
Eva Armisen Barcelona
Eva Armisen: "Las facultades de Bellas Artes son tan importantes como las de Matemáticas o Medicina"
La artista aragonesa, afincada en Barcelona, desde donde trabaja para el resto del mundo, reflexiona sobre su trayectoria creativa y analiza las causas del escaso protagonismo social que la pintura tiene en España
Eva Armisen nos habla de uno de sus últimos viajes a Corea, donde ha realizado instalaciones y distintas exposiciones como Casa, definida por la propia pintora como una de las más ambiciosas de su carrera. El país asiático no es el único en el que la obra de esta pintora zaragozana, afincada en Barcelona, goza de prestigio: Hong Kong, Portugal, Inglaterra o Estados Unidos son geografías en las que Armisen expone de manera regular. Entre el 2023 y el 2024 ha expuesto en Dallas, Los Ángeles y Miami.
El año pasado inauguró la exposición Ternura en Lisboa; fue en Portugal donde comenzó a vender sus primeros cuadros. En España su exposición más importante fue Alegría, en la Lonja de Zaragoza, si bien no se puede pasar por alto su instalación en el mercado de abastos de Cádiz, ciudad para la que está preparando otro proyecto. Pintura, ilustración, cerámica, escultura. Eva Armisen es una artista total cuya trayectoria tiene algo de montaña rusa. Desde el inicio se ha mantenido fiel a su estilo, absolutamente reconocible.
Si no me equivoco, su carrera empezó en Portugal
En cierta manera, sí. Yo había acabado la carrera y mi padre me ayudó a hacer un pequeño dossier con mi trabajo para ir a ARCO. Allí nadie me hizo caso a excepción de una pareja de galeristas portugueses que acababan de abrir una pequeña galería. Así que, con veintiún años me fui a verlos con mi obra bajo el brazo. Llevo treinta y cinco años trabajando con ellos.

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Se puede decir que la descubrieron.
Siempre digo que, si tú aprecias a una persona que se dedica al arte lo que debes hacer es comprarle una obra. Es el verdadero estímulo para ella y lo que le va a permitir pintar más. El mérito está en creer en algo porque conectas con ello y te gusta, y no porque alguien te ha dicho que es una inversión. Pienso en mi profesora de plástica que, cuando yo tenía once años, me dijo que estaba capacitada para pintar un cuadro grande. Pinté un cuadro que me parecía increíblemente grande, acostumbrada a pintar siempre en pequeños folios y lo presentamos a un concurso. Así empezó todo.
¿La pintura es una vocación y una predisposición o se puede aprender?
Como en cualquier arte, la música, por ejemplo, debe haber predisposición. Luego, evidentemente, aprendes las técnicas. Lo que es esencial es la vocación, pero no solo en el arte. Hay trabajos, como ser médico, que necesitan una vocación, porque si no la tienes son muy difíciles de realizar. En mi caso la vocación estuvo ahí, pero esto no quita que siempre se puede aprender. Te diría que siempre se está aprendiendo algo, basta con observar lo que hacen los demás y prestar atención a su trabajo.

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Y la facultad de Bellas Artes…
No fue tan determinante como creía que sería, pero yo soy una persona con la tendencia a quedarme con las partes buenas. Recuerdo que me fastidió tener que dejar Zaragoza y trasladarme a Barcelona porque en mi ciudad no había y, todavía hoy sigue sin haber, una facultad de Bellas Artes. Esto es sintomático de la poca importancia que tiene el arte y la formación artística en nuestra sociedad. De mi paso por la facultad recuerdo un profesor maravilloso: daba antropología, una optativa, y me descubrió otras maneras de pensar y de mirar. Recuerdo también Procedimientos pictóricos, que era la asignatura más dura a cuyas clases era obligatorio acudir. Es una de las asignaturas que más me ha ayudado a poder expresarme y a elegir la técnica adecuada.
Se lo preguntaba, porque el otro día, entrevistando para este mismo medio a TVBoy, nos comentó que su padre le dijo que no hiciera Bellas Artes para que nadie le dijera cómo tenía que pintar.
En su momento, los estudios de Bellas Artes estaban divididos, por decirlo de alguna manera, en tres ramas. Había la parte más clásica, pero también la más experimental. Yo fui probando. Comencé con lo clásico, porque quería intentar dibujar el natural, pero luego fui perdiendo el interés. Me fui hacia lo más experimental, pero tampoco me seducía. Lo mejor de esos años es que conocí a mucha gente, alguna de la cual sigue estando cerca de mí. De hecho, la persona que trabaja conmigo en el estudio es de Bellas Artes y la conocí precisamente entonces.

