Megalómanos, progres e iluminados
Manuel Huertas analiza el nepotismo del adefesio arquitectónico en el que incurren muchos políticos
9 octubre, 2017 00:00Peter Aloysius Tromp (1671-1742) fue un tipo cuanto menos curioso. Vivió a caballo entre los siglos XVII y XVIII, una época convulsa para Ámsterdam. Cuando estalló la Guerra de Sucesión Española, pasó a servir como especialista en fortificaciones en las provincias de Orange. El joven oficial cuya pasión era el arte, estaba bastante versado en filosofía, retórica, historia y otras tantas disciplinas que ahora parecen importar bien poco. Al parecer, la herencia militar de su padre, el almirante Maarten Tromp, le había coaccionado más que seducido, no pudiendo evitar realizar los actos que le salían del cardio. De hecho, cuando le mandaron construir un fuerte en la isla artificial de Pampus, dentro del lago del Ij, tuvo que esforzarse para no olvidar que la guerra era su oficio.
Primeramente, levantó las murallas decorándolas con diversos motivos artísticos para, posteriormente, plantar en el foso un jardín de complicada ornamentación. Incluso llegó a alicatar de bello mármol las troneras por donde disparaban los soldados. Por último, sacó a concurso una serie de altorrelieves que decorarían las casamatas de la artillería. De los proyectos presentados eligió el del escultor belga Gabriel de Grupello, con la propuesta de 32 conjuntos dedicados a la devastación de ciudades históricas: Alba Longa, Cartago, Sagunto, etc. Quizás fuesen esos relieves las únicas piezas que dotaban de carácter bélico a la construcción, pues lo que empezó como un fuerte acabó como un palacio. De ahí que no nos asombre que, cuando la escuadra inglesa asomó por el horizonte de Pampus un 26 de enero de 1714, Peter Aloysius Tromp decidiera capitular sin quemar una onza de pólvora. Aquella obra debía conservarse y, además, debía visitarse aunque fuese por el enemigo. Pero, para desánimo del iluminado militar, los hooligan arrasaron la isla. El proyecto fracasó, principalmente porque el motivo triunfó sobre el objetivo.
Nepotismo del adefesio
El craso error del oficial no fue el hecho de transmutar el concepto de la guerra, ni de anteponer lo bello a la fealdad de la funcionalidad bélica, sino más bien el acto vanidoso, la fantasía delirante de poder, de relevancia, de pretender que con aquella obra su nombre figurase en la lista de lo sublime. En definitiva, una psicopatología de la que aún adolecen muchos políticos. Porque ¿cuántos edificios, cuántos monumentos al esperpento jalonan con sus formas fálicas el skyline de nuestras ciudades? ¿Cuántos centros de interpretación afean e invaden el espacio harmonioso de una obra clásica? ¿Cuántos cubículos compactos, con nichos como columbarios, debemos atravesar antes de visitar una verdadera joya patrimonial? A veces pienso que nos preparan para una guerra con tanto búnker de hormigón.
Nicolae Ceauçescu (1918-1989), quién manejó con mano férrea Rumanía, aplicó a finales de los 70 una política de demolición del casco antiguo de Bucarest; pretendía transformarla a su gusto. Hoy día son más sutiles, nos venden todos esos espantajos aludiendo que lo que cuenta es lo "funcional sin aditivos". Pues ni florituras ni funcionalidades, si no ¿cómo se explica que el Zubizuri, un puente construido por Calatrava en una de las ciudades más lluviosas de la península como es Bilbao, tenga el piso de cristal? Torceduras y resbalones a la orden del día.
En fin, por aquello del "mal de muchos" y para no caer en el desánimo del producto nacional, expondré otro nefasto caso de nepotismo del adefesio, de unos de esos países que tanto nos gusta ejemplificar por su civismo como es Suecia. En 1999 el gerente de la cooperativa de viviendas HSB, Johnny Örbäck, encargó al arquitecto levantino, de nuevo Calatrava, el diseño de un gran rascacielos que sirviese de símbolo de la ciudad Malmö (el Turning Torso). Como cooperativa impulsada por un socialdemócrata, se pretendía que el rascacielos fuese destinado a viviendas de bajo costo. Pero las complicaciones en la estructura del edificio y los caprichos delirantes del promotor y el arquitecto provocaron el despilfarro de 60 millones de coronas suecas. Como resultado, la HSB quebró, Örbäck fue a la cárcel y el valenciano finalizó su obra con otro contratista. La retorcida torre, símbolo del progreso y el bienestar social, acabó como una colmena de viviendas de lujo que se alzaba hacia el "Olimpo del talento artístico".