Charles M. Schulz y la neurosis infantil
El éxito global de los Peanuts del dibujante norteamericano Charles Monroe Schulz (Minneapolis, Minnesota, 1922 – Santa Rosa, California, 2000) siempre ha sido un misterio para mí, aunque creo que una gran parte de su popularidad se debe a que parte del público, voluntaria o involuntariamente, entendió al revés las desdichadas andanzas del pobre Charlie Brown, un aprendiz de fracasado al que todo suele salirle mal y, encima, tiene que aguantar a un perro chiflado, maniático, mitómano, amargado, rencoroso y tirando a desagradable que atiende por Snoopy (al que la pijería de nuestro país convirtió, no sé muy bien cómo, en un ser entrañable y propicio para ser impreso en camisetas y para usar su nombre en vano: recordemos la ridícula expresión Te lo juro por Snoopy).
En el universo de Charlie Brown no hay adultos, solo niños con neuras típicas de adultos. La idea era muy original y funcionó de maravilla, sin que saliera ningún psiquiatra a lo Frederic Wertham (el que se inventó que Batman y Robin eran una pareja de homosexuales) a protestar por la manera perversa en que el señor Schulz representaba a los tiernos infantes norteamericanos, haciéndolos sentir y comportarse de una manera presuntamente impropia para su edad. Aunque siga sorprendiéndome a día de hoy, los Peanuts alcanzaron el triunfo a nivel mundial, haciendo rico a su creador y generando adaptaciones al cine de animación, merchandising de todo tipo y un lugar preminente en la cultura popular de occidente. La primera tira de la serie apareció el 2 de octubre de 1950, aunque Charlie Brown no llegó a España hasta principios de los años 70, cuando Edicions 62 publicó en catalán una colección de libros muy bien diseñados con las desventuras del personaje. Un tiempo después, los Peanuts se tradujeron al castellano y se fueron convirtiendo, poco a poco, en un fenómeno editorial y social que, aunque podía ser disfrutado por pequeños y grandes, encontró en los adultos a su público ideal.
Charles M. Schulz era el hijo de un barbero alemán llamado Carl y de un ama de casa de origen noruego llamada Dena Halverson. Tuvo una infancia y una adolescencia bastante apacibles, pero su participación en la Segunda Guerra Mundial (entre 1943 y 1945), con sus inevitables imágenes pavorosas, tuvo efectos devastadores sobre su percepción del ser humano, fomentando su escepticismo y el convencimiento de que, en líneas generales, todos dejábamos bastante que desear. Si tras la guerra Kurt Vonnegut escribió Matadero 5 y se pasó toda la vida obsesionado por el bombardeo de Dresde (en cuyo campo de prisioneros habitaba: fue bombardeado por sus compatriotas), Schulz alumbró a Charlie Brown y su pandilla desde el marco mental adquirido a su pesar durante la contienda. De ahí que le saliera un producto ingenioso y divertido, sí, pero también un tanto deprimente, pues hizo caer el peso del mundo adulto en los hombros de unos pobres críos que solo aspiraban, como sus mayores y con el mismo escaso éxito, a ser felices.
En Peanuts, eso sí, la galería de personajes (o de pequeños taraditos) es sensacional: el agonías de Charlie, un inútil del béisbol obsesionado por la Gran Calabaza; su simplona hermana Sally; su amigo Linus, siempre enganchado a su mantita tranquilizadora y chupándose el pulgar; su perro Snoopy, que quiere ser un as de la aviación de la Primera Guerra Mundial y derribar al Barón Rojo (mientras maltrata psicológicamente a un pájaro canijo llamado Woodstock); el obsesivo pianista Schroeder, al que acosa la hermana de Linus, la insoportable Lucy Van Pelt; la aprendiz de hippy Peppermint Patty, siempre calzada con chancletas; el cochino de Pig Pen, permanentemente envuelto en una nube de polvo y moscas…..Una genuina Pandilla Basura que, curiosamente, siempre conseguía despertar la empatía del lector y que estuvo sufriendo, cada miembro a su manera, hasta 1999, cuando su creador, aquejado de un cáncer de colon que lo acabaría matando, decidió retirarse porque las sesiones de quimioterapia lo dejaban hecho polvo y sin fuerzas para dibujar y hasta pensar: en cualquier caso, las desventuras de Charlie Brown duraron casi medio siglo. Y siguen siendo relevantes a día de hoy, gracias a constantes reediciones en múltiples idiomas.
Durante sus casi cincuenta años en su particular freak show infantil, Charles M. Schulz mostró una gran discreción y dio la impresión de llevar siempre una vida normal, si es que existe tal cosa. Se casó dos veces, primero con Joyce (entre 1951 y 1972) y luego con Jane (desde 1973 hasta el 2000, año en que el cáncer se lo llevó por delante). Tuvo cinco hijos y conservó hasta el final el alias que le cayó en la infancia, Sparky (el Chispas). Y aunque algunas biografías han revelado que no era un tipo tan normal y tranquilo como aparentaba, da la impresión de que hizo todo lo posible para pasar desapercibido, algo relativamente fácil si tenemos en cuenta que vivió siempre parapetado tras ese grupo de pequeños freaks que reflejaban las angustias y los tormentos de los adultos de una manera que, a estos, probablemente, les ayudaba a afrontarlos mejor.
A mí, todos esos pequeños monstruos me fueron muy útiles para enfrentarme a los sinsabores de la existencia. Y todo parece indicar que no he sido el único.