(Yo también) amo a Dick

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Cine & Teatro

(Yo también) amo a Dick

Laura Fernández disecciona la serie de Jill Soloway basada en la novela de Chris Kraus

29 agosto, 2017 00:00

Dice Jill Soloway que su obra, todo aquello que toca --puede que incluso la media docena de capítulos que escribió para A dos metros bajo tierra--, podría considerarse una variación femenina del clásico viaje del héroe --viaje de la heroína-- un viaje definitivamente interior en el que la mujer, dice Soloway, “repara partes de sí misma” que la sociedad ha dividido. Es decir, un viaje en el que lo femenino se reconcilia consigo mismo, en el que la mujer se reconcilia con todas las mujeres que lleva dentro, que intuye, que no ha visto, o de las que apenas ha entrevisto retazos.

Eso hace, sí, en Transparent, la serie que comanda y que ha hecho historia transgénero en televisión, en la que narra cómo Mort, un profesor jubilado, se convierte, de la noche a la mañana, en Maura, ante la adorable y tormentosa estupefacción de sus hijos --ya adultos, y adultos en busca, también tormentosamente, de sí mismos-- y de su exmujer, la inagotable Shelly. Y no únicamente a través del personaje de Mort/Maura sino a través de cualquier personaje femenino que toca, personaje que se aparece, ante el espectador, primero aparentemente construido, pero que, poco a poco, se va desmembrando y reconstruyéndose, a partir de las distintas piezas que cada una de ellas encuentra por el camino --ajá, el viaje de la heroína--, y que al final, valor y ningún prejuicio mediante, les permitirán dar con su verdadero yo.

Adaptación de la obra de Kraus

Así las cosas, nadie como Jill Soloway para llevar a la pequeña (cada vez más, gran) pantalla el experimento artístico que Chris Kraus desarrolló en 1997 cuando se enamoró perdidamente de un tipo, un tal Dick Hebdige, un experto en subculturas con aspecto y maneras de rudo cowboy, y se dedicó a escribirle cartas, cartas de amor que eran, en realidad, cartas de deseo, un deseo obsesivo, enfermizo, dolorosamente insatisfecho, que la llevó a medirse con todas aquellas otras mujeres que habían estado siempre ahí, dentro de la mujer en la que creía haberse convertido sin haberse convertido en absoluto. Y de esa confrontación, de ese viaje, que en su caso, fue a la vez exterior e interior --Kraus viajó por todo Estados Unidos, o fingió hacerlo, mientras escribía esas cartas, y alumbraba para Dick, en realidad, para sí misma, todo aquello que veía, y todo aquello que era, o estaba siendo, permitiéndose ser, por primera vez--, surgió otro yo, el verdadero, el que incluía todo lo desconocido e inaceptable, por fin, aceptado. “Yo era invisible hasta entonces”, le contó la propia Kraus al New Yorker. “Era la persona que describo en Amo a Dick --la novela, hito de la autoficción resultante de tan poderosamente profundo experimento narrativo-- tímida, asexual, con una mala dentadura, con un corte de pelo descuidado. Iba sola a los actos culturales que se celebraban en Nueva York, mal vestida, sintiéndome rara porque no conocía a nadie”.

Así se nos presenta Kathryn Hahn, la actriz que la interpreta en la miniserie de ocho episodios que adapta la, por otro lado, aparentemente inadaptable non fiction novel de Kraus, cuando ésta arranca, y poco a poco, a medida que su obsesión por Dick aumenta, y el viaje comienza, va desprendiéndose de todo aquello que no la pertenece --y confesando, desde su ridículo odio por Sofia Coppola y su supuestamente inconfesable, inconfesable para una cineasta independiente mujer, amor por el cine de Spielberg, hasta el último de sus ardientes deseos de sumisión al hombre que lo ha puesto todo en marcha, ese Dick también ridículamente machista y presuntuoso--, y aceptándose, por fin, aceptando, sin limar, cada una de sus aristas, y potenciándolas.

No, no había nadie mejor que Soloway para adaptar la obra magna de Kraus, ni un tiempo mejor que éste. No en vano el libro apenas alcanzó los 100 ejemplares vendidos hace 20 años y no tardó en superar los 14.000 cuando se reeditó, el año pasado. Los tiempos definitivamente han cambiado. Escribe Kraus en Amo a Dick: “Odiaba leer obras de mujeres o sobre mujeres porque siempre era lo mismo. Pérdida de identidad, abnegación y entrega inagotable de una mujer que al mismo tiempo intentaba ser artista pero acababa preñada, desesperada, sirviendo a un hombre. Un marxista, tal vez. Cuándo se acabaría aquello. Es algo notable que por fin se haya acabado aquí, en este libro”. Sin duda.