Micky Mouse en Auschwitz
‘Maus’, la novela gráfica con la que Art Spiegelman redefinió el lenguaje del cómic, una fábula animal en blanco y negro sobre el Holocausto nazi, cumple cuarenta años
11 febrero, 2021 00:00Resulta que Maus, tal vez el tebeo más importante de la historia, no es un tebeo. Mejor dicho: no solo es un tebeo. Si atendemos a su origen, la obra con la que Art Spiegelman revolucionó para siempre el mundo de la novela gráfica, son dos. Es decir, se publicó en dos tomos diferentes separados entre sí por un buen puñado de años y circunstancias. Es más, Maus tuvo su inicio en una tira corta. Una historia underground de tres páginas publicadas en RAW, la revista bianual que el autor publicaba junto a Françoise Mouly en su imprenta casera.
Poco después de la aparición del Maus corto, Spiegelman, no satisfecho del todo con el resultado final y fascinado ante la recepción que esa historia, a la par familiar y universal, produce entre sus allegados, decide dedicar los mejores años de su carrera a escribir algo relevante y nuevo sobre el tema. A tal efecto, se sumerge en la lectura y visionado de la mayor parte del material relacionado con el Holocausto y dibuja –a tortuoso paso de tortuga, con mucha dificultad, acechado por los temores de no ser capaz– lo que sería la primera parte de la obra.
Se entrevista repetidamente con su padre, al que le une una compleja y conflictiva relación de amor y odio, en aras de consignar la memoria de los supervivientes de los campos de concentración de manera fidedigna y cercana. Viaja hasta Auschwitz y Birkernau en diferentes ocasiones, antes de que ambos destinos se convirtieran en destino turístico, para ser lo más fiel posible a la realidad. Se obsesiona hasta tal punto con la veracidad que, en muchas de sus viñetas, reproduce la manera exacta de arreglar una bota o reconstruye la arquitectura exacta de los baños de los campos. Se cuestiona la moralidad de contar una historia de sufrimiento que tal vez nadie quiera escuchar.
En el primero de los dos volúmenes, Mi padre sangra historia, consigna la serie de conflictivas reuniones del autor, un dibujante yanqui de cómics medio hippie, con su padre, un superviviente judío de Auschwitz. Ambos convertidos para la ocasión, por la magia de la tinta de Spiegelman, en ratones antropomorfos en blanco y negro. Éste le cuenta el trecho que va desde el inicio de su vida adulta en el corazón de Europa, hasta su llegada al campo de concentración. En el segundo, Y allí empezaron mis problemas, publicado trece años después –en parte por las dificultades del autor para asimilar el éxito tremebundo de la primera parte– se demora en las penalidades de ambos progenitores, así como de las terribles secuelas que se derivan en el presente.
Ya desde el principio, incluso antes de ser publicada, la obra despierta recelos entre diferentes colectivos. Para empezar de su propio padre, que mantiene casi hasta el final, una relación ambivalente con lo explicado y no está seguro de la validez del proyecto. Muchos supervivientes creen que trasladar al cómic la historia del Holocausto es una falta de respeto para con su memoria. El tebeo en la época es considerado una excrecencia de la baja cultura, un subproducto comercial de mal gusto. Algunos temen la banalización de la experiencia. El castigo de la memoria en forma de mofa después del castigo físico. La cosa se complica, más si cabe, cuando descubren que Spiegelman, ha decidido representar a las diferentes nacionalidades sirviéndose de razas animales. Así, si los judíos son dibujados como ratones, los alemanes son gatos.
El simbolismo de la elección animal, más allá de su atrevimiento en una obra adulta, es uno de sus grandes aciertos. Dota a la obra de ecos y consecuencias universales. Simplifica la caracterización y hace que el lector conecte a la primera. Pese a lo que pudiera parecer, más que despersonalizarlos, acaba convirtiendo los protagonistas en ratones fieramente humanos. Conecta la historia los relatos clásicos del folk mundial. En el necesario Metamaus (Reservoir Books), intrahistoria de la obra, Spiegelman explica cómo busca el diseño definitivo de sus animales buceando en el folkore europeo clásico, a la vez que resignifica el concepto de cartoon clásico estadounidense, una entrada a la mayoría de edad de la ilustración clásica. Finalmente, se reafirma en su postura, al descubrir que los nazis utilizaron la metáfora de las ratas para hablar de los judíos en publicaciones de la época o que el gas utilizado en las cámaras era el mismo que se usaba para exterminar plagas animales. Así conecta los dibujos que veía en su infancia con la intrahistoria familiar: Mickey Mouse en Auschwitz.
Ninguno de sus temores previos se materializa. La obra final está en las antípodas de la cursilería, la ofensa o la infantilización. El resultado, como se puede comprobar en cada relectura, es una de las aproximaciones más honestas, emocionantes y crudas a la memoria de los supervivientes y a la manera en qué esa memoria afecta a las nuevas generaciones. Maus es el reverso genial a artefactos sensibleros del Holokistch –la suma del Holocausto y el kistch– como la película La vida es bella, el libro El niño del pijama de rayas y otras patrañas oportunistas.
Pero Maus no se agota en su descripción técnica o en su trama. Lo saben los lectores y lo sabe también el autor, que no sale indemne ante la inquietante sensación de haber triunfado gracias al sufrimiento ajeno y debe acudir al terapeuta para superarlo. Maus es el portento técnico de un vanguardista del tebeo dispuesto a echar el resto en su medio artístico. La puerta de entrada de muchos lectores al universo de la novela gráfica sin prejuicios. Ganadora del Premio Pulitzer en 1992, es una recomendación infalible para lectores curiosos. Una de las obras –sin atender a etiquetas– más impactantes y trascendentes del siglo XX. El resultado trasciende el mundo del tebeo para llegar a convertirse en una obra global. Maus es mucho más que un cómic, sí, rebasa las fronteras de su medio y se inscribe en el panteón de las mejores obras de la humanidad, pero, a la vez, solo puede enunciarse –es decir, existir—en forma de cómic.