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Cerámica, grabado, escultura, pintura… ¿Cada proyecto y cada obra requiere de una técnica?
Yo siempre empiezo escribiendo. Cuando ya he fijado de alguna forma la idea me relajo. Entonces vengo al estudio y lo primero que hago es decidir la técnica y la escala, es decir, las dimensiones. Cuantas más técnicas controlas más posibilidades tienes a la hora de plasmar ideas. No me gusta pensar que la técnica es lo primero, porque no es verdad. Es, en todo caso, un vehículo o un instrumento a través del cual expresarte.
Hace algunos años descubrí la cerámica y ahora ha adquirido para mi mucha importancia a la hora de expresar determinados sentimientos como puede ser el de la fragilidad: la cerámica siempre está al borde de romperse o de quebrarse. De la misma manera, un lápiz muy fino y un dibujo a pequeña escala tiene algo más íntimo que un trazo más grueso en un dibujo a gran escala.
Hablemos de los colores: de los tonos pastel a las tonalidades de negro de los grabados.
He hecho grabado durante muchos años, pero ahora desgraciadamente hago menos o, mejor dicho, ahora me lo hacen. Durante muchos años lo hice yo y, de hecho, tengo ahí el tórculo. El grabado es una técnica, como a cerámica, que está siempre sujeta a lo inesperado y a los accidentes, porque pueden pasar miles de cosas durante el proceso, cosas que yo, por lo menos, no controlo del todo. En la universidad me enseñaron la técnica del carborundum, que da unos negros aterciopelados. Esta técnica me llevó a tener una contundencia en la imagen casi de cartel.

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Es una técnica perfecta para determinadas cosas, pero no para otras. Ahora estoy preparando una exposición en Cádiz, en un castillo que está dentro del mar. La paleta de colores con la que quiero trabajar tiene que estar relacionada con el lugar y la técnica, en parte, también. Luego las ideas van mutando, evidentemente, pero siempre se debe tener en cuenta el lugar en el que se trabaja.
¿La elección de técnicas o el hecho de optar por los negros o por los colores ha ido variando también por épocas?
Hay épocas con muchísimo colorido y otras que no, pero diría que aquello que define las tonalidades son los temas sobre los que trabajo. Hace un tiempo hice una exposición en Moscú en la que el protagonista tenía que ser el lápiz y los colores blanco y el rojo, puesto que la temática era el amor y la ternura. De ahí que trabajé con muy pocos colores, basándome no solo en el significado de los conceptos, sino también en el diálogo que podían llegar a establecer las obras entre sí y con el espacio.
Supongo que el espacio es un factor determinante.
Los espacio siempre hay que tenerlos presente, sobre todo cuando son históricos, porque marcan mucho. Pienso en la exposición que hice en la Lonja de Zaragoza, un palacio renacentista, con techos muy altos. Tiene tanta presencia que no se puede trabajar de espaldas a él, al contrario. En esa ocasión el reto era poder convivir con el espacio e, incluso, intentar que potenciara mis obras.
Exponer en la Lonja es una cosa completamente distinta que exponer en una galería o en el Museo de la Guerra de Seúl, que es una especie de nave enorme y tú tienes que ordenar el espacio con el objetivo que el espectador entre y recorra la exposición hasta el final. En ocasiones como esta trabajo con un arquitecto, porque a mí me cuesta muchísimo imaginar los espacios.

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Cuando haces una exposición de 300 obras, por ejemplo, tienes que pensar que la persona estará entre una y tres horas en la exposición, siempre y cuando consigas que siga tu hilo narrativo. En circunstancias como esta la organización del espacio o la iluminación juegan un papel clave.
La experiencia de exponer dentro de un espacio cerrado debe ser muy distinta a la de exponer en la calle.
Completamente distinta. A mí me encanta trabajar en espacios abiertos, en la calle, en lugares donde la gente no espera encontrar obras artísticas. Ahí la exposición adquiere características propias del performance y el interés que despiertan las obras en los transeúntes demuestra el poder que tiene el arte, un poder que no valoramos.
En Europa hay una gran tradición de grandes museos y pinacotecas, mucho mayor respecto a Oriente.
Es cierto. En Japón, por ejemplo, tienen una tradición larguísima de exponer en centros comerciales. Aquí sorprende, pero ellos están muy acostumbrados y no se considera que una obra expuesta en un centro comercial tenga menos valor que otra expuesta en un museo. Cambian las formas y los lugares, la gente no. Por mi experiencia, te puedo decir que la gente conecta con el arte por los mismos motivos. Yo he visto en Rusia a personas emocionándose con las mismas obras ante las cuales se emocionan en Corea o en Barcelona.

