A pesar de la fama que tienen ahora los famosos arquitectos modernistas, no siempre les ha ido tan bien. Son muchos los que no pudieron llevar a cabo algunos de sus proyectos. Por ejemplo, Gaudí no consiguió hacer del Park Güell la urbanización que tenía prevista. Pero a Puig i Cadalfach también tuvo sus baches. Fue con una fortificación.
No se trataba por eso de una fortaleza cualquiera, sino de una fortificación romana devenida monasterio y que se convirtió en casa señorial. ¿De estilo modernista? No, ese era la primera intención del arquitecto, pero no del dueño.
Pero mejor ser ordenado, porque este monumento milenario es el resultado de una sucesión de ocupaciones y renovaciones que lo han convertido en un símbolo de la resistencia y adaptación a lo largo del tiempo. De allí que haya perdido su forma original. Se trata de Castillo Monasterio de Escornalbou
Formado por los restos de dos estructuras medievales este espacio se divide en: el monasterio de Sant Miquel, fundado en 1153, y un castillo que se alza sobre las ruinas de una antigua fortaleza romana. Aunque hay discrepancias al respecto.
Entre Roma y los árabes
El Castillo Monasterio de Escornalbou hunde sus raíces en la época islámica, apuntan varios arqueólogos, aunque uno de sus últimos propietarios, el egiptólogo y filántropo catalán Eduard Toda, lo consideraba de origen romano. De hecho, el nombre del lugar deriva del latín Cornu Bovis (el cuerno del buey). Y en tiempos de los árabes, se conocía también como Saloquia" (torre de vigía).
En cualquier caso, la primera mención documental del lugar data de 1153, cuando se describen los límites del castillo de Siurana. No fue hasta 1170 que el castillo aparece en los registros históricos, cuando Alfonso I lo donó con el objetivo de establecer una comunidad religiosa.
Los secretos del castillo
Según la leyenda, el castillo de Escornalbou quedó como último reducto islámico tras la conquista de Siurana en 1153. Se dice que, en el día de San Miguel de 1162, el arcángel en persona luchó junto a los cristianos para vencer a los sarracenos en lo que se conoce como el "collado de la Batalla", dándole al castillo su nombre de Sant Miquel.
Durante el reinado de Alfonso I, se donó el castillo a Joan de Santboi, un canónigo de Tarragona, bajo la condición de que se levantara una iglesia en honor a Sant Miquel. Sin embargo, la construcción de la iglesia no comenzó hasta finales del siglo XII y no se consagró hasta 1240, debido a las dificultades económicas y políticas de la época. El priorato de Escornalbou experimentó una existencia complicada y precaria, sufriendo tanto una decadencia espiritual como material.
En el siglo XVI, el arzobispo de Tarragona cedió el priorato a la orden de los frailes menores, que lo mantuvieron activo hasta la exclaustración de 1835. Tras ser abandonado, el lugar fue objeto de rumores y leyendas que lo señalaban como embrujado, con historias de ruidos extraños y luces misteriosas, hasta que se descubrió que en el castillo se estaban acuñando monedas falsas, lo que puso fin a las inquietantes historias del lugar.
El aspecto actual de esta fortificación, en cambio, se le debe a Eduard Toda. Este hombre perteneciente a la burguesía catalana adquirió el castillo en 1908. El filántropo quiso convertirlo en una residencia señorial adaptándolo a la arquitectura de la época, es decir, con toques modernistas.
Las intenciones de Puig i Cadafalch
Fue entonces cuando entró Puig i Cadafalch. El famoso arquitecto catalán hizo varios planos y trabajos para diseñar la restauración de la fortificación. Unas ideas de las que tuvo conocimiento el propio Toda, pero al final las ignoró completamente. El burgués apostó por una línea menos radical y llevó a cabo una restauración que combinaba elementos históricos con un toque de fantasía romántica.
Toda transformó el monasterio en un espacio habitable, derribó construcciones originales, levantó nuevas torres y adaptó el lugar a su visión personal de un castillo medieval idealizado. El resultado de estas intervenciones fue un edificio que mantenía algunos elementos originales, como la iglesia románica, la sala capitular y una parte del claustro, pero que también incorporaba añadidos modernos y excéntricos que lo alejaban de su estructura medieval genuina. El claustro, por ejemplo, fue convertido en un mirador-jardín con vistas panorámicas sobre el Camp de Tarragona.
A pesar de las críticas a la restauración de Toda, el Castillo Monasterio de Escornalbou conserva un aura única. Su biblioteca, repleta de volúmenes históricos, y la colección de grabados, cerámica y piezas adquiridas por el burgués durante sus viajes, siguen siendo un reflejo de la personalidad multifacética de su último propietario. Durante su vida, el castillo fue un lugar de encuentro para figuras destacadas de la Renaixença catalana, lo que consolidó su importancia como epicentro cultural y social.
Tras la muerte de Toda en 1941, el castillo pasó por varias manos hasta que en 1983 fue adquirido por la Diputación de Tarragona y la Generalitat de Catalunya, quienes lo gestionan hoy en día. Su rica historia, que abarca desde sus orígenes como fortaleza romana hasta su papel como monasterio y su posterior transformación en mansión señorial, hace de Escornalbou un símbolo vivo de la evolución histórica y cultural de la región.
Cómo llegar
La autopista AP-7 es la vía más rápida para llegar al Castillo Monasterio de Escornalbou desde Barcelona. Se debe tomar la salida 34 hacia Reus/Tarragona, continuando por la carretera T-11 en dirección a Reus.
Desde allí, se debe seguir por la carretera C-14 en dirección a Alforja y luego tomar la T-313 hasta Riudecanyes, el municipio donde se encuentra el castillo. Una vez en Riudecanyes, hay señales claras que indican el camino hacia el Castillo Monasterio de Escornalbou, situado a poca distancia del pueblo. Se tarda poco más una hora y media en hacer todo el trayecto.