El mundo de Nazario / DANIEL ROSELL

El mundo de Nazario / DANIEL ROSELL

Artes

Nazario, salvajes obras completas

El artista sevillano, histórico del ‘underground’ y personaje de la Barcelona canalla, reúne en el CAAC una retrospectiva integral de sus mejores cómics e ilustraciones

2 octubre, 2021 00:10

Cuando la contracultura se hizo sitio en Barcelona y despuntaba al compás de una hornada de jóvenes de raigambre obrera y apetito libertario que marchaba dispuesta a desbaratar la mole ideológica del franquismo, Nazario (Castilleja del Campo, Sevilla, 1944) estaba ya confeccionando su propia condición de extraño, de artista difícil de ubicar en un ámbito concreto. Estaba en el centro mismo de aquel torbellino, pero sin excesivo ánimo de tribu, a lo suyo, dibujándose de otro modo, precisamente allí donde aún sigue, aunque ahora asomado, entre flores y ligues esporádicos, a la Plaza Real, en un costado de las Ramblas.       

En aquel territorio, en la trasera residual de Barcelona, se forjó este ser extremado, ángel fieramente humano. Ejerció de abanderado del cómic underground español con unas historietas que igual alumbraban la violencia doméstica que las catacumbas de la homosexualidad. Vivió el fenómeno de la contracultura montando su propia fiesta. Digería alcohol de alta graduación con el ansia del eterno sediento. “Hubo un tiempo en que pensé que lo ideal hubiera sido poder inyectármelo”, asegura. Entonces era difícil distinguir el día de la noche, pero a cada jornada le buscaba su justa ración de carne y destilados. 

El ilustrador Nazario, referente del 'underground' barcelonés

El ilustrador Nazario, referente del 'underground' barcelonés

Nazario, en el CAAC de Sevilla / REPORTAJE GRÁFICO: @JAIMEFOTO

“Nos movíamos por el ambiente como por campos de minas. ¡Éramos unos supervivientes!”, afirma Nazario, acaso convencido de que su conquista no es haber superado con creces la frontera del siglo XXI, sino sobrevivir al XX burlando los efectos de una existencia surtida de compañías que cayeron fulminadas tras abrazar todos los excesos: el alcohol, la heroína, el sida. Su obra tiene algo de desolladero de la existencia. De desguace generacional. Y a la vez es delicada, sugerente, dotada de enigma, de mil matices, surgida del imaginario de un alucinado del placer y del sexo.

Aparecen ahora sus trabajos expuestos con ánimo exhaustivo en el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo (CAAC), en el monasterio de la Cartuja de Sevilla, y de todo lo que allí cuelga –más de doscientas piezas, entre cómics, ilustraciones, acuarelas, bocetos teatrales, fotografías, vídeos y textos autobiográficos, recopiladas por Juan Antonio Álvarez Reyes– se desprende una electricidad de postal torcida. Un mapa del ferial humano que militaba en el underground. Un censo de los habituales de los sótanos gloriosos y de los bares camuflados en la penumbra de una Barcelona muy alejada ya de la actual ciudad precocinada y homeopática.

Nazario @jaimefoto23092021 IMG 7839

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Vista así, la exposición al completo puede que el último cronista salvaje de Barcelona sea Nazario, que nació en un pueblo de Sevilla. Porque, a la manera de la vieja canalla extinguida, descubrió la ciudad bohemia sacándole chispas a un papel y un lápiz. Cuenta que empezó a dibujar a voleo, con una libertad inconsciente y sin pretensiones mientras enseñaba a leer en una escuela de ladrillos rojos en Torre Baró-Vallbona. “Un cura obrero me pidió allí unos dibujos para un panfleto político que imprimieron por las dos caras”, explica el artista, quien iría descubriendo que hay un modo de mirar el mundo que no requiere más que disposición en el ojo y atrevimiento en las manos. 

Sus mejores historias tienen un pulso suburbano y van ocupando el lugar del cronista desde unas formas que vienen del underground estadounidense y se estiran por el hedonismo, cierta crueldad, una ironía de sabor ácido y mucho desenfreno. Revistas como El Rrollo enmascarado, Purita y Nasti de Plasti fueron el contenedor de muchos de sus trabajos que circularon también, de forma abundante, por publicaciones extranjeras. Desarrolló una forma singular de fabricar historias a través de un estilo barroco y minucioso, pasado por un filtro lúdico a medio camino entre el puro disparate y la fina observación. 

Nazario3@jaimefoto23092021 IMG 7791

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Entregado a este oficio de ojeador se asomó a la variada fauna urbana de la sociedad española de los setenta (Sábado sabadete en los apartamentos de La Nave), denunció la violencia del hombre sobre la mujer a partir de las coplas (Tatuaje) y las noticias de sucesos de El Caso (Paranoia) y expuso la ocultación de la homosexualidad al arrimo del matrimonio católico, episodio que sacó a la luz en la espléndida doble página de La visita, posiblemente uno de los mejores trabajos de su primera etapa. “Todo lo sentía un poco falso porque creía que, en mi condición de homosexual, debía denunciar la represión y la castración religiosa que sufríamos”, indica. 

