
Sede del tribunal francés donde se realiza el juicio a Joel Le Scouarnec
Llueve sobre mojado
Últimamente, Francia vive una preocupante racha de historias siniestras. Nos estábamos recuperando de los horrores de Dominque Pelicot, el hombre que se tiró años drogando a su mujer y ofreciéndola sexualmente a extraños (grabándolo todo, para mejor disfrutarlo a posteriori) cuando se nos presenta a Joel Le Scouarnec, un médico que estuvo 25 años abusando de sus pacientes infantiles (casi 300) y que ahora está siendo juzgado en su país. Si es verdad que no hay dos sin tres, pronto aparecerá otro tarado, pero esperemos que no.
Como en el caso de Pelicot, el doctor Le Scouarnec también dormía a sus víctimas para que no recordasen nada de su desagradable experiencia pero, de todos modos, es extraño que nadie se oliera nada durante un cuarto de siglo. La triste verdad es que mucha gente se olió algo y miró hacia otra parte. Como la familia del abusador. Parece que su mujer estaba al tanto de sus miserias sexuales desde el año 2000, pero al tratarse de una familia de ringorrango, prefirió hacer como que no se había enterado de nada. En menor medida, esa actitud fue reproducida por otros miembros de la familia: era todo muy bonito, muy pulcro y muy elegante para ensuciarlo con una historia tan sórdida.
La pedofilia es una tragedia para las víctimas y el verdugo, quien, probablemente, no entiende por qué le ha caído a él semejante maldición. En esa dirección apuntan unas palabras del doctor Le Scouarnec dirigidas a su hermana: “Quiero decir a mi hermana, que me preguntó por qué soy un pedófilo criminal, que no lo sé. He pensado mucho, he hablado con muchos psicólogos durante años y todavía no lo sé. Pero estoy seguro, y lo repito con toda sinceridad, de que nunca sufrí ninguna agresión. Perdóname por haber hecho todo esto”.
El criminal no sabe por qué ha hecho lo que ha hecho, pero el daño ya no se puede borrar. Una historia muy desgraciada para todos los implicados que le va a costar 20 años de cárcel al doctor Le Scouarnec. Es muy probable que, entre rejas, siga preguntándose por qué es como es y ha hecho lo que ha hecho. Y, mientras tanto, sus víctimas tendrán que atravesar la existencia con las secuelas de sus actos. Aquí no se salva nadie.