Amor y hedor: galones de teniente coronel por la obra 'La casa de mi padre'
Pablo Acosta ha escrito una 'nivola' excelente sobre un padre contradictorio: un libro exigente en su simplicidad y su limpieza visceral
11 julio, 2023 18:08El paquete del amor verdadero en esta novela, La casa de mi padre, de Pablo Acosta, incluye pelos, jugos gástricos, enigmas de aquellos que un niño no puede descifrar, hasta hedores y errores; bibliotecas ajadas, recuerdos trágicos, desnudeces cansadas. Así es el amor que el narrador le declara a su padre en esta obra de Pablo Acosta, publicada por Hurtado y Ortega Editores, novela que Acosta dice que es un libro casa, es decir, el libro que es su casa, la casa de su padre, el ático de su iniciación a la vida y a la literatura, el piso en el que su padre leía a Proust en una edición truncada y sobada, la casa en la que escribió delirios en sus últimos meses, manchados de vino, la casa en que murió y la casa en la que amó su hijo a sus incapacitantes amores de estudiante, pero en realidad este libro es una declaración de amor, el amor desesperado de un hijo que recuerda a su peculiar y descarriado padre, un hombre tan digno de amor como de la mayor conmiseración, un señor visceral habitante de los bares y amigo de insultarse y pelearse y amar como las bestias, como le dijo Verlaine a su esposa refiriéndose a Rimbaud, un hombre que no sabe vivir, según Acosta o su protagonista borroso.
En la página 69 descubrimos que este padre ha muerto de forma violenta o no natural, porque hubo autopsia y hubo también "atestado policial". Solo al final del libro aparece un personaje nuevo, una madre, y este libro microcosmos se apaga con un chorro de luz y jovialidad sobre "un charco de lava". La principal ventaja de esta casa libro es la elegante simplicidad, nos atreveríamos incluso a hablar de contención aristotélica, con la que el autor describe estos amores furiosos y estos recuerdos tan impregnados de sudor humano y amor a base de uñas, mordiscos y erosiones.
Un diseño inteligente y una prosa multinivel, discretamente teñida de surrealismo, que combina estratos de tiempo e hipertextualidades internas con sueños y recuerdos, convierten la lectura de este texto performativo (como lo eran los libros salón de arte de Eugenio d’Ors, que no eran libros sino salones y exposiciones) en una fiesta de la artesanía narrativa.
Aquí la materia gastada habla tan claro como la prosa de Proust o la de Flaubert, las que prefieren las dos presencias combinadas de este libro casa o libro declaración de amor. No debe de ser fácil de escribir un libro como este, impuro y neoclásico a la vez. De repente, en la página 71, aparece otra de las principales razones que han desembocado en la sofisticación primitiva de este texto matérico: Justine, de Lawrence Durrell. Son durrellianas esa ecuanimidad respecto a los impulsos autodestructivos, esa habilidad para las acciones difusas o atmosféricas, y esta comprensión humana para con la pasión y lo insoportable.
Acosta ha escrito una 'nivola' excelente sobre un padre contradictorio y, después de todo, bueno, un libro exigente en su simplicidad y su limpieza visceral, un libro que coloca a cualquier autor en el panorama literario con galones de teniente coronel.