'El Mago / Pim Pam Pum’ (1926), óleo de Maruja Mallo propiedad de The Art Institute of Chicago.

'El Mago / Pim Pam Pum’ (1926), óleo de Maruja Mallo propiedad de The Art Institute of Chicago. MARUJA MALLO, VEGAP, SANTANDER, 2024

Artes

Maruja Mallo, la gran surrealista ibérica

La artista gallega resucita en una exposición organizada por el Centro Botín de Santander que la presenta como una de las creadoras surrealistas más inquietantes que tuvo España durante el siglo XX

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Esta mujer pertenece a la estirpe de la rareza. Del delirio. De la anomalía. De esa excentricidad que hace que a la redondez del mundo le salgan esquinas. Maruja Mallo fue una surrealista (ibérica) antes del surrealismo y, ya de vuelta, se matriculó en la leyenda de ser ella misma, moralmente fuerte, fiera y descompensada. Hablamos de un ser que miró soñadoramente las cosas. Y pintó. Y militó. Y huyó. Qué extraña, en realidad, fue su aventura.

Mallo tiene algo de enigma español, de ser hecho de nubes bajas y espigas altas. Pero nació en Viveiro (Lugo), en la noche de Reyes de 1902, estudió Bellas Artes en Madrid y escenografía en París, y vivió a pleno rendimiento la bohemia de los años veinte y treinta hasta que la Guerra Civil fue sembrando hogueras y mutilando a aquella generación que propuso un presente más noble estirando el credo republicano. Solo entonces, comenzó a declinar su estela y su trabajo.

Porque, antes de la hora de los fusiles, esta mujer apareció en el circo del arte vestida de sí misma con intuición y desenfreno. Organizaba concursos de blasfemias. Irrumpía en bicicleta en las iglesias a la hora de la misa. Devoraba el corazón de sus amantes (Alberti y Miguel Hernández se cuentan entre ellos). Hoy se la reivindica como la encarnación de un feminismo primerizo, pues se sobrepuso a una galaxia de hombres con reglas de hombres. 

MM3: Maruja Mallo vestida de algas en la playa de El Tabo (Chile), 1945.

MM3: Maruja Mallo vestida de algas en la playa de El Tabo (Chile), 1945. MARUJA MALLO, VEGAP, SANTANDER, 2024

Quien asoma por aquí es, por tanto, alguien que lo pintó todo con una libertad insólita. “Entre verbena y espantajo”, dijo Lorca de ella. El poeta le reconoció que sus cuadros son los que había visto “con más imaginación, emoción y sensualidad”. Dalí la piropeó diciéndole que parecía “mitad ángel, mitad marisco”. Era, por qué no, una artista transgresora impulsada por su fuerza de imán contrario, la más devastadora y más alegre de ese Madrid sin serenos.

Ana María Manuela Isabel Josefa Gómez González –Maruja Mallo, segundo apellido de su padre, para el mundo– encajó como nota discordante en el Grupo del 27, donde hizo del centro de la nueva creación su propio centro. Se le considera como una de las creadoras más inquietantes que propició España en el siglo XX. Lo mucho de exótico que hay en su obra, de cacería y desgarro, de aritmética celeste, la emparentaría con Frida Kahlo y Georgia O’Keeffe. 

En su personal (y, por momentos, desigual) producción artística, la gallega difuminó la frontera entre lo popular y la vanguardia, entre el mundo rural y las nuevas formas de ocio –el cine, la música y el teatro–. Durante su exilio mexicano, incorporó la religiosidad sincrética, la mezcla de razas y los paisajes exuberantes. Se detecta en sus mejores piezas un mundo hecho de retales de una imaginación poderosa, entre la ternura y el sobresalto, con capacidad de búsqueda. 

De ahí que reivindicar a esta mujer no sea una excentricidad, sino la dosis exacta de justicia poética que algunos artistas a contramano requieren. El Centro Botín de Santander, en colaboración del Museo Reina Sofía, pide foco para la pintora en una exposición con ánimo exhaustivo, Maruja Mallo: Máscara y compás. Pinturas y dibujos de 1924 a 1982. La muestra permanecerá abierta en la capital cántabra hasta el 14 de septiembre.

Vista de una de las salas de la exposición ‘Maruja Mallo: Máscara y compás’.

Vista de una de las salas de la exposición ‘Maruja Mallo: Máscara y compás’. BELEN DE BENITO / CENTRO BOTÍN SANTANDER

Viene a culminar esta retrospectiva, de algún modo, el ejercicio de rescate emprendido por la Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid. En una exposición dirigida por Fernando Huici y Juan Pérez de Ayala, la institución de la calle Alcalá se ocupó en 2010 de la puesta en limpio de la mejor parte de la obra de Mallo y de contornear mejor de su leyenda, su biografía, sus intereses, su penumbra.   

