
Cézanne-Zola: origen y dolor del arte contemporáneo
Cézanne-Zola: origen y dolor del arte contemporáneo
Acantilado documenta a través de un epistolario cruzado la amistad y los vínculos intelectuales entre el pintor francés y el gran novelista del naturalismo en el contexto de la Francia del Segundo Imperio
El gran pintor Paul Cézanne pasa a la historia; nace rico, pero malvive su propia existencia. Su amigo del alma, el escritor Émile Zola, reconstruye el siglo XIX, inspirándose en la Comedia humana de Balzac y concluye el fresco social de la Francia del Segundo Imperio, a través de una saga familiar. Cuando Cézanne le manda su primera carta a su amigo, en 1860, el tiempo de los nuevos paisajistas le pisa los talones; un día será legendario, pero hoy sufre un presente magro. Zola, por su parte, se sabe escritor sin fronteras; lee a Dumas, Michelet, Moreau, George Sand o Molière, y también a Petrarca, Horacio y Shakespeare; su cabeza vive en el torbellino de su biblioteca y desfila por su correspondencia en un caudal de citas sin contexto.
La correspondencia entre ambos leída ahora, un siglo y medio más tarde, muestra el valor de la amistad, el afecto más sincero entre dos seres humanos arrebatados por la pasión del arte. Probablemente, una de las últimas trincheras frente a los nuevos prometeos que hoy roban el fuego sagrado de los dioses; un alegato contra los valores occidentales del reparto del botín entre los poderes mastodónticos, escrito durante la Francia de Napoleón III, cuando la disuasión nuclear de hoy era inimaginable.
La relación entre Zola y Cézanne empieza en el colegio de Aix-en-Provence y se desarrolla como una ascesis -camino de la virtud- de dos creadores conectados que pierden sus ideales de juventud y ponen a prueba su resistencia ante sus enormes posibilidades. Creen en el arte como valor absoluto y aceptan transitar por el sendero más espinoso: la responsabilidad adquirida por el artista con su propio talento.

Autorretrato de Cezanne (1879-80)
Mientras la admiración entre ambos avanza, Francia muda su piel. Después de su infancia y adolescencia en Aix-en-Provence, deciden vivir de lleno el París del barón Haussmann, el de las anchas avenidas y el perfecto Sena encauzado; la ciudad de las alcantarillas, el abastecimiento de agua y la Ópera de Garnier. Empieza el gran momento de Zola, el de obras como Germinal o La taberna; Zola en el mundo urbano y Cézanne en los páramos de Aix, reproducen en sus cartas una sensibilidad compartida.
El escritor ayuda económicamente a su amigo, que siempre ha sido prisionero de la tacañería de su familia. Su correspondencia se convierte en avanzadilla de la legión que espera un cambio de civilización: atraviesa “la revolución de los impresionistas, la aparición del público y el mercado del arte”, escribe Ignacio Echevarría en el prólogo de La obra, de Émile Zola, publicado por Mondadori. Es la capitulación de la Academia, bajo las afiladas aristas de la modernidad, el fin real del Ancien Régime en términos estéticos; la consecuencia de la noche de la Bastilla o su transformación cultural en desacato.
En 1885, Cèzanne envía a su amigo la que será conocía como su carta de la ruptura, después de que Zola lance la publicación del ciclo de los Rougon-Macquart, las novelas inspiradas en su amistad con el pintor. En la primera de ellas, La saga de Rougon, aparece su protagonista, el pintor Claude Lantier, intentando terminar un óleo de grandes dimensiones que represente la modernidad de la Francia laica y republicana. A este primer título le siguen La jauría, El vientre de París o La conquista de Plassants (la Aix-en-Provence de ficción), entre otras, hasta un total de veinte.
La saga de Zola sitúa la rama fatal del árbol genealógico de los Macquart y los Lantier, portadores de una herencia endemoniada por medio de cuatr arquetipos: el asesino, la puta, el cura y el artista, o su gradación elevada, la muerte, el sexo, el arte y Dios. Zola no elabora el diseño biográfico de una familia poderosa que atraviesa el ochocientos; solo describe el mito.