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Lo que me encanta de Corea es que valoran el arte hasta el punto de que hay empresas muy poderosas que regalan a sus trabajadores obras de arte, montan exposiciones para sus dependientes o las utilizan para campañas publicitarias. En Corea las empresas invierten mucho en arte y el hecho de que te hagan un encargo te permite a ti creadora experimentar. Los presupuestos son elevados. La publicidad es restrictiva en el sentido en que las empresas tienen siempre una idea muy clara de lo que quieren, pero, por el otro lado, manejan presupuestos tan elevados que te permiten experimentar con formas, materiales y espacios que de otra manera no podrías.
Siempre se ha dicho que España no es un país de inversores ni de compradores de arte.
Si tú haces que el arte entre en las casas de la manera que sea consigues que la gente desarrolle su sensibilidad artística, pero si ni tan siquiera hay facultades de Bellas Artes en las principales ciudades…. Son tan importantes como las facultades de Matemáticas o de Medicina. Lo que pasa es que aquí el arte se desplaza a un segundo plano ya en los colegios. ¿Cómo va a haber coleccionistas si ni tan siquiera desde los colegios se da valor al arte? Por esto, siempre digo que tenemos un problema educativo muy grande. Todavía hay padres que nunca recomendarían a sus hijos estudiar Bellas Artes porque consideran que no se puede vivir del arte, como si cualquier otra facultad garantizara algo.

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Hay niños que nunca pisan un museo
Esto me hace pensar en una noticia que leí el otro día: en Suiza han comenzado a recetar a determinados pacientes visitas a museos. Me encanta la idea: piensa en personas mayores o personas que no quieren salir de casa por equis razones. Ir a museos, te obliga a salir de casa, te permite empaparte de arte y de ideas de otras personas y te hace volver a casa con más ganas de hacer cosas, emocionada con los que has visto. Pero no basta con los museos. Por ejemplo, si las empresas colaboraran más con los artistas, el arte estaría más presente en nuestro día a día.
¿Qué hay de malo en esto? Al final es un tema de educación. Hay muchos colegios que trabajan con mi obra y es fantástico para mí. Lo que sucede es que la experimentación artística no debe limitarse a la primera infancia. Los niños llegan a los seis años y el arte se vuelve algo residual. Es una equivocación arrinconar en los estudios el arte, sobre todo porque están muy relacionados con la filosofía, las matemáticas o con las ciencias, asignaturas de una abstracción muy creativa.
Hablando de niños, usted ha hecho también libros infantiles.
Mi carrera es como una montaña rusa. Me dejo llevar bastante por la intuición; no me gusta que me hagan favores, no me interesa estar en una increíble galería si el galerista no cree en mi trabajo. Me dejo llevar por proyectos en los que percibo una confianza en lo que yo hago. Esos libros infantiles nacieron cuando mis hijos eran pequeños. Editamos [Marc Parrot y ella] tres libros; yo puse los dibujos, no soy la autora de las historias.
A la hora de crear me he basado sobre textos preexistentes y lo he hecho desde la idea de que los niños entienden todo, de que no había que adaptar los dibujos… Además, hay gente que piensa que mis dibujos ya son de por sí infantiles. De todas maneras, lo que me gusta de la ilustración es la posibilidad de poder iluminar los textos.

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Usted ha iluminado muchos textos de Eva Piquer (libros y sus artículos en Catorze), pero además en sus cuadros aparece siempre algo de texto. ¿Tan importante es para usted la palabra?
Mucho. Siempre he introducido palabras y tengo la sensación de que cuando las introduzco pinto con ellas. Las palabras tienen una plasticidad, cada una la propia dependiendo de su significado y del contexto y, además, me permiten abrir ventanas concretas dentro de los cuadros. Siempre me han interesado las lenguas y para mí es una suerte conocer idiomas y pasar de uno a otro, porque hay palabras que solo existen en un idioma y no en otro, o que, dependiendo del idioma, te evocan una cosa y no otra. Muchas de mis obras nacen de las palabras.
Pienso en su cuadro Tejer la vida. Los hilos, los tejidos, el acto de tejer… están muy presentes en su obra y, además, tejer está vinculado a la oralidad en el sentido de que las mujeres tejían juntas y se contaban sus vidas y sus historias
Yo tenía una abuela que era una tejedora excepcional. Estudió Química en 1919, siendo una de las primeras mujeres en licenciarse. Era muy inteligente; tuvo ocho hijos, pero no le gustaban demasiado los niños. Tejiendo era una máquina. Recuerdo que sus nietos, que éramos muchísimos, nos poníamos a su alrededor y nos tejía jerséis. Ella representa esa vida que te arrastra a lugares que no siempre deseas y tejer alude a la posibilidad de tejer tu propia vida, pero, aunque tú decidas cómo tejerla, aparecen algunos agujeros.

