El de en medio de Los Chichos
El enorme lienzo de Xano Armenter representa la tertulia que presidía Juan Marsé los domingos en un café que ya no existe
11 abril, 2021 00:00El del medio de Los Chichos Se me ha aparecío en sueños, Se me ha aparecío y me ha dicho: De tu rumba soy el dueño. El del medio de Los Chichos Me ha dicho que en la otra vida Se le han olvidado las penas, Se acuerda de la alegría. Pero me ha dicho que está muy sólo, Ya no tiene compañía.
A veces miro este cuadro del pintor Xano Armenter --que se ha autorretratado en sombras, abajo, a la derecha, dibujando en su tableta-- y recuerdo que si no fuese por la pandemia, ya le hubiera acompañado, como habíamos planeado, a visitar ese monasterio catalán cuyas celdas y espacios comunitarios ha pintado, emulando titánicamente creo yo, pero también humildemente, la hazaña de Fra Angélico en San Marcos de Florencia. (Digo “humildemente” porque Xano solo es un artífice excelente, un dispensador de felicidades, mientras que Fra Angélico era una figura trascendente, había sido tocado por la Divinidad).
El enorme lienzo --aquí reproducido en forma algo chapucera, un poco cortado por arriba, lo que le resta aire a la escena, espero que Xano me lo perdone-- representa la tertulia que presidía Marsé los domingos, en un café que ya no existe. De izquierda a derecha figuran Joan de Sagarra, John Wilkinson, Luis Feduchi, Valentí Puig, Juan Marsé, Enrique Vila-Matas, Sergi Doria, Antoni de Moragas, el arriba firmante y Xano. Los más conspicuos y habituales. Todo el mundo hablaba más o menos y también Xano, y mientras tanto iba dibujando en su tableta, yo no le prestaba atención hasta que un día me di cuenta de que nos estaba haciendo retratos uno por uno. Luego nos reunió a todos otra vez en un gran lienzo. Cuando lo vi y me reconocí de perfil, con la pluma y la libreta en la mano, di un respingo. Uno nunca espera ser sorprendido por un instante del pasado que vuelve así. ¡No es lo mismo que posar! Recuerdo que Sabartés explica en su estupendo libro hagiográfico cómo nació el óleo Le bock: fue una tarde en París en que estaba él solo, un poco somnoliento y melancólico, con la cabeza apoyada en la mano y delante de su cerveza de medio litro, esperando, en un bistrot, cuando de repente se abrió la puerta e irrumpió “la banda de Picasso”, con Picasso a la cabeza. Éste le localizó en seguida al fondo del local y clavó en él por un instante congelado su mirada famosamente penetrante, imponente, que parecía dotada de rayos X. En seguida todo volvió a ponerse en movimiento, hubo gran algarabía y Sabartés se olvidó de aquel instante… hasta que días después vio, en un pequeño lienzo en el estudio de Picasso, lo que éste había visto: a él con su Bock, en un instante fijado con alucinante veracidad, fijado y reiterado para siempre.
El del medio de Los Chichos Me ha dicho que soy muy bueno, Que tengo buen corazón y que nunca voy sereno. Que se me nota en los ojos, Que mi mirada es de hielo, Me ha dicho que en otra vida Yo era un perro callejero.
Aunque yo no tenga nada de héroe ni de expatriado, me gustaría creer que la sensación de vertiginosa extrañeza al reconocerme inevitable, irremediablemente en este cuadro, tiene algún remoto, remotísimo parecido con la que sintieron Eneas y los suyos, fugitivos tras la destrucción de Troya, peregrinos por el Mediterráneo, cuando llegaron a Cartago y en un gran templo la reina Dido les mostró unas estupendas pinturas que representaban detalladamente… las batallas en torno a su ciudad, relatadas en la Ilíada, las luchas en que ellos habían participado, y a ellos mismos, luchando hasta la derrota catastrófica, “y los Atridas y Príamo y con ellos el cruel Aquiles”. Es un fragmento muy patético y famoso. Y Eneas (que en los cantos de Virgilio sale un poco llorón) viendo aquello le pregunta a un compañero: “¿Qué lugar, Acates, qué región de la Tierra no está llena de nuestras fatigas?”
El del medio de Los Chichos Me ha pedido dos favores: Que sea su mensajero y una canción de colores. Me ha dicho que abra las puertas, Que abra también los balcones y que cante esta rumbita P'alegrar los corazones.
Pero dada la naturaleza completamente pacífica y antidramática de la tertulia, y de mi vida, creo que mi sorpresa y extrañeza al verme pintado es más parecida a la que sintió el mismísimo Nabokov, un día de verano cuando era joven, en una playa de la Costa Azul, estando con Vera y el niño. Un turista sacó una foto de su familia y Nabokov se dio cuenta de que en esa imagen había quedado captado también él, al fondo de la escena. Atrapada su imagen en un negativo que el desconocido fotógrafo se llevaría consigo. Estas cosas a Nabokov le impresionaban, de forma un poco análoga a los africanos de las tribus al verse por primera vez reflejados en un espejo que les tendía un explorador o un misionero, o precisamente en una fotografía. En algún cuento habla Nabokov de que su imagen, perdida en la multitud, figura en una película en la que hizo de extra, por unos francos. La anécdota en la Costa Azul dio pie a uno de sus poemas predilectos por mí, en el que cuenta en verso lo que acabo de contar en prosa, y acaba así: “My likeness among strangers / one of my august days, / my shade they never noticed, / my shade they stole in vain”. Mi efigie entre desconocidos, uno de mis días de agosto, mi sombra que no percibieron, mi sombra que robaron en vano.
El cuadro de Armenter me parece muy animado y una obra de la alegría y de la gratuidad, y que responde a la petición de el de en medio de Los Chichos.