reservado a los completistas obsesivos como quien esto firma, que ha visto prácticamente todo lo que se ha rodado sobre el monstruo de Transilvania. Y lo que se rodará, morena.