Portada de 'Stephen King,  maestro del terror', de Matthieu Rostac y François Cau / LUNWERG EDITORES

Portada de 'Stephen King, maestro del terror', de Matthieu Rostac y François Cau / LUNWERG EDITORES

Artes

Stephen King, visual y enciclopédico

Matthieu Rostac y François Cau repasan las adaptaciones audiovisuales de las novelas del escritor norteamericano, maestro del 'best-seller' de terror, en una guía ilustrada

8 enero, 2021 00:10

Afirmar que una novela siempre es mejor que la película que la adapta era una cosa que solía suceder en el pasado. Normalmente, cuando compartíamos una copa en una barra atestada que apestaba a humo y –depositen aquí su lagrimita– felicidad. Ahora sabemos que este argumento no siempre resulta exacto. No en vano, hemos disfrutado con películas que superan olímpicamente sus orígenes literarios, como Call me by your name o por lo menos dos de tres de la saga de El Padrino. Es más, en cierto imaginario cultural se afirma que la literatura ha perdido toda la fuerza mainstream que atesoró durante buena parte del siglo pasado en favor de series, películas y videojuegos. ¿Es esto verdad o se trata un nuevo tópico fraudulento? 

Pensamos que la afirmación no es cierta o, al menos, que no lo es del todo. No hay más que cerciorarse de cómo la mayor parte de los productos audiovisuales que triunfan en los últimos tiempos están basados en un conjunto de libros. Sin las páginas escritas por un viejo escritor de fantasía ataviado con una gorra no hubiera existido el fenómeno de Juego de Tronos. Sin la serie de cómics liderada por Stan Lee durante décadas no hubiera existido el Universo Marvel. Por no hablar de las cuantiosas deudas literarias contraídas por Disney o de la saga protagonizada por Harry Potter. Todas ellas creadas a solas delante de una pantalla o escritas en un humilde bloque de folios, sirviéndose del alfabeto occidental. Muchas de ellas salieron del armario de lo friki o de los márgenes del canon para alcanzar al corazón goloso de lo mayoritario. 

Stephen King   2011 Stephanie Lawton

Stephen King en 2011 / STEPHANIE LAWTON

Tal vez lo relevante a estas alturas no es consignar si el libro es mejor que su versión fílmica, sino constatar que la literatura sigue siendo la fuente primigenia –permítanme la cursilería– de los sueños de la humanidad. De los sueños, sí, pero también de las pesadillas. La reflexión viene a cuento a propósito de la publicación de la Guía ilustrada del maestro del terror escrita y dibujada por Matthieu Rostac y François Cau y publicada por la editorial Lunwerg. Un volumen hermoso que compendia todas y cada una de las adaptaciones audiovisuales de Stephen King (Maine, 1947). O lo que es lo mismo: una buena parte de los fantásticos terrores que nos vienen asaltando desde la –no obligatoriamente tierna– infancia. 

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Tal vez el epítome de la convergencia entre lo audiovisual, la literatura y el éxito comercial sea la obra del novelista norteamericano. Como Shakespeare, Agatha Christie, Arthur Conan Doyle y Oscar Wilde, King forma parte del panteón de escritores más adaptados de la historia. Sin embargo, y a diferencia de los demás, todavía encontramos ciertas reticencias a la hora de considerarlo un escritor serio o canonizable. Ni tan siquiera la publicación del maravilloso Mientras escribo, coda autobiográfica y maestra, ha conseguido su entronización en la llamada literatura con mayúsculas.

Es igual. Con King pasa como con los verdaderos grandes: uno los conoce sin querer, casi a nuestro pesar. Mucho antes de echarle el diente a alguno de sus libros seguro que hemos visto películas Cadena Perpetua, El resplandor, Cuenta conmigo o Carrie. O cualquier otra de los centenares de adaptaciones de sus libros que se programan sin parar. Su imaginería, terroríficamente pop, ha contaminado el mundo contemporáneo como ningún otro escritor previo. El conjunto de su obra consigna la cara B de la gran novela americana de finales del siglo XX.  

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La guía ilustrada que nos ocupa se dedica a comparar y contextualizar cada libro o relato de King con su respectiva adaptación televisiva o cinematográfica. Lo hace de manera estricta y divertida, que no es poco, sirviéndose de ilustraciones y una serie de ingeniosos gráficos que nos muestran el grado de fidelidad de la adaptación y, en su caso, los principales errores. La obra es interesantísima porque –y esto resulta muy valioso en una obra destinada a los fanáticos del autor– el punto de vista es entusiasta, pero en absoluto ciego. Aplaude los méritos de la imaginación inflamada del autor de Maine pero, a la vez, sanciona las sombras de la repetición, las irregularidades o el autoplagio. 

Dicho de otra forma: deja claro que no se escriben cerca de una cincuentena de novelas y doscientos relatos sin echar mano de trucos o fórmulas. En el apartado llamado Stephenkinguismos, por ejemplo, se recogen los motivos recurrentes de su obra. A saber: el protagonista-escritor, la pérdida de la fe, las adicciones, la familia maltratadora, el sexo incómodo, la pandilla de amigos y otros tantos lugares comunes que el escritor utiliza con fruición y pericia. También es acertada su visión sobre la paulatina fuerza que toman los personajes femeninos a lo largo de las décadas de escritura. No es que King se rinda ante lo políticamente correcto, es solo una toma de conciencia de cómo lo verosímil va calando en de manera natural en su prosa.

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El apabullante trabajo de documentación de los autores es intenso a la par que irónico. Hay cierto placer culpable en recordar las múltiples adaptaciones lamentables de sus obras y las quejas del autor al respecto, un poco a lo Juan Marsé: una queja seguida de la correspondiente autorización para otra adaptación. El libro acaba con unos bonus tracks simpáticos. La decisión de King de vender los derechos de adaptación de sus relatos por un dólar a cualquier estudiante de cine que se atreva a levantar una adaptación –bajo la supervisión del maestro– y la divertida colección de apariciones del autor a lo largo de breves pero carismáticos cameos en dieciséis de sus películas.

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En casi trescientas páginas de ilustraciones disfrutables, con datos frescos y que desarrolla un universo con enjundia se compendia la obra de un autor mayúsculo, tan adicto a la escritura que no solo no tiene un grupo de negros literarios que trabajen para él, sino que durante mucho tiempo tuvo que publicar sus obras con seudónimo para no sobrecargar el mercado editorial. Una colección gráfica de obras que nos sobrecogieron en la infancia. La matriz intacta de nuestros miedos. Leerlo es volver a aquellas noches donde no podíamos dejar de mirar debajo de la cama, aunque con los años uno se percata de que lo monstruoso de sus páginas era el terror de dejar de ser un niño.