Dibujos de 'manga'

Dibujos de 'manga'

Artes

La invasión sutil de los dibujos japoneses revoluciona la animación

La influencia del 'manga' y del 'anime', cuyas ventas han subido un 180% durante la pandemia, revoluciona el mundo del tebeo y la animación, aunque sus orígenes proceden de décadas atrás

22 agosto, 2022 20:05

Hay un cuento de Pere Calders (1912-1994) que sirve para explicar muy bien el origen y repercusión del manga y el anime –cómics y dibujos animados orientales-- en la sociedad española. Se llama Invasió subtil (Invasión sutil) y fue publicado en un volumen bajo el mismo título por Edicions 62 en 1978. En el relato, el narrador confiesa que ha conocido a un japonés muy peculiar en un hostal de Tossa de Mar. Lo original de la circunstancia es que el japonés no dispone de ninguna de las características físicas o culturales que históricamente hemos relacionados con el país del sol naciente. Su cabello es rubio, su tez pálida y sus mejillas sonrosadas.

A la hora de la comida se decanta por la ensalada catalana con mucha cebolla, por unas buenas mollejas a la brasa y, de postre, siempre toma almendras torradas, café y coñac. Para más inri, habla un catalán perfecto –sin sombra de acento de ninguna clase– y declara que su oficio es vender figuras de santos de Olot, que lleva toda la vida viviendo en Cataluña y que es del Barça de tota la vida. Cuando el narrador refiere la historia a su mujer –que se ha hecho servir la cena en la habitación del hostal– esta le pregunta que por qué está tan seguro de que es japonés si este no lo parece y, además, él nunca ha conocido a ninguno. El narrador dice que él los pilla de seguida. Que a él no le engañan. Y que le asusta que ahora aparezcan sin ninguno de sus rasgos distintivos, porque darán mucho trabajo.

71yry M26hL

De manera análoga, si en la actualidad pensamos en manga y anime tal vez lo primero que nos venga a la mente sean los cómics violentos y las series para adolescentes, en otakus con los cabellos tintados de colores fosforescentes transitando por salones del manga y frikis disfrazados por las calles del centro de cualquier ciudad. Algunos, tal vez evocaran las bellas páginas de Jiro Taniguchi, la distopía retrofuturista de Katsuhiro Otomo en Akira o en las inolvidables películas de Hiyazo Miyazaki para Ghibli. Y todo eso es manga y anime, claro. Pero la verdad es que en España ya conocíamos este género antes del siglo XXI. Formó parte de nuestras vidas sin darnos cuenta. A nuestros primeros dibujos japoneses le pasaban lo mismo que al presunto oriental del cuento de Calders. No lo parecían.

Pensemos sino en la candidez tirolesa de Heidi –dirigida nada menos que por Isao Takahata, posterior director de La tumba de las luciérnagas en el serial lacrimógeno italo-americano de Marco o en el romanticismo pop de Candy Candy. Todos anime. O incluso antes, en el fugaz y mítico Mazinger Z –en TVE cancelaron la serie debido a las quejas de algunos televidentes, para que luego digan de los ofenditos actuales–, en la abeja Maya, Vickie, el vikingo, Tom Sawyer o El bosque de Tallac. En efecto, todas esas narraciones de dibujos que fueron producciones japonesas. Los ojos grandes, el sentimentalismo, la destreza en la descripción de los paisajes –propia del mundo oriental– eran camuflados por la fuerza de la trama, la pericia en la narración y la voluntad de internacionalización. Trataban temas de interés general, hablaban en nuestras lenguas romances e incluso las sintonías de apertura eran adaptadas por los grupos infantiles de modas.

Y todo debido a que en 1974 un estudio de animación japonés llamado Nippon Animation decidió que sus producciones podrían tener éxito en Occidente y trató de elegir temas y coproducciones para adaptar sus productos al nuevo público. El éxito de esas producciones fue tal que, al poco tiempo el estudio llegó a acuerdos con la productora BRB Internacional y se crearon las míticas series que siempre consideramos españolas. Así que, cuando en 1982 vimos D’Artacán y los tres mosqueperros –dirigida por Taku Sugiyama o posteriormente La vuelta al mundo de Willy Fogg o Ruy, el Pequeño Cid, de alguna manera, estábamos viendo anime. Para muchos niños europeos, el primer contacto con la literatura europea –las series anteriores eran versiones de Alexandre Dumas, Jules Verne y el Cantar del Mío Cid– fue a través de los dibujos animados imaginados por japoneses. ¿Cómo se quedan?

