
El portavoz de ERC en el Congreso, Gabriel Rufián, a su salida de la primera sesión del debate de investidura de Pedro Sánchez
Nadie es profeta en su pueblo
Tras año y medio en el cargo (como los 18 meses que, según él, le quedaban en el Congreso hasta la inminente independencia de Cataluña), Gabriel Rufián (Santa Coloma de Gramanet, 1982) ha renunciado a su escaño como concejal de su villa natal para concentrarse en sus apasionantes y patrióticas actividades en Madrid, en el Congreso de los Diputados, donde los camareros de los bares de la zona le llaman don Gabriel y sus colegas lo tratan con un respeto que tal vez nunca encontró en su Santa Coloma del alma, cuando se buscaba la vida para salir de pobre y prosperar en la sociedad.
No sé si llegó a leer el célebre libro de Dale Carnegie Cómo ganar amigos e influir en la sociedad, pero no habría que descartarlo si tenemos en cuenta que, de lo primero que hizo, cabe citar su acercamiento al titán de ERC (hoy caído ligeramente en desgracia entre los guardianes de las esencias) Joan Tardà, quien se impuso la tarea de criarlo a sus pechos tras ver que apuntaba maneras como propagador del independentismo catalán en castellano.
Gabriel Rufián no es tonto: lo ha demostrado incrustándose en Madrid con un sueldo de más de 100.000 machacantes al año, separándose de la parienta pobretona y casándose con una chica del PNV y haciendo como que trabaja por la independencia cuando, en realidad, lo único que ha hecho es solucionarse la vida.
En estos momentos, su principal contrariedad es que los más radicales de ERC le echen en cara que no hable catalán en el Parlamento (¡pero si lo ficharon para llevar a una nueva dimensión la figura del charnego agradecido!), ahora que está permitido. Pero Rufi, con muy buen criterio, es consciente de que los idiomas no son lo suyo y sigue hablando en español, dado que el catalán, por decirlo suavemente, nunca lo dominó.
Tengo la impresión de que el cargo de concejal en Santa Coloma lo acepto a regañadientes: todo el mundo sabe dónde no lo quieren. Y total, ¿qué podría haberle ofrecido su pueblo en su momento? ¿Una plaza de portero de discoteca? El hombre no andaba sobrado de estudios, precisamente. Lo que hizo fue lo mejor que podía hacer: convertirse en lazi de la noche a la mañana, engancharse a Tardà, desplegar por Twitter su deslumbrante ingenio y su sentido del humor algo quinqui, pero ampliamente ofensivo, e ir medrando dentro del procesismo. Otