Juan Bautista Ortega, director de Clínica Bofill
La suspensión temporal de Juan Bautista Ortega, director general y financiero de Clínica Bofill, no puede interpretarse como un simple ajuste interno. Es, más bien, la evidencia de que la gobernanza del grupo sanitario ha fallado de forma seria, hasta el punto de obligar a la administradora única a apartar cautelarmente a quien concentraba todo el poder operativo.
En un entorno sanitario, donde la confianza es un activo esencial, este gesto tiene un significado inequívoco: algo no ha ido como debía.
Aunque las auditorías interna y externa todavía están en curso y no se ha formalizado ninguna denuncia, el deterioro reputacional es innegable.
Que el máximo responsable haya perdido la confianza de la administradora única deja a Ortega en una posición extremadamente comprometida. La mera necesidad de suspender a quien dirigía la gestión financiera y contractual del grupo es, por sí sola, una señal seria de alarma.
Clínica Bofill, uno de los referentes sanitarios privados de Girona, debería tener como prioridad absoluta la salud de las personas, no enfrentarse a dudas sobre facturaciones, adjudicaciones o controles debilitados.
Sin embargo, las sospechas que pesan sobre la etapa de Ortega —relacionadas con la opacidad en contrataciones, facturación y trazabilidad económica— ponen en entredicho la cultura corporativa que ha imperado durante años.
La credibilidad de un grupo sanitario no se mide solo por su capacidad asistencial, sino también por la solidez ética con la que maneja sus recursos.
Hoy, esa credibilidad está dañada. Y la dirección deberá trabajar con transparencia y firmeza para reconstruir la confianza que la gestión de Ortega ha dejado en cuestión.