Umbral: columnas, libros, viñetas
El escritor construyó un personaje literario con su propia persona que ha perdurado en el tiempo. Lorenzo Monttaore publica ahora su primera biografía ilustrada
22 diciembre, 2021 00:10Hubo un tiempo en España en el que era obligatorio empezar a leer el diario –la manera acordada de estrenar el día que teníamos entonces– por la parte de atrás. Allí, un buen número de irreductibles y un no menos numeroso grupo de enemigos buscábamos la columna diaria de Francisco Umbral (1932-2007) con el ansia con la que otros buscaban la cafeína del expresso o el navajazo frío del primer sol y sombra; es decir, con la exacta dosis de resolución y tembleque que marca la pauta de los verdaderos adictos. Los famosos de la época –políticos, actrices, toreros y folclóricas– también leían esas columnas en busca de sus propios nombres, las famosas negritas. Y, una vez saciados con su fórmula –lirismo, chismorreo y mala leche–, desclavándose los puñales de la espalda o luciendo la medalla del reconocimiento, podían continuar la jornada con la corrupción, las privatizaciones o la bohemia del postfranquismo y la Movida.
Para escribir una buena columna –declaraba Umbral mientras se comía una manzana delante de Soler Serrano en una de las entrevistas de A Fondo– el periodista debía sacrificar un poema, un ensayo y una noticia. Es decir, primero encontrar una prosa cuidada, legible –a poder ser con picotazos de lirismo y jerga, pero nunca cursi– para después desarrollar una o dos ideas interesantes –no demasiado profundas, nunca hay que ser un pelmazo– y entonarlas sobre un tema con percha informativa, que conecte al momento con los lectores al tiempo que seduce al sensible esteta. Además, aunque se puede tardar todo el día –o toda la noche– en encontrarla –¿cuántas noches, cuántos libros, cuántas copas?– debía redactarse en unos quince minutos, a lo sumo media hora, para que no perdiera la frescura en el microondas de la reescritura.
Algo de esa fórmula secreta –la hondura fácil, la superficialidad profunda– contenían cada una de las diez mil columnas y artículos que publicó Umbral en su dilatada carrera periodística. No en vano, hubo un momento en que sus obras llegaron a aparecer en catorce cabeceras simultáneamente y su figura era tan habitual en los programas de televisión de máxima audiencia como los de Lola Flores o Alaska. Algo de esa combinación exitosa encontramos en La mentira por delante (Astiberri, 2021) el originalísimo cómic con el que Lorenzo Monttatore ha perpetrado una biografía al tiempo precisa e impresionista del escritor madrileño.
Monttatore, nom de plume del dibujante Javier Lorenzo García (Madrid, 1983), forma parte de la nueva generación de artistas –el año pasado degustamos al documental de Anatomía de un Dandy de Charlie Arnaiz y Alberto Ortega– que han retomado el mito de Umbral para enunciarlo de nuevo con un nuevo lenguaje más propio del siglo XXI, ajeno a la ferocidad o la polémica. Decimos del siglo XXI no porque el cine o el cómic sean nuevos géneros –con más de cien años ambos se merecerían dejar de ser considerados nuevas promesas– sino por la manera de enunciar esos discursos.
Para acabar de dibujar el contexto debemos recordar que un par de años atrás parecía que el fantasma de Umbral se desvanecía a marchas forzadas. Muertos o jubilados la mayoría de sus interlocutores y ofendidos, parecía muerta o amortizada también su obra. El caso es que desaparecía lentamente tanto de las mesas de novedades como del fondo de las librerías. Nadie parecía acordarse de él salvo algunos columnistas nostálgicos, adictos al sonajero, abonados a aquel aforismo de Borges: “no se preocupen de los que les plagien, solo copiarán sus defectos”, y parecía que por fin se cumplían los deseos del propio autor cuando declaraba que quería pasar a la posteridad como un escritor desconocido, misterioso, de esos que aparecían en el margen de los manuales. A lo sumo, en la memoria colectiva Umbral seguía siendo carne de chascarrillo virtual y vergonzante –el famoso “he venido aquí a hablar de mi libro” sigue sumando audiencia millonaria en youtube–, que es la puerca gloria que parece conceder este país a sus héroes culturales, como Fernando Fernán Gómez –“¡A la mierda!”– o Francisco Arrabal –“El milenarismo va a llegar…”–.