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Hablábamos antes de la cerámica, ahora del tejer… ¿los oficios tienen un gran peso para usted?
Son fundamentales y me da muchísima pena verlos desaparecer. Hace algunos años me entusiasmé por la cestería y el mimbre, tan común en Galicia y en Portugal, donde, hace poco, encontré a dos artesanos que lo trabajaban y que todavía tiñen en el río. Fue emocionante ver cómo lo hacían. Sería terrible que un oficio así desapareciera. En cuanto a la cerámica, yo empecé en Navarrete, un pueblecito cerca de Logroño, donde hice una exposición. Allí está uno de los centros alfareros más importantes de España y así empecé a trabajar con Toño Narro, que es un artista que lleva la alfarería en sus venas, puesto que su bisabuelo ya era alfarero. Cuando no puedo más y necesito desconectar me voy a Navarrete y me meto a trabajar con el barro y es maravilloso.
Alguna vez ha comentado el placer que implica coger un lápiz y empezar a dibujar. Ante tanta tecnología ¿reivindicar el lápiz, la cerámica, tejer, es decir, crear con las propias manos se vuelve indispensable?
Dibujar es un acto físico. Pintar es un acto físico. Cosas intensas, pero muy emocionantes y placenteras. Yo nunca he sido alguien aficionada a lo digital; a veces me toca, pero no lo disfruto. Con lo digital se puede hacer de todo, pero a mí no me interesa. Lo interesante está en lo que se crea con el cuerpo. Para pintar yo necesito soledad. Soy una persona muy solitaria, me encanta estar sola, pero no me siento sola. La pintura es así, es solitaria. Por esto, es importante combinarla con otros proyectos en los que tengas que colaborar con otros, porque de esta manera te aireas y aprendes, porque te nutres de los otros y de lo que acontece fuera.

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Comentaba antes que algunos describen su trabajo como infantil.
Al inicio, me fastidiaba mucho. Tuve una especie de conflicto con algunas galerías, que consideraban que mi arte era demasiado popular. Yo no lo entendía, porque la galería no deja de ser un negocio; me parecía extraño que no quisieran exponer mi obra porque era popular o naif. Ahora, puedo decir que estoy muy feliz con las determinaciones que tomé. Además, no me parece despreciable el hecho de que una obra sea algo infantil.
¿Cree que no la han entendido?
Fíjate en lo que ha pasado con Yakoi Kusama: era una artista que experimentaba muchísimo, pero hay quien se ha quedado simplemente con las bolas de sus obras. Kusama ahora está de moda, pero miremos hacia atrás: ella se iba a la Bienal de Venecia, montaba sola sus performances, muchos la miraban y pensaban que estaba como una cabra. Pasa el tiempo y empresas como Louis Vuitton no han hecho sino coger lo que ella hacía y rentabilizarlo.
No lo critico, porque no soy de poner barreras, pero esto nos dice, por un lado, que el arte es incomprensible, en el sentido en que tú como espectador te enfrentas a mundos creados por otros. Puede pensarse que lo mío es aparentemente sencillo y, por tanto, conecta con mucha gente, pero hay gente que no lo hace y se decanta por obras más conceptuales que, sin embargo, a ti te pueden parecer muy complejas y no emocionarte nada. Lo que sucede es que muchas veces nos acercamos a las obras desde un respeto absurdo. Obviamente debe haber un respeto por el trabajo de los demás; a lo que me refiero es que las obras están ahí para ser vistas por todos y nos falta perder ese temor ante la posibilidad de entrar en una galería o en un museo para ver obras que creemos que no podemos comprender.

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Hablando de museos, ¿cuántas veces ha admirado la obra de Goya?
Como aragonesa he crecido con Goya siempre presente. Es el gran maestro. ¿Sabes lo difícil que es pintar con masas? Es dificilísimo. Goya, Velázquez, Rembrandt… Son pintores que nos emocionan con sus retratos. Ellos no pintaban, construían masas de color y conseguían captar el alma de aquellos que retrataban. Sus cuadros son geniales.
Se lo preguntaba porque usted ha trabajado mucho el retrato, pero también se ha autorretratado. Y curiosamente en los dos cuadros que llevan por título Autorretrato usted aparece como pintora. ¿Es una forma de reivindicarse?
No lo había pensado así, pero algo hay de reivindicación seguro. Cuando doy charlas y hablo de pintura tengo la obsesión de dar referentes a las más jóvenes. Las de mi edad hicimos lo que pudimos, nos formamos sin ningún referente. Estaba Frida Kahlo ya está; en los libros de texto no aparecían pintoras. Te tenías que buscar tú la vida a la hora de encontrar ejemplos en los que mirarte y esto era muy cansino e injusto. Todavía hay mucho que hacer. En los libros de texto siguen apareciendo las mismas pintoras de siempre y faltan las mismas de siempre. ¿Cómo es posible que no esté Paula Rego? Es una grandísima pintora con una gran proyección y, sin embargo, nadie me habló de ella.