Pedro Vera: la burricie como arte
Hay influencia de Gallardo y Mediavilla en la obra del señor Vera, dibujante de 'El Jueves', pero también la hay de los tebeos Bruguera y del humor español más bestia que imaginarse pueda
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El humor gráfico no pasa por sus mejores momentos en España. Basta con observar la triste decadencia del semanario El Jueves, que vivió épocas gloriosas desde que lo fundaron los difuntos Tom y Romeu en mayo de 1977, para comprobarlo: chistes seudo progresistas, antifascismo de chichinabo, temas que se evitan para no buscarse problemas (nada sobre el islamismo, pues parece que ya basta con ser Charlie Hebdo de boquilla), crítica dirigida siempre a los mismos (que no diré que no la merezcan, pero hay más gente penosa en España aparte de los del PP y Vox) y, en resumen, escasa autoexigencia a la hora de practicar aquello que los del inolvidable semanario francés Hara Kiri definían como humour bete et mechant.
Por eso se agradece tanto la presencia en (lo que queda de) El Jueves del dibujante murciano Pedro Vera (San Pedro del Pinatar, 1967), al que tuve el placer de conocer hace un montón de años en una cena del Salón del Cómic de Barcelona cuando la revista la dirigía el gran José Luís Martín y yo colaboraba en ella (un sector de nuestra parroquia me adoraba, otro me detestaba; ¿saben qué sector se salió con la suya? Acertaron: me despidieron (dos veces, que tiene su mérito, pues me echaron, regresé por clamor popular y me volvieron a echar a causa de otro clamor popular más contundente).
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Aparentemente, el señor Vera no tenía nada que ver con su obra. Costaba creer que aquel caballero bajito y de calvicie más que incipiente fuese el responsable de las gloriosas animaladas que aparecían en El Jueves, donde empezó a colaborar en 1998 con las aventuras de Ortega y Pacheco, dos gañanes murcianos de nivel cinco que habían saltado a la palestra dos años antes en el diario La opinión de Murcia. En esa ciudad fundó también la revista El Tío Saín, donde publicaba las aventuras de Nick Platino, una especie de súper héroe anormal (todos los personajes de Vera lo son, así que perdonen la redundancia), relacionado a veces con el mundo de lo paranormal y que recurría a unas armas, digamos, peculiares: yo destacaría la muleta del Cojo Manteca porque hay que estar muy enfermo para reivindicar, aunque sea para chotearse, a aquel pobre desgraciado punk que se hizo famoso en Madrid una temporadita a base de romper cristales con la muleta que usaba para desplazarse por la capital, haciendo la revolución a su manera (murió hace tiempo, pero no recuerdo de qué: su breve popularidad se la debió a parecer un personaje de la pandilla de Makoki).
Hay influencia de Gallardo y Mediavilla en la obra del señor Vera, pero también la hay de los tebeos Bruguera y del humor español más bestia que imaginarse pueda. Cuando descubrí a Ortega y Pacheco, agradecí poder disponer de una fuente de hilaridad inagotable, basada siempre en lo más bruto y garrulo del carácter de mis compatriotas, poder gozar de un humor emparentable con el de Santiago Segura en las películas de Torrente, un humor pasado de rosca que podía llegar a donde ni Vázquez ni Ibáñez habían podido llegar por motivos obvios. Sin cortarse un pelo, Pedro Vera la tomaba en las historias de Ortega y Pacheco con lo mejor de cada casa; frecuentemente, con personajes de la telebasura a los que retrataba sin piedad alguna, aunque sin descuidar a según qué escritores, cineastas o celebrities en general que lo sacaban de quicio (a él y a sus lectores).
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Luego llegó el momento de pasar de lo particular a lo general. Ortega y Pacheco eran unos especímenes concretos de la burricie española, pero ésta era mucho más amplia y, sobre todo, estaba trufada de estereotipos: no todos los horrores contemporáneos debían ser puestos en escena por Ortega y Pacheco, de los que nunca supe si eran hermanos (¿con distinto apellido?), primos, amigos o compañeros de orfanato. Simplemente, eran dos cenutrios de enormes dimensiones que le iban muy bien a su creador para montar su teatrillo de la estupidez humana. Pero cuando hubo que pasar de lo particular a lo general, les llegó el turno a los Ranciofacts.
Los Ranciofacts empezaron a publicarse en El Jueves en 2012. Y siguen publicándose, pues el cutrerío nacional parece interminable y el señor Vera encuentra cada semana una lacra española que plasmar en la revista. La serie va de lo que indica su nombre, de hechos rancios, de cuñadismo del peor, de cosas espantosas e irritantes en las que, probablemente, todos hemos pensado, pero solo el señor Vera ha tenido la humorada y el valor de dedicarles una larguísima serie de historietas. Los Ranciofacts son el paraíso del lugar común, de la banalidad elevada a la categoría de arte, del imbécil convencido de que todo lo que suelta son auténticas perlas de sabiduría, de los personajes insufribles que, por lo menos, ya que no los podemos matar, nos sirven para reírnos de ellos…
Pedro Vera es el humorista gráfico español que más gracia me hace en estos momentos. Dado el nivelazo de El Jueves, prefiero comprarme sus álbumes, pero reconozco que alguna que otra semana, si el mono es muy fuerte, busco la historieta de Vera en el ejemplar de la semana y me la leo gratis en el quiosco. Es cutre, lo sé, pero intento tomármelo como un homenaje a los hermanos Aguirre de Vallés. No es lo mismo, ya que uno de los hermanos se la meneaba con la revista Lib mientras el otro distraía al quiosquero, pero yo ya me entiendo.