El mismo Monttatore reconoce que para dar el salto del chascarrillo viral e histórico del Umbral de la televisión al interesante escritor de literatura tuvo que echar mano de los mercadillos de segunda mano. Allí encontró a un autor que se escapa del cliché en Trilogía de Madrid o que hunde la prosa en el dolor en la magistral y perenne Mortal y rosa. Fue la fascinación literaria de Monttatore –no el arribismo o el gusto por lo excéntrico– lo que le ha llevado a la biografía. Las nuevas generaciones –decía Umbral en una entrevista a propósito de su novela El socialista sentimental– tienden a olvidar a las anteriores, pero en ocasiones, se sirven de ellas como amparo. Eso hace el cómic que nos ocupa, pues el tebeo, sin parecerse en lo accesorio a la obra del reseñado, sí comparte fascinación por la originalidad y el estilo no negociable del modelo.
Porque esa es otra. Ya hemos explicado aquí cómo últimamente la industria del cómic ha querido aprovecharse del carisma de la gran literatura para conseguir una pretendida respetabilidad o nobleza. Aparte del profundo complejo de inferioridad que esa operación delata, en muchas ocasiones esos acercamientos se quedan en voluntariosos resúmenes ilustrados, bellos pero inermes, carne del olvido. La mentira por delante de Tornattore es otra cosa. Hay una fascinación genuina. Un interés auténtico. El cómic presenta una estructura fragmentaria, como los libros de Umbral, basada en el capricho y la necesidad. Alterando épocas y anécdotas. Fantasía y realidad.
En él aparecen algunos de los personajes importantes en la vida del dandy madrileño, dibujados con un geometría icónica y abstracta. Sin riesgo de duda reconocemos el vértice de su vida emocional: el amor particular a su esposa María España y al niño eterno Pincho. La mitomanía con la figura de una madre soltera que se parecía a Greta Garbo. Y atendemos a unos diálogos imposibles entre él y sus múltiples maestros: el magisterio de Ramón Gómez de la Serna o Larra. La sincera amistad con Miguel Delibes. Vemos cómo acude a un rodaje de Luis García Berlanga o somos testigos de la tirria que le tenía a Pío Baroja. Tampoco faltan sus momentos estelares en los medios, con Jesús Hermida o Mercedes Milá.
El cómic parece enunciar que Umbral no se acaba nunca, o casi nunca. No se afana en demostrar que el personaje era el mejor de los amigos posibles, pero tampoco oculta que no era el ogro Pantagruel, imagen con la que todavía se le recuerda.. Se dan cita aquí todos los umbrales posibles, el registro escrito, el oral y el factual –consignado en forma de cita– en una antología de los momentos más memorables del escritor. Fogonazos que alumbran un todo. Anécdotas con vocación de mito. El libro espiga y elige el oro entre la paja y deja con ganas de más. No desdeña la parte de sombra, pero –como en el citado documental– la mira con cariño y comprensión.
Los dibujos de Monttatore, para acabar de perfeccionar el círculo, maridan de maravilla con la obra de Umbral. Son antiguos, populares y, al mismo tiempo, modernos. Reúne en su ejecución el homenaje y el robo, pero enunciados con estilo propio. La forma de de ilustrar se inspira en los maestros del tebeo clásico español y en la vanguardia más actual; bebe de La Codorniz o el DDT, se inspira de los gatos –tan amados por Umbral– de Bruguera a lo Vázquez y acaba expandiendo –o popularizando, como Franzen con David Foster Wallace– las lecciones del dibujo avanzado y radical de Max.
Una obra que sirve como homenaje, suma y reclamo de la obra del columnista madrileño. Pese a no contar nada nuevo, contagia un entusiasmo radical a sus nuevos lectores y trata al escritor como a un ser humano completo. Al finalizar su lectura sentimos algo parecido a lo que nos pasó al final del documental Anatomía de un dandy cuando escuchamos por primera vez la voz sin máscara de Paco Umbral –dulce, juvenil, llena de amor– jugando con su hijo, lejos de la impostura y la autodefensa, abierta en canal hacia la vida.