Valle-Inclán y las guerras carlistas
El tránsito de las Sonatas al ciclo de novelas de La guerra carlista supone el desborde del cauce autobiográfico por el que circulaba el caudal narrativo del escritor gallego y su inmersión en un nuevo campo de juegos narrativos
23 junio, 2023 21:37Aunque las Sonatas suelen asociarse a la corriente modernista, lo cierto es que los rasgos que se imprimen sobre la obra de Valle-Inclán son algo secundarios (el tintineo del vocabulario, el atrezzo de una fuente o de unos setos laberínticos, el gusto por la sinestesia...) y ni siquiera dan cuenta de aspectos decisivos como las lisérgicas descripciones de la palpitante y sensual naturaleza de México o el progresivo ensombrecerse de la atmósfera en la sonata dedicada al invierno.
El recurso al modernismo permite señalar en qué aspectos se parece la prosa del Valle de las Sonatas a la de algunos de sus compañeros de generación, pero es una etiqueta borrosa (y de escasísimo provecho) si lo que se pretende es examinar en que se diferencia y exponer qué le vuelve tan singular. Mucho más interesase será fijarse en el juego de problemas propio a los que hace frente Valle mientras escribe las sonatas, y que derivan de sus limitaciones como narrador: no le ocurre muy bien qué hacer con Bradomín, y tiende a enredarse con el argumento.
El juego de complicaciones y respuestas a esos problemas configura las Sonatas y es el responsable de sus principales aciertos. De manera que la mejor manera de explicar qué sucede con la prosa y con la imaginación narrativa de Valle al arrancar el ciclo de La guerra carlista no será tanto dar cuenta del abandono del vocabulario y las muletillas estilísticas del modernismo sino examinar como las antiguas dificultades de Valle se trasladan a un nuevo campo de juegos: de la biografía idealizada al retrato de un conflicto bélico real que afecta a miles de personas.
Al acabar su sonata más invernal Valle había conseguido que Bradomín pareciese un personaje de carne y hueso, y aunque casi sentimos como le pesaba la edad en la sangre, pero las escenas se sucedían sin llegar a tramarse en un relato. La amplitud de la corte y la historia (política) se agitaban sin que Bradomín pudiera encauzarla. Los secundarios estaban deseosos de pisar el escenario, de entrelazar sus conversaciones, de plantear episodios que fuesen más allá de la subjetividad del marqués protagonista. El paso de las Sonatas a La guerra carlista supone el desborde del cauce autobiográfico por el que circulaba el caudal narrativo de Valle.
La metamorfosis del estilo valle-inclaesco empieza de manera poco atrevida y dando pasos cortos. En la primera novela del ciclo Valle se rodea de unos personajes y de unos ambientes conocidos. Los viejos pazos gallegos recorridos por el Bradomín de las sonatas y la familia Montenegro (el patriarca Juan Manuel y su hijo Cara de Plata), protagonistas del ciclo teatral de Las comedias bárbaras donde Valle metabolizó al Shakespeare más político, el de los dramas históricos y el Rey Lear.
Pero quien conoce las anteriores iteraciones de los personajes percibirá enseguida que han cambiado: Montenegro ha perdido su brío vital casi asesino y Bradomín ha replegado sus seducciones exquisitas. Aunque Valle atribuye a cada personaje una perspectiva sobre el conflicto (el frío sentido del deber del marqués, el desprecio olímpico de Montenegro por otra ley que no sea la de su voluntad como antiguo señor de sus tierras y el ardor guerrero de Cara de Plato por distinguirse como un valiente en el combate) lo cierto es que no esmera demasiado por identificar los contornos particulares de la guerra carlista, más bien se trata de actitudes ante la guerra que podrían encontrarse en cualquier otro conflicto armado.
Valle se desentiende de la documentación y tampoco ofrece la explicaciones de un narrador omnisciente, al estilo de Balzac o de Galdós, que permitan entender los pormenores del conflicto. Lo curioso (o no tanto si tenemos en cuenta los problemas de Valle con el argumento) es que la novela tampoco se apoya en la narración para explicar la guerra.
Los avances son en este sentido bien escasos. Si por algo se caracteriza Los cruzados de la causa es por su estatismo (un curioso remanso tratándose de literatura bélica), una serie de escenas nocturnas y de interior, casi siempre nocturnas, muy sensibles a las llegadas y a los desplazamientos mínimos, que van acumulando tensión, sin que quede del todo claro si Valle está acumulando fuerzas o le da apuro soltarse.
En las siguientes entregas del ciclo Valle introducirá de manera paulatina dos novedades: ampliará el ámbito de la narración (al salir de los pazos para internarse en otras comunidades e incluso en territorio enemigo), y dará voz a personajes que no pertenecen al sistema de palacios, jardines y castillos donde ha enredado su prosa.
Este segundo movimiento se aprecia ya en Los cruzados de la causa y altera por completo la textura verbal de la prosa de Valle, pues lo que pierde en exquisitez y campanillas (en rosas, gasas de luz y apuntes sonoros) lo gana en concentración expresiva desde el momento que trae a la frase un registro nuevo de palabras, de expresiones, de sabiduría popular y de humor concentrado, en escenas que se desarrollan en chozas y tierras ajenas a los escenarios, entre el sueño, la selva y el marfil, que dominan las sonatas.
El juego de respuestas rápidas, de comicidad ensimismada, de aforismos concentrados por el que reconocemos Luces de Bohemia empieza a fermentar en el laboratorio del ciclo carlista. La extensión del campo de batalla que se produce en El resplandor de la hoguera y Gerifaltes de antaño resuelve el problema del argumento que Valle arrastra desde sus primeros intentos en prosa, al tiempo que le permite ensayar audaces disposiciones formales.
La solución le llega de manera natural, mientras cede a la necesidad que le impone el retrato de la guerra de expandir el material narrativo. Al salir de los pazos, de las familias aristocráticas, al alejarse de Galicia la novela desplaza su interés narrativo del relato a la exposición de una serie de tensiones y de fuerzas.
En varias entrevistas declarará que el sentido del drama español encaja mal con las tres unidades francesas, que se desenvuelve mejor desarrollando una unidad de acción en una variedad de espacios: Valle trabaja el encaje de las escenas en un contrapunto a veces abrupto que recuerda menos al cine que a Shakespeare.
La enorme variedad de las escenas (que contribuye a la sensación de extrañeza y de rabiosa novedad del ciclo) viene dada por el talento con el que Valle particulariza las distintas voces y tonos de sus personajes, desperdigados por todos los ángulos y clases sociales, algunos de los cuales consiguen particularizarse con un puñado de palabras.
Valle-Inclán detuvo en seco el ciclo y se centró en el teatro. Pero cuando más de una década después regresa a la novela tenemos la impresión de que ha ido madurando sus incipientes estrategias constructivas. Así la unidad de acción quedá completamente diluida en el tema, mientras que el cuidado de las peculiaridades idiomáticas desborda el ámbito de la clase y del registro para abrazar hablas castellanas de otros países, mezcladas con un sentido de la inventiva verbal continuo.
Estamos ya de lleno en el territorio de Tirano Banderas, roturado por una poética única, un espacio donde la literatura (española y de cualquier otro país) no había estado nunca.