Ahora, esta nueva aproximación a Maruja Mallo, concebida por la comisaria Patricia Molins, acoge en Santander casi 150 piezas (entre pinturas, dibujos, notas y abundante documentación procedente de los fondos del Archivo Lafuente) que dan cuenta de su producción al completo, desde el realismo mágico y las composiciones surrealistas de los primeros años hasta las configuraciones geométricas y fantásticas de sus últimos trabajos. 

La exposición recorre el ideario plástico de la artista como un viaje sonámbulo por sus querencias. Por estricto orden cronológico, se analiza al completo la obra plástica de la creadora gallega y fija sus vínculos con algunos de los artistas e intelectuales más sobresalientas de su época, por donde asoman Breton y Picasso, Ortega y María Zambrano, Buñuel y Gómez de la Serna, entre otros. 

De esa vuelta por su catálogo se deduce que Mallo empezó a pintar lo popular buscando, más allá del folclore, una autenticidad. Así se descubre en una de sus primeras series, Las verbenas (1927-1928), en las que mezcla el guiñol y los conceptos cinematográficos de la superposición y la simultaneidad para plasmar personas de clases y razas distintas retratadas burlonamente, desubicadas pero rebosantes de vitalidad. 

Máscaras. Diagonal II’, lienzo de Maruja Mallo fechado hacia 1949-1950 procedente de una colección particular.

Máscaras. Diagonal II’, lienzo de Maruja Mallo fechado hacia 1949-1950 procedente de una colección particular. MARUJA MALLO, VEGAP, SANTANDER, 2024

Enfrentada a ellas, se expone la serie Cloacas y campanarios (1930-1932), donde la figura humana solo aparece como huella o residuo, estando el foco de atención en la materia y sus diferentes texturas. Con pinturas como El espantapájaros y Tierra y excrementos, la pintora gallega se acercó a los postulados estéticos del surrealismo para presentar una visión necrológica e inquietante de la naturaleza. 

Por su parte, en Arquitecturas rurales (1933-1935) dibuja esqueletos o carcasas de silos, almiares y otras construcciones efímeras utilizadas para la cosecha de cereales, siendo de nuevo el resultado de una tensión entre lo animado y lo inanimado –entre el rostro y la máscara–, que es uno de los rasgos más inquietantes de su obra. La materia es aún protagonista, pero sometida a la geometría, un proceso que culmina en sus cerámicas.

Se exhiben, de igual modo, sus colaboraciones teatrales, entre las que destaca la escenografía de Clavileño (1936), un ballet de Rodolfo Halffter que no llegó a presentarse en la Residencia de Estudiantes por el inicio de la Guerra Civil. Las fotografías de las maquetas del escenario y los figurines, que se presentan en la sala expositiva sobre la bahía, permiten hacerse una idea de la radicalidad de la propuesta de Mallo.

Una mujer pasa por delante del lienzo de Maruja Mallo ‘Canto de las espigas’ (1939).

Una mujer pasa por delante del lienzo de Maruja Mallo ‘Canto de las espigas’ (1939). BELEN DE BENITO / CENTRO BOTÍN SANTANDER

La exposición también dedica un espacio a La religión del trabajo (1937-1939), propuesta que surgió, según la versión de la artista, de “la fe materialista en el triunfo de los peces, en el reinado de la espiga”. En estas arquitecturas humanas, las manos –instrumento de trabajo y de contacto– no parecen capturar sino enlazarse con los peces y las espigas, con las redes y las hoces, compenetrándose con ellas y protegiéndose mutuamente. 

Mallo acumuló series (Naturalezas vivas, entre 1941 y 1944, y Máscaras, desde 1948 a 1957, entre otras) hasta su regreso a España en 1962, donde siguió pintando obras próximas al delirio mientras se recobraba la memoria del arte español con ella dentro. De componente de la Edad de Plata pasó a convertirse en uno de los seres imprescindibles de la Movida, con aparición estelar en el programa de Paloma Chamorro.      

Falleció en una residencia madrileña en 1995, pero ahora, de una vez, es reconocida como una creadora esencial en el paisaje ancho del arte español del siglo XX. Posiblemente la más fantástica de una vanguardia que fue ella misma. Y sus lienzos son la expresión de una búsqueda que a su paso sigue provocando el más estimulante de los asombros. En ella el arte fue una extensión de la actitud. Maruja Mallo era eso: la gran surrealista ibérica.