Retrato del novelista Emile Zola de Édouard Manet
Cézanne se reconoce en Claude Lentier, el pintor insatisfecho, ignorado y suicida. Se considera a sí mismo el artista maldito a causa de su vocación, el Frenhover de Balzac, en La obra maestra desconocida. Se ha escrito que Cézanne casi muere de melancolía y de rencor contra su amigo, pero es solo es una media verdad, una vulgata que ha sobrevivido. Ahora, Henry Mitterand, el cuidador de Paul Cèzanne & Emile Zola; cartas cruzadas (Acantilado), apuntala el afecto nunca desfallecido entre ambos artistas, anotado ya en la Correspondence de John Rewald, basada en manuscritos actualmente inaccesibles, depositados en la Bibliothèque Nationale, en la Mejánes de Aix o en los anaqueles privados de los descendientes. En esta versión de la correspondencia en castellano -traducida por Caridad Martínez y Nuria Petit- se descubre una carta fechada en 1887 en la que Cézanne dice rotundo: “Mi querido amigo te agradezco esta nueva rama del árbol genealógico de los Rougon-Macquart ...te mando mi agradecimiento y mi saludo”.
La forma de parentesco entre ambos se mantiene a lo largo de tres décadas; la elección de temas y el espíritu de una época colorean la educación infantil y juvenil de ambos, hasta alcanzar la madurez. Entre las primeras cartas destaca la franqueza de Zola, ante los intentos poéticos de Cézanne: “Mi verso sea tal vez más puro que el tuyo, pero no cabe duda de que el tuyo es más poético, más verdadero; tú escribes con el corazón, yo con la inteligencia”. El escritor le exige a su amigo, brujo de la forma en movimiento, mayor dedicación a su arte coloreado y vocacionalmente asimétrico: “Tú que has guiado mis pasos inseguros en el Parnaso; tú que de pronto me has abandonado, hazme olvidar al Lamartine incipiente sustituyéndolo por el Rafael futuro”. Que es como decir no me vengas con poemitas, ¡dedícate a pintar, ¡pinta!
El afecto nacido en Aix se mantiene en París y en los momentos de ida y vuelta de la capital a la Provence. El marchante Ambroise Vollard, que trabó una gran amistad con Cézanne, afirma que el pintor se deshace de las cartas del escritor, dando por supuesto el desinterés de Zola por el arte; algo inexacto, si tenemos en cuenta, que el escritor frecuentó en París las visitas al Café Guerbois y a la Nouvelle Athènes, bullicio de pintores y críticos de arte del ochocientos; y más si añadimos al dato la gran cantidad de textos zolianos sobre estética, aparecidos en la prensa de la época y el buen número de citas de Edgard Degas o Claude Monet, en las cartas enviadas al pintor.
En la correspondencia no hay enredos, sino franqueza con un intercambio de confidencias privadas y profesionales destinado al estudio de las convicciones artísticas. Cézanne pasa apuros económicos a pesar de la prometedora aportación pictórica de sus mejores lienzos, como Olimpia Moderna, Una Granja de Auvers, Bodegón con Manzanas, La Montaña de Santa Victoria, Los Jugadores de Naipes y Las Grandes Bañistas. Es el mejor pintor de su tiempo, pero esta verdad no será reconocida dinerariamente hasta después de muerto. Jura sobre lo más sagrado su preferencia por el arte aún a cambio de severas privaciones. Enarbola la bandera de la “sensación”: todo se resume en “leer la Naturaleza”. ¿Qué es el arte sino un rincón de la Naturaleza visto a través de un temperamento?

'Cartas cruzadas'
Cézanne es un camino angosto entre el impresionismo del XIX y la ruptura definitiva de las vanguardias en el XX. “Su atención a las relaciones de tonos se corresponde con la atención que presta Zola a la trama sonora de su fraseado”, escribe el Henry Mitterand. Ambos artistas exponen el orden y su contrario: el caos. Conocen el siglo de la Comuna de París y están atentos a la hora de refutar la hegemonía del genio romántico que les precede. El género que practican para comunicarse por escrito no olvida el fondo retórico ni el estilo de narración literaria que quieren verter.
Se nutren de una memoria más primitiva que la palabra o la paleta. Expresan su contagio de forma paradójica y muchas veces secreta. El pintor exhibe trazos y plumeados de colores capaces de conmover la mirada compasiva sobre la Saint-Victoire o el desequilibrio ajeno a las leyes de la perspectiva, cuando se trata de bodegones. Cézanne funciona de verdad en el momento en que se aparta del comienzo, de la pulsión sombría tan marcada en obras como Lot y sus hijas, La barca de Dante, La tentación de San Antonio o La orgía.
En los últimos años de su vida, Cézanne se cierra como una concha. Cuando estalla en caso Dreyfus, en 1984, Se entrega al movimiento anti-Deyfusista. Se alinea con Vollard, Émile Bernard, Joachim Gasquet,o Maurice Denis, todos antisemitas. Tratan de apartarlo de la influencia de Zola que publicará el famoso J’Acusse como carta abierta en el diario L'Aurore el 13 de enero de 1898, y dirigida al presidente de la República Francesa, Félix Faure.
Zola se convierte en supremo cuando olvida sus complejos de cronista social ordenado y piel blanca y rompe con la arquitectura narrativa del naturalismo que defiende. Funciona de verdad con la sangre, la guerra o el furor del sexo. Es más auténtico citando a Calígula que siendo el contador de anécdotas en los salones del Marais, más dignos de Pompadour y Diderot. El iluminismo se apaga a las puertas del siglo XX.