De esta forma, sus trazos acabaron por alumbrar la vida subterránea de los homosexuales, pero exhibida no con ánimo exótico o excepcional, sino como algo cotidiano, visible, real. Ahí radica su transgresión y, en buena medida, su carga política, tal como revela el ciclo de historietas de Anarcoma, sin duda su personaje más popular (“Acaba de salir en portugués para Brasil y me han pagado para hacer una serie o una película”, avanza con cierto orgullo). Plagadas de referencias culturales –Jean Genet y Tom de Finlandia, entre ellas–, las aventuras de esta detective transexual son un catálogo de escenarios, liturgias y registros orales que Nazario ilustra con el ánimo obsesivo de un miniaturista del lumpen

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Sintoniza ese afán testimonial con otras de sus derivas artísticas también presentes en la retrospectiva del CAAC, como las inmersiones en la pintura hiperrealista y los escritos autobiográficos, donde percute de nuevo con un registro minucioso de personas y ambientes. “Siempre me apasionó contar mis aventuras, incluyendo por supuesto las más íntimas, educado como fui en rigurosas confidencias en los confesionarios. (…) Quizás sea ésta una de las razones por las que un día los exhibicionistas nos volcamos en nuestros diarios, como el náufrago que mete un escrito en una botella y lo lanza al mar”, confiesa en La vida cotidiana del dibujante underground, primer tomo de sus memorias. 

Al airear sus recuerdos, Nazario insiste en los amigos y los novios, las palizas y las borracheras, el activismo cultural y el deseo homosexual, si bien sus andanzas trascienden, en buena medida, la historia personal y terminan proponiendo una cartografía de la contracultura en España. Da cuenta así, en primera persona, de las intersecciones que la hicieron posible –la música, las lecturas y los ideales bombeados desde las bases americanas de Rota y Morón– y de la rápida expansión entre ciudades (de Sevilla a Barcelona) y disciplinas artísticas (el cine, el teatro, la pintura…), pero no entre clases sociales, pues el underground germinó, sobre todo, al abrigo del lumpen. 

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Estuvo, además, en los momentos más brillantes de la Barcelona apache. Experimentó formas nuevas de convivencia –en la comuna de la calle Comercio, donde vivió y trabajó con los dibujantes de El Rrollo–, reinventó los códigos de los espacios públicos al lado de Ocaña y Camilo, y sufrió las embestidas de la autoridad, con multas y secuestros de publicaciones y, sobre todo, con arrestos por escándalo público en Londres y Barcelona, aquí tras un altercado con la Guardia Urbana en la verbena de Sant Jaume. “Atención: en esta exposición se exhiben obras con contenido sexual explícito”, se avisa, a modo de eco de aquellas andanzas, a la entrada de la retrospectiva Nazario, que permanecerá abierta hasta el 28 de febrero. 

Toda esa maquinaria ácrata alcanzó la máxima altura en las Jornadas Libertarias del Parque Güell de 1977 para, luego, caer en picado. Allí se adivinó las hechuras de un proyecto utópico de gran calibre, pero también se constató la imposibilidad de articularlo políticamente. “Atrás quedaban las comunas, los pisos compartidos, los años del underground y aquellos locos y desmadrados años setenta. Los amigos del grupo El Rrollo nos desperdigamos por Barcelona. Yo comenzaría los ochenta con la seguridad de tener un novio fijo, un piso y una revista que saldría todos los meses y en la que podría publicar todos los dibujos que fuera realizando”, señala. 

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La exposición da cuenta de sus trabajos para el teatro (los bocetos para Ocaña, el fuego infinito, que nunca llegó a subir a las tablas) y la música (la portada del álbum Ansia de Dogo y los Mercenarios y su homenaje a Lou Reed, que luego el cantante utilizó sin permiso para la portada de un disco) y desemboca en la obsesiva labor documental que lleva años realizando en torno a la Plaza Real, como si este emplazamiento de la capital catalana fuera un mundo en vías de extinción, el lugar al que va a parar toda esa fauna que la ciudad expulsa y que viene a recalar a este último refugio de lo espontáneo, lo libre y lo diferente. 

Cumplidos los setenta y siete años, Nazario mantiene el esqueleto engrasado, las manos rápidas y la voz perforada por la noche y el humo. Y eso que la Transición suburbial la vivió este señor con papel y lápiz y una algarabía siempre al alcance. Ahora anda en la fotografía y el vídeo, dando testimonio del zoo variado que observa desde su ventana. Pero para algunos será siempre el narrador de una verdad muy bien simulada, de cuando en los bares de Barcelona aún había percheros de boinas y la transgresión consistía en andar sin rumbo fijo, tratando de pasarlo bien mientas el mundo necesitaba ser contado de otro modo. ¡Qué penúltimo naufragio, qué feliz deriva!