Una segunda ronda de animes desembarcó con la llegada de las televisiones autonómicas allá por 1989 de mano de Toei Animation. De hecho, una de las políticas más potentes para desarrollar el uso de catalán fue la emisión en TV3 –y en otras cadenas de la FORTA, la asociación de televisiones autonómicas– de las series de Akira Tokiyama como Dr.Slump –conocido popularmente con el nombre de su hija robot: Arale—o el elegante héroe gótico el Capitán Harlock. Al albur de su éxito llegó el celebérrimo Dragon Ball y sus artes marciales y humor más que incorrecto. El impacto de la serie fue tan inesperado que nadie había pensado en importar mercadotecnia y en los quioscos y librerías papelerías de la época tenían fotocopias piratas que los chavales de la época compraban con fruición en una muestra prematura de fan art.

Como la exclusiva de los derechos de emisión las tenían las autonómicas muchos de los chavales de la época de Valencia, Murcia y más al Sur, veían los capítulos en la lengua de Alexia Putellas. Los más avispados también podían disfrutar de maravillas gráficas como la versión de Sherlock Holmes realizada por Hayao Miyazaki –posterior fundador de Ghibli– en la estupenda Sherlock Hound. Ya allí se encontraban en semilla alguna de las señas de identidad de su cine posterior: el gusto por las persecuciones de multitudes, la esteticidad del movimiento o el gusto por los aviones. 

Casi por la misma época irrumpen las televisiones privadas en las parrillas y especialmente Tele 5 hizo aumentar las horas de exposición de los televidentes a las ficciones niponas. Y con ellas se popularizaron nuevos géneros deportivos. En aquellos años eran muy populares las series de vóley-ball Juana y Sergio o el famoso Campeones (Capitán Tsubasa en el original) con los carismáticos Oliver Aton y Mark Lenders que, en una suerte de dotes adivinatorias presimpsons, avanzaron la futura relación de Lionel Messi y Cristiano Ronaldo. La cosa siguió con Calimero, Pokemon o Sin-Chan. Las casas editoriales, animadas por la popularidad de las series, empiezan a publicar los tebeos respectivos.

La cuarta etapa del desembarco llegó con el nuevo siglo –con animes como One Piece, Naruto o Death Note– y es ahí donde se explica buena parte del éxito contemporáneo del género entre nosotros. Para empezar, muchas editoriales optaron por primera vez por no invertir el orden de lectura original –de derecha a izquierda– y esmerarse en las traducciones. Se estima que más de del veinte por ciento de los libros más vendidos en todo el año en España, son mangas.

A raíz del confinamiento por la pandemia se estima que ha subido un 180% el consumo de la dupla manga-anime. La comunidad de lectores y espectadores del género son uno de los colectivos más fieles, activos y comprometidos del mercado. La proliferación del uso de internet no ha hecho más que multiplicar esos resultados. No hay más que atender a fenómenos tan extraordinarios como el fansub (subtítulos por aficionados) donde las películas o series de televisión son traducidos por amateurs y puestos a disposición de la comunidad en un tiempo récord y sin intercambio económico ni permiso de las compañías o los creadores para hacerlo.

71ZfcQTzP4L

El mercado actual en España cada vez se parece más al japonés. La fuerza de las series comerciales –con sus consecuentes adaptaciones televisivas– ha ganado definitivamente la partida a otras propuestas más artísticas. Se empieza a discriminar por géneros y subgéneros, en una cascada de preferencias cada vez más marcadas. Es más, de la diversidad y especificidad –casi enfermiza o directamente enferma– de sus géneros y formas han hecho bandera. Como en toda sociedad tardocapitalista que se precie, el lector va enquistándose en sus propios gustos y encontrando incluso aquello que no sabía que andaba buscando. Así, podemos optar, entre muchas otras etiquetas, por aficionarnos a los Spokon (manga de temática deportiva), Gekica (drama para adultos), Yaoi (amor gay), Yuri (amor lésbico) Mecha (robots gigantes), Ecchi (humor erótico), Gore (alta violencia), Jidamomo (Japón feudal) y mil de otras subcategorías dentro del Hentai (pornografía).

La vitalidad del género es tal que incluso en países no orientales está naciendo una fértil colección de mangas locales. Algo parecido a lo que pasó en el pasado con el rock and roll fuera de los países anglófonos. En Francia existe el movimiento llamado La nouvelle manga iniciado por Frédéric Boilet, que combina el enfoque artístico del tebeo francobelga con el estilo nipón. También en España tenemos una incipiente generación de mangakas –creadores de mangas– que son disputados por las editoriales ante el aumento de la demanda de los nuevos lectores. Por no hablar del mundo submarino de la red, donde miles de adolescentes dibujan y comparten sus historias propias o inspiradas en otros cómics con fruición y desparpajo en redes como Webtoon. Parece que la invasión sutil ha terminado triunfando. Es innegable que el manga y anime han llegado para quedarse.