Quien le iba a decir a la gente pija de Sant Cugat que deben su nombre a un mártir africano que muchas familias mencionan a diario. Mención, eso sí, que no es más que otra tortura para el pobre santo.
Este municipio de la periferia de Barcelona se ha ganado la fama de ser un lugar de clases acomodadas. Puede que haya parte de tópico, estereotipo o leyenda, pero siempre aparece como uno de los municipios con mayor renta per cápita de Cataluña. Y los datos son más objetivos.
Un mártir torturado hasta hoy
Lo curioso es que a pesar de su popularidad y conocimiento sobre la economía de las familias sancugatenses, poco se sabe del origen de este nombre. Es más pocos saben cuál es la traducción de este nombre al castellano. No es Quirico, ese es el caso de Sant Quirze, que merece casi otro artículo.
Sant Cugat es en castellano San Cucufato. Sí, ese santo al que a día de hoy se menciona y se le tortura para conseguir encontrar cosas. Sí, el de "San Cucufato, San Cucufato, de los cojones te ato, si no me encuentras el (objeto perdido) no te los desato". Pareado algo vulgar que se dice mientras se hace un nudo a un pañuelo, casi como se fuera un rito vudú, cuando no hay manera de encontrar algo.
Un santo africano
Más allá de esta curiosidad, la historia de Sant Cugat tiene mucha miga y mucha historia. Un relato que empieza en África y que también acaba con una tortura que tiene poco que ver con anudar un pañuelo.
Efectivamente, la historia de este santo cristiano arranca en Escilio, cerca de Cartago (la actual Túnez), aunque otras versiones apuntan a Cillium. En cualquier caso, en el continente africano. Nació allí, en el seno de una familia acomodada, recibió una educación de calidad en Icosium, donde se convirtió en un ferviente cristiano.
Los primeros martirios de Sant Cugat
A finales del siglo III, movido por las persecuciones cristianas que ordenó el emperador romano Diocleciano, el joven Cugat viajó con su amigo (o hermano) Félix a Hispania. Al llegar a Barcelona, sus caminos se separaron. Félix partió hacia Girona, donde fue martirizado, de allí que allá una iglesia en su honor en esa ciudad. Por su parte, Cugat permaneció en la región barcelonesa, donde logró numerosas conversiones, atrayendo la atención de las autoridades imperiales.
El problema es que, en plena persecución a los cristianos, eso fue todo un desafío. Acabó encarcelado en las cercanías de Barcelona y sufrió diversos tormentos. Según el relato de Aurelio Prudencio, fue condenado a ser devorado por fieras, que milagrosamente no lo atacaron, y a morir en la hoguera, cuyas llamas se apagaron. Finalmente, fue decapitado en el campamento Castrum Octavianum en el año 304, después de que un juez que lo había condenado fuera tragado por la tierra. Ese campamento es hoy Sant Cugat.
Un santo con ciudad
Se cree que fue un cristiano rico quien trasladó su cuerpo hasta allí para darle una sepultura digna. En el siglo V, se construyó un aula funeraria en el lugar donde ahora está el monasterio, y con el tiempo, surgieron leyendas de que dos cristianas, Juliana y Semproniana, trasladaron su cuerpo y fueron martirizadas por ello. Este tipo de relatos sobre Cugat y la dispersión de su cuerpo arrancaron en el siglo X, pero acabó quedando la historia de que el martirio y el entierro fue en el conocido como el municipio más pijo de Barcelona.
Luego llegarían las representaciones pictóricas de su martirio, como la encargada en 1502 al pintor flamenco Aine Bru, se encuentra en el Museo Nacional de Arte de Catalunya (MNAC). Lo que no se tiene tan claro es por qué al pobre Cucufato se le sigue torturando para encontrar algo.