La obra de Gaudí que nunca verás: fue el bar más bonito de Barcelona en los inicios del siglo XX
La iniciativa de un empresario italiano se convirtió en un un pionero local de moda de Barcelona
A pesar de su espectacular fama, de que su obra fuera apreciada en vida y de que su reconocimiento sea internacional, lo cierto es que hay obras de Gaudí que han desaparecido. Se trata de su intervención en un bar, hoy desaparecido, pero que fue el buque insignia de la vida bohemia de Cataluña.
Fue a principios del siglo XX. En la Barcelona efervescente en el que el arte modernista alcanzaba su máximo esplendor. En este contexto abrió sus puertas un nuevo bar. No fue en el ya bullicioso Barrio Chino (ahora el Raval) o el Gótico, sino en pleno centro. En el número 18 de Passeig de Gràcia.
Un agente italiano
En la actual Milla de Oro de la capital catalana, donde ahora cuesta encontrar un comercio histórico, se erigió un establecimiento único. Considerado por muchos como una de las obras maestras del modernismo aplicado al ámbito comercial, en 1902 nacía el Café Torino.
La historia comienza, en cualquier caso, en Italia. El representante de la firma turinesa Martini & Rossi, Flaminio Mezzalama, llegó a Barcelona con el objetivo de popularizar el vermut, un aperitivo que ya triunfaba en su país natal.
Del Gótico a Passeig de Gràcia
Para ello, en 1902 inauguró el Petit Torino. No fue en el céntrico paseo de Barcelona, sino en el número 8 de la calle Escudellers. El éxito fue inmediato, y los barceloneses adoptaron rápidamente la moda del vermut, convirtiendo el local en un punto de encuentro para disfrutar del aperitivo.
Ambicioso como pocos, el italiano, con una visión más ambiciosa, quiso más. Decidido a atraer a la aristocracia y la burguesía barcelonesa, buscó un emplazamiento más céntrico y distinguido. Fue entonces cuando encontró el local del número 18 del Paseo de Gracia, esquina con la actual Gran Vía.
Un bar con toque modernista
Allí, en el corazón de la Barcelona modernista, comenzó la transformación de un simple café en un templo del lujo y el arte. Y es que para llevar a cabo su visión, Mezzalama reunió a los mejores artistas y artesanos de la época.
Antoni Gaudí y Josep Puig i Cadafalch, dos de los máximos exponentes del modernismo, diseñaron el interior del café. Por su parte, Pere Falqués, conocido por las farolas del Paseo de Gracia, proyectó la marquesina exterior de hierro forjado, elaborada por la casa Ballarin. Pero en realidad fueron muchos más.
El toque de Gaudí y Puig i Cadafalch
El genio de la Sagrada Familia visualizó y desarrolló todo un salón árabe. Las paredes y techos estaban revestidos con losetas de cartón prensado y barnizado, elaboradas en colaboración con el impresor Ermenegild Miralles, para quien Gaudí había diseñado también la emblemática puerta de su finca en el Passeig Manuel Girona. El resultado era un ambiente exótico y sofisticado, que evocaba los lujosos interiores de los palacios orientales.
Por su parte, Puig i Cadafalch se encargó del diseño del salón principal. El arquitecto de la Casa Amatller creó un espacio en forma de L que destacaba por su impresionante artesonado y su decoración detallada.
El interior del bar
Por su parte, la marquesina de Falqués, fabricada por la casa Ballarín, se convirtió en un símbolo del local. Esta estructura combinaba funcionalidad y arte, con apliques de vitral de colores creados por Bordalba, que iluminaban la entrada con tonos cálidos y vibrantes.
Más allá de estos diseños, el interior era un espectáculo de opulencia y sofisticación. Las mesas y sillas provenían de la prestigiosa casa Thonet, de Viena, mientras que el mostrador estaba decorado con un mosaico traído expresamente desde Venecia.
Los Hermanos Tosso, venecianos, realizaron las vidrieras, mientras que las esculturas eran obra del italiano Buzzi y de Massana. Una de las piezas más emblemáticas era una bacante que, bajo una pérgola, sostenía una copa mientras un amorcillo vertía vermut en ella.
Por último, las paredes estaban adornadas con tapices diseñados por Ricard Urgell y pinturas al fresco que añadían un toque de refinamiento clásico, mientras que los elementos decorativos en obra se encargaron a Ermenegild Miralles.
Un lugar de culto
Toda la obra estuvo coordinada por el decorador Ricard de Capmany, logró un resultado que cautivó a la sociedad barcelonesa. Tanto es así que, en 1903, el Torino recibió el Primer Premio al mejor comercio de la ciudad, superando incluso a la Perfumería Ideal.
Mezzalana logró su objetivo. El Torino se convirtió rápidamente en un lugar de referencia, donde la burguesía barcelonesa acudía a ver y ser vista, disfrutando de un vermut en su terraza o en sus elegantes salones interiores.
Del éxito al fracaso en 8 años
A pesar de su éxito, el bar se hundió tan rápidamente como alcanzó su éxito. Tras la muerte de su propietario, el bar Torino cerró sus puertas en febrero 1911. En apenas ocho años, el café había pasado de ser el lugar más prestigioso de Barcelona a convertirse en un negocio inviable.
Las razones de su cierre no están del todo claras, pero podrían haber incluido los altos costos de mantenimiento, la competencia y las dificultades económicas de la época. Convertido en la sala de arte Casa Esteva, la llegada de la Guerra Civil, lo fulminó de forma definitiva.
Qué es ahora
El galardonado diseño del Bar Torino fue demolido en 1934 para dar paso a un edificio diseñado por Josep Lluís Sert. Tras su cierre, el local fue adquirido por la joyería Rabat, que realizó obras para adaptarlo a su nuevo uso. Aunque se comprometieron a preservar algunos elementos decorativos, como los vidrios y la madera, la magia del Torino se desvaneció. Ahora, es una tienda de Rolex.
Por su parte, El Petit Torino de Escudellers fue transformado en el Grill Room, que aún hoy sigue en pie.