El segundo asesinato de Versace
La serie de Ryan Murphy sobre el asesinato del famoso diseñador de moda no logra generar el interés que pretende
24 marzo, 2018 00:00Ryan Murphy (Indianápolis, 1965) es una de las mentes más perversas de la televisión norteamericana. Lo ha demostrado ampliamente con series como Nip/Tuck --sobre la chaladura inherente al mundo de la cirugía plástica--, Glee --tragicomedia musical filo gay de muchos bemoles--, American Horror Story --eficaz puesta al día del Grand Guignol decimonónico con algunas temporadas soberbias-- o Feud --sobre la entrañable relación entre Bette Davis y Joan Crawford, que alcanzó su punto de ignición durante el rodaje de la película de Robert Aldrich ¿Qué fue de Baby Jane?--. Con American Crime Story, el hombre se introdujo en ese género que los anglosajones definen como true crime, y cosechó un gran éxito con la primera temporada de la serie, dedicada a O.J. Simpson, el jugador de fútbol americano que se cargó a la parienta, pero se salió prácticamente de rositas por ser negro y millonario (peculiar ejemplo de discriminación positiva). La segunda temporada --que Antena 3 estrenó el domingo pasado y Netflix colgará entera a finales de mes-- no le ha reportado grandes alegrías: en Estados Unidos ha pinchado y no me extrañaría que sucediese lo mismo en España.
La verdad es que uno esperaba más de la perversa mente del señor Murphy, pero los tres primeros episodios (de un total de nueve) se mueven entre la superficialidad, la falta de eso que Graham Greene llamaba “el factor humano” y el aburrimiento puro y duro. Como de la vida y psique de Gianni Versace no se podía rascar gran cosa --Murphy y su equipo de guionistas nos lo presentan como un tipo de origen humilde que ha llegado a la cima, pero solo aspira a vivir tranquilo y fundar una familia con algún buen chico--, la acción se centra en los delirios del tipo que lo mató, Andrew Cunanan, un psicópata de manual que se cree sus propias mentiras y que, a falta de talento, pretende pasar a la historia como ejecutor de alguien que sí lo tenía (aunque con tendencia al exceso y la horterada, todo hay que decirlo). Darren Criss, rescatado de Glee, hace lo que puede por humanizar a Cunanan, pero el guion no se lo pone fácil. Intuimos que lucha contra sus demonios interiores, pero en la mayoría de las ocasiones parece un imbécil y un simplón con pretensiones.
Potencial mal aprovechado
Hollywood debe sufrir una preocupante falta de actores italianos, ya que los papeles de Versace, su novio, Antonio D'Amico, y su hermana Donatella han ido a parar, respectivamente, a manos de un venezolano, un puertorriqueño y una española de Alcobendas. Edgar Ramírez es un actor estupendo --recordémosle en la formidable biopic de Carlos el Chacal dirigida por Olivier Assayas-- y hace lo que puede con el ser impreciso y difuso que hay en el guion; Ricky Martin se esfuerza, pero es evidente que Dios no lo ha llamado por ese camino; y Penélope Cruz compone una arpía magnífica que no está dispuesta a quedarse sin el chollo de su vida, aunque se haya muerto quien se lo proporcionó.
La narración, con sus saltos continuos hacia delante y hacia atrás, resulta un pelín confusa, pero no es lo peor de la propuesta. Lo peor es que, como le sucedió a un servidor de ustedes, de repente te preguntes: ¿Y a mí qué me importa esta historia? Uno se asoma a la segunda temporada de American Crime Story porque le ve potencial a Gianni Versace y todo lo que rodeó su asesinato, pero no ve que ese potencial haya sido desarrollado de la manera adecuada. Las invenciones e inexactitudes que han sacado de quicio a la auténtica Donatella son lo de menos: el problema es que interesan poco. Mañana veremos si esta historia consigue levantar la cabeza o se hunde definitivamente en el tedio.