Todo español en algún momento de su vida ha tenido conocimiento de un santo. En una sociedad tradicionalmente religiosa como la nuestra, la devoción por mártires, vírgenes y figuras varias de Jesús es más que obvia. 

Cataluña no es una excepción. Por poner un ejemplo, Sant Jordi se celebra en todo el territorio y, aunque uno no sea religioso, puede disfrutar de este particular día de los enamorados catalán donde las parejas (de novios o amigos) se regalan rosas y libros. Eso sin contar que toda fiesta mayor está dedicada a una virgen o santo, por poca atención que se le preste.

Un santo particular

Hay algunos santos cuya popularidad trasciende autonomías. La virgen del Rocío o la de Montserrat es un claro ejemplo y, en materia de santos, hay uno que se lleva la palma.

Se trata de un pobre mártir africano al que no se le ha dejado de torturar tras su muerte. Estamos hablando del mítico y castigado San Cucufato.

El dicho popular

Es raro que a estas alturas poco sepan por qué este pobre hombre ha estado en algún momento en la boca de cualquier español. Se lo invoca básicamente como llamada desesperada a objetos perdidos, pero sin necesidad de llamar a ningún teléfono.

La tradición española, asegura que, cuando una persona pierde algo en su casa debe anudar un trapo, paño o prenda textil cualquiera mientras en voz alta dice lo siguiente: "San Cucufato, San Cucufato, de los cojones te ato, si no me encuentras el (objeto perdido) no te los desato".

Sí, el pareado es algo vulgar, pero si preguntan, parece ser bastante efectivo. Algunos aseguran que es infalible llevar a cabo esta práctica, ponerse a buscar y, de repente, cuando uno menos se lo espera, aparece aquello perdido en algún lugar.

En caso de que eso falle, hay quien amplía el ritual. Después de anudar lo que sea se ha dejar debajo de la cama y no sacarlo de allí hasta que se encuentre el objeto perdido.

Un santo africano

En cualquier caso, esto parece una tortura inmerecida para un santo que ya lo pasó mal en vida. La historia de este santo cristiano arranca en Escilio, cerca de Cartago (la actual Túnez), aunque otras versiones apuntan a Cillium.

Su vida en África no era para nada mala. Nació en el seno de una familia acomodada, recibió una educación de calidad en Icosium y, posteriormente, se convirtió en un ferviente cristiano.

Los martirios de San Cucufato

A finales del siglo III, movido por las persecuciones cristianas que ordenó el emperador romano Diocleciano, el joven Cugat viajó con su amigo (o hermano) Félix a Hispania. Al llegar a Barcelona, sus caminos se separaron. Félix partió hacia Girona, donde fue martirizado, de allí que allá una iglesia en su honor en esa ciudad. Por su parte, Cugat permaneció en la región barcelonesa, donde logró numerosas conversiones, atrayendo la atención de las autoridades imperiales.

El problema es que, en plena persecución a los cristianos, eso fue todo un desafío. Acabó encarcelado en las cercanías de Barcelona y sufrió diversos tormentos. Según el relato de Aurelio Prudencio, fue condenado a ser devorado por fieras, que milagrosamente no lo atacaron, y a morir en la hoguera, cuyas llamas se apagaron. Finalmente, fue decapitado en el campamento Castrum Octavianum en el año 304, después de que un juez que lo había condenado fuera tragado por la tierra. Ese campamento es hoy Sant Cugat.

Cucufato y la ciudad más pija de Cataluña

Se cree que fue un cristiano rico quien trasladó su cuerpo hasta allí para darle una sepultura digna. En el siglo V, se construyó un aula funeraria en el lugar donde ahora está el monasterio de Sant Cugat (Barcelona), y con el tiempo, surgieron leyendas de que dos cristianas, Juliana y Semproniana, trasladaron su cuerpo y fueron martirizadas por ello.

Este tipo de relatos sobre Cucufato y la dispersión de su cuerpo arrancaron en el siglo X, pero acabó quedando la historia de que el martirio y el entierro fue en el conocido como el municipio más pijo de Barcelona. Porque sí, en catalán San Cucufato es Sant Cugat. Pero eso es otra historia.

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