Visitar y preservar monasterios en nuestro patrimonio es una experiencia maravillosa y, profundamente, enriquecedora. Estos edificios arquitectónicos con su historia, su arte y su espiritualidad, son auténticos tesoros culturales que nos conectan con el pasado y nos permiten entender mejor la evolución de nuestras sociedades. Además, han sido y son testigos de siglos de historia, no solo son símbolos religiosos, sino también centros de conocimiento, creatividad y resistencia ante el paso del tiempo.
Tener monasterios en Cataluña es una fortuna que nos invita a valorar la conservación de estas joyas arquitectónicas e históricas. Son vestigios de culturas antiguas que nos recuerdan la importancia de la espiritualidad, el conocimiento y la búsqueda de la trascendencia en la vida. Preservar estos espacios asegura de que futuras generaciones puedan comprender la riqueza de nuestra herencia, mientras que visitarlos nos conecta con la belleza y la paz que ofrecen.
El monasterio benedictino de Girona
Hay varios monasterios en Cataluña: el de Santes Creus, el de Poblet, el de Sant Serni de Tavèrnoles…, pero esta vez te presentamos el Monasterio de Santa María de Ripoll, en Girona. Esta abadía fue fundada en el año 880 por el conde Wifredo el Velloso y se convirtió en lugar de enterramiento de los condes de Barcelona y Besalú.
El monasterio consiguió ser un centro de scriptorium y cultural muy importante de la Edad Media en territorio catalán, con una proyección a la altura de otras abadías europeas de este periodo como las de Saint Denis, de Fleury o Montecassino. De hecho, fue declarado Bien Cultural de Interés Nacional en el año 1931.
Tiempo de abades
La época de esplendor fue durante el mandato del Abad Oliba, también fundador del Monasterio de Montserrat, quién consiguió que este monasterio de Ripoll fuera uno de los centros religiosos y culturales más importantes de la época medieval, con una producción literaria a la altura otras abadías europeas de este periodo.
La iglesia que se conserva en la actualidad es fruto de la reconstrucción en el siglo XIX de Elías Rogent basándose en la obra de los principales abades de Ripoll: el abad Arnulfo y el abad Oliba. Arnulfo ordenó construir una iglesia de cinco naves con cinco ábsides, acabada con bóvedas de cañón, mientras que Oliba amplió a siete los ábsides. La iglesia tiene unas dimensiones de 60 metros de largo por 40 metros de ancho.
Oliba fue el encargado de añadir a la iglesia un transepto (nave transversal que cruza la nave mayor) y siete ábsides y ordenó, también, abrir la cripta y enmarcar la entrada con un pórtico decorado con un campanario a cada uno de los lados. Las obras de ampliación del abad Oliba terminaron en el 1032. La reconstrucción realizada en 1830 redujo las naves de la iglesia de cinco a tres.
Escenario de película
Parte de las escenas de la película El Cid (1961), la historia basada en Rodrigo Díaz de Vivar, se rodaron en este monasterio. Dirigida por el estadounidense Anthony Mann y con la actuación en los papeles principales de Charlton Heston y Sophia Loren, fue nominada a tres premios Óscar.
En el film se muestra la grandiosidad del monasterio, en el que se muestra una gran ambientación medieval la cual se utiliza para recrear la España del siglo XI. El cine de esa época a menudo recurría a escenarios históricos auténticos para dar más realismo y majestuosidad a las producciones, y el Monasterio de Ripoll, con su rica historia y arquitectura, fue un escenario ideal para varias de las escenas de esta emblemática película.
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