Imagen de la segunda temporada de la serie de televisión 'Ozark' / NETFLIX

Imagen de la segunda temporada de la serie de televisión 'Ozark' / NETFLIX

Cine & Teatro

La atribulada familia Byrde

Ozark demuestra en su segunda entrega que está en plena forma y que, si los guionistas no flaquean, a la tercera temporada le pueden suceder una cuarta y una quinta

1 diciembre, 2018 00:00

En esto de las series, conseguir una primera temporada brillante es fundamental. Construir un castillo de naipes que se sostenga hasta el último episodio no es que sea fácil, pero sí un objetivo alcanzable. Los peligros empiezan en la segunda temporada, cuando hay que añadir cartas a la insegura edificación y cada vez hay más probabilidades de que el castillo se venga abajo. Son incontables las series que se han hundido en la segunda temporada: Homeland es, en mi opinión, uno de los casos más claros. No lo es, afortunadamente, el de Ozark, que Netflix acaba de renovar para una tercera tanda de episodios. Por el contrario, las peripecias acumuladas en la primera temporada, que ya eran de abrigo, continúan, corregidas y aumentadas, en la segunda.

Breve resumen de la historia para los que no estén familiarizados con la serie: Marty Byrde, un acomodado contable, descubre que su socio trabaja para un cártel mexicano de la droga --representado por Esaí Morales, hermano de Ritchie Valens en La bamba, en el papel del siniestro Camino del Rey-- y es también un informante de la DEA. Cuando los narcos eliminan a su compadre, el pobre Marty se ve obligado a devolverle al cártel toda la pasta que el difunto les ha estado sisando a lo largo de su fructífera colaboración. Le dicen que se busque la vida y que siga trabajando para ellos aunque se tenga que instalar en el culo del mundo, que es lo que hace cuando arrastra a su familia hasta la zona de los Ozarks, en el estado de Misuri, donde deberá competir con una pareja de criminales locales, el matrimonio Snell --Peter Mullan, ocultando su acento escocés, y Lisa Emery, una psicópata total--, que es más bestia que los mexicanos y, por el control de la droga en la zona, es capaz de quitar de en medio a cualquiera que se les ponga de canto.

Para lavar dinero, Marty se hace con un restaurante y un club de estriptís mientras intenta sobrevivir al cártel y a los Snell. Jason Bateman está estupendo en el papel, como lo está Laura Linney en el de su esposa, Wendy, una mujer que, al principio, solo piensa en huir, y que en la segunda temporada parece estar aclimatándose mejor de lo esperado a la vida criminal. Como el Walter White de Breaking bad, Marty y Wendy van mutando lentamente y cada vez están más lejos de volver a ser los apacibles burgueses que fueron. En esta segunda entrega cobra especial relieve el personaje de Ruth (Julia Garner), espléndido ejemplar del white trash local que denota un ojo para los negocios delictivos de lo más notable.

Asoma en esta segunda temporada todo un entramado político-criminal que demuestra que hasta en los rincones más bonitos del mundo hay una casta extractiva que no le hace ascos al delito. Rodeados de políticos corruptos, de narcotraficantes mexicanos y de peligrosos chiflados como los Snell, los Byrde deben hacer frente también a un agente del FBI homosexual y atormentado que ya en la primera temporada apuntaba maneras. Creada por Bill Dubuque, Ozark demuestra en su segunda entrega que está en plena forma y que, si los guionistas no flaquean, a la tercera temporada le pueden suceder una cuarta y una quinta. No se la pierdan. O sí, pero la cosa vale mucho la pena.