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No lo sabías: el origen secreto de la crema catalana que muy pocos conocen

Este icono atemporal que encarna la identidad de la tierra catalana guarda una curiosa historia detrás de su creación

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Cataluña siempre ha sido un crisol de sabores, donde se entrelazan geografía, tradición y modernidad. Su gastronomía brilla con luz propia, gracias a la creatividad de sus cocineros, la calidad de sus productos de proximidad y una historia culinaria que viaja siglos atrás.

Dentro de este universo de sensaciones, hay un postre que destaca por su elegante sencillez, su capacidad para conquistar el paladar y ese equilibrio entre suavidad y textura. Todo un clásico que enamora por su capa crujiente y su corazón cremoso.

Hablamos de un icono atemporal que encarna la identidad de esta tierra, un auténtico tesoro repostero que se disfruta en momentos especiales.

Origen y evolución histórica

La crema catalana, también llamada crema cremada o crema de Sant Josep, tiene raíces que se remontan a la cocina medieval catalana.

Se menciona en recetarios históricos como el Llibre de Sent Soví del siglo XIV y el Llibre del Coch de Robert de Nola, escrito en 1520. Estas referencias demuestran que, aunque simple, este postre forma parte del acervo culinario más antiguo del territorio.

Se cree que su invención fue fruto de un error creativo: unas monjas, al preparar un flan demasiado líquido, añadieron azúcar y lo quemaron para crear una textura diferente, logrando el icónico contraste entre lo cremoso y lo crocante.

En concreto, la historia que se cuenta es que hacia finales del siglo XVIII, en el antiguo Reino de Aragón, se alzaba un convento catalán escondido al pie de las montañas, donde vivía una comunidad de monjas. Un día, el lugar recibió la visita de un distinguido obispo catalán, célebre por su gusto exigente en la mesa.

Con el fin de agasajarlo, las religiosas decidieron elaborar un flan casero y confiaron la tarea a la hermana más joven. Sin embargo, la novicia retiró el postre antes de que terminara de cuajar y, para disimular el error, improvisó una capa de caramelo.

Al probarlo, el obispo exclamó sorprendido "¡crema, crema!" (que en catalán significa "quema") al sentir el calor del caramelo. Superado el susto, felicitó a las monjas por la creación, que desde entonces fue bautizada con ese nombre.

Esta anécdota refleja ese carácter humilde, casi heroico, de la gastronomía tradicional: transformar lo sencillo en inolvidable.

Su nombre completo, crema de Sant Josep, se relaciona con la tradición de servirla en el Día de San José (19 de marzo), jornada del padre. El término "catalana" se introduciría posteriormente (siglos XVII o XIX), como distinción frente a la famosa crème brûlée francesa, aunque ambas compartan características similares.

Receta y singularidades

A diferencia de otros postres horneados, la crema catalana se cocina en una cazuela al fuego, sin baño María, lo que le da una textura única.

Crema catalana

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Su base es una crema pastelera elaborada con yemas de huevo, leche aromatizada con canela y piel de limón (o naranja) y espesada con harina o incluso maicena en versiones modernas.

Tras enfriarse, se espolvorea azúcar blanco en la superficie y se carameliza mediante un hierro al rojo vivo o, en tiempos recientes, un soplete casero. Este proceso crea esa capa crocante que contrasta con la suavidad interna, convirtiéndola en un postre irresistible y cargado de matices.

Además, esta crema no solo se sirve sola, sino que se utiliza como relleno de diferentes productos de bollería: ensaimadas, cocas, torteles, "susos" y muchas otras elaboraciones tradicionales. También ha inspirado variantes como helados, espumas, turrones y hasta dulces con aroma de crema catalana.

Identidad cultural y contemporaneidad

Hoy en día, la crema catalana sigue siendo un símbolo de fiesta y momentos en familia, aunque su consumo se ha diversificado. Históricamente ligada al Día de San José, es de esos postres que evocan domingo, reunión y recuerdos.

Simultáneamente, se ha adaptado al ritmo de la vida moderna: los sopletes han llevado la caramelización al hogar, mientras que las marcas lácteas han lanzado versiones industriales del postre para el mercado. Un ejemplo es La Fageda, que ahora produce una crema catalana para supermercados, con diferencias en azúcar y aromas.

Un postre que trasciende fronteras

Lejos de ser un simple postre, la crema catalana ha dejado huella en el panorama dulce europeo. Se sostiene como herencia viva de la cultura repostera catalana, reconocida por su capacidad de adaptarse sin perder carácter.

Su popularidad ha cruzado fronteras gracias a su equilibrado contraste entre calidez y elegancia, sencillez y sofisticación.

Desde las cocinas de convento hasta las mesas de clásicos hogares barceloneses; desde recetas centenarias hasta postres industriales al alcance de todos: siempre ha sabido reinventarse.

Es ese patrimonio dulce que, sin alardes, es la más pura representación del ingenio popular, del vínculo entre tradición y presente, y de un sabor que despierta emociones.

Mucho más que un postre, la crema catalana es un viaje al corazón de Cataluña, un testimonio vivo de su historia y de su alma. Su textura, su aroma y su memoria la convierten en un emblema gustativo.

Hoy esta receta sigue bien despierta, permitiendo que en cada cucharada perdure una tradición capaz de seguir conquistando viejos y nuevos adeptos.