Que Cataluña tiene un pasado repleto de guerras y batallas sangrientas es evidente. Echar un vistazo a la cantidad de castillos, murallas y todo tipo de fortalezas que tiene alrededor lo demuestran. Pero pocos saben que hay un poblado, repleto de cabezas cortadas, que pone los pelos de punta.
Este rincón no se encuentra muy lejos de Barcelona. De hecho, está casi a tocar. A 10 minutos en coche saliendo por el norte de la ciudad. El lugar en cuestión es Santa Coloma de Gramanet.
Dónde está
Algunos vecinos ya sabrán de qué se trata. En lo alto de un cerro de 303 metros de la Sierra Marina,se encuentra uno de los yacimientos arqueológicos más enigmáticos de Cataluña: Puig Castellar. Allí, más allá de haber muchas ruinas prerromanas, también se encuentran los restos de varias cabezas y esqueletos.
La historia se remonta a los inicios del siglo V a.C. Por aquel entonces, los layetanos controlaban las costas de la llanura barcelonesa desde la antigua fortaleza íbera que construyeron en ese cerro. Desde punto estratégico vigilaban la llegada de comerciantes griegos, fenicios, cartagineses y romanos y, a su vez, veían cuáles eran las razones de su acercamiento.
Una historia de conflictos
En su apogeo, la comunidad de Puig Castellar, ocupaba 5.000 metros cuadrados y cerraba el acceso hacia la desembocadura del río Besós y el interior del Vallés. Previsores de todo lo que podía pasarles protegieron su territorio y sus intereses en un entorno marcado por las luchas y alianzas comerciales.
Sabían lo que se hacían. En aquella época, los conflictos bélicos marcaron la Hispania antigua. Tras la Segunda Guerra Púnica y la derrota de Cartago, Roma buscó consolidar su poder en la península ibérica, aplastando las rebeliones lideradas por caudillos locales que desafiaban su autoridad.
Pacto con Roma
Durante tres años, el cónsul romano Marcio Porcio Catón y sus legiones asolaron el norte del Ebro, aplastando a las comunidades rebeldes, hasta ver destruido a la actual Túnez. Aunque Puig Castellar logró evitar la destrucción completa al pactar con Roma, los layetanos se vieron obligados a abandonar su fortaleza, dejando atrás sus murallas y casas construidas sobre terrazas artificiales que desafiaban el escarpado terreno del cerro. La amenaza era demasiado obvia.
Los layetanos era un pueblo civilizado. El poblado de Puig Castellar muestra claramente una organización urbanística avanzada, con tres calles principales que conectaban las viviendas y los espacios productivos, reflejando una sociedad jerarquizada dominada por una élite guerrera.
Las casas, construidas en terrazas para adaptarse al desnivel del terreno, estaban divididas en una o varias habitaciones y eran el centro de actividades como la molienda de trigo, principal recurso de la comunidad. Además de la agricultura, la ganadería era fundamental para la economía del poblado, con restos de ovejas, cabras, vacas y productos de pesca que revelan la diversidad de su dieta.
Los talleres metálicos de Puig Castellar también desempeñaban un papel crucial, produciendo herramientas de hierro, cobre y bronce, así como armas y otros utensilios que eran utilizados tanto en la vida diaria como en la defensa del poblado. Entre los hallazgos destacan piezas como morillos para chimeneas decorados con cabezas de carnero, que hoy se exhiben en el Museo Torre Balldovina.
Civilizados y corta-cabezas
La riqueza de los objetos encontrados, desde cerámicas griegas y cartaginesas hasta artefactos de uso cotidiano, sugiere que los layetanos no solo eran guerreros, sino también hábiles artesanos y comerciantes que mantenían intercambios con diversas culturas del Mediterráneo.
Pero si se fueron por su propio pie y pactaron con los romanos, la pregunta es ¿qué hacen esas cabezas cortadas entre las ruinas de ese poblado? Bueno, lo cierto es que Puig Castellar se distingue de otros poblados íberos por la espeluznante práctica de exhibir cabezas cortadas de sus enemigos.
Restos de adultos y niños
Durante las excavaciones realizadas en este monte de Santa Coloma a principios del siglo XX, se descubrieron restos humanos decapitados que habían sido expuestos como trofeos. Estas cabezas, cuidadosamente preparadas y clavadas en postes junto a la entrada sur del poblado, eran símbolos de victoria y un método de intimidación para los enemigos.
Entre las víctimas identificadas hay jóvenes de entre 15 y 19 años, un adulto mayor de entre 50 y 60 años, y dos mujeres, una de ellas de unos 40 años y la otra de entre 17 y 25 años, lo que indica que las batallas y enfrentamientos no hacían distinción de edad ni género.
Por qué cortaban cabezas
La exhibición de cabezas cortadas no era una práctica exclusiva de los layetanos, sino que se extendía por toda Europa como parte de una tradición guerrera. Se creía que la cabeza concentraba la esencia vital de una persona, y al conservarla como trofeo, los vencedores adquirían también parte del poder del derrotado. En el contexto de Puig Castellar, estas decapitaciones no solo representaban la derrota del enemigo, sino también una demostración pública de fuerza y dominio sobre otros pueblos, marcando la superioridad de los guerreros del poblado.
El yacimiento de Puig Castellar, descubierto en 1904 por Ferran de Sagarra y de Siscar, ha sido objeto de numerosas campañas arqueológicas que han permitido conocer mejor la vida de sus antiguos habitantes. Desde los primeros hallazgos, como el pebetero de la diosa Tanit, hasta los recientes estudios sobre las cabezas cortadas, este enclave sigue revelando los secretos de una comunidad que vivió, luchó y murió en un entorno hostil.
Las últimas intervenciones realizadas en 2022 se centraron en mejorar la musealización del yacimiento, consolidar las estructuras y restaurar las murallas que en su día protegieron el poblado. Hoy, Puig Castellar forma parte de la Ruta de los Íberos, un recorrido turístico y cultural que invita a los visitantes a explorar los vestigios de la civilización íbera en Cataluña. Las ruinas del poblado, sus murallas y los restos de su arquitectura defensiva, ofrecen una ventana al pasado, y a tan sólo 10 minutos de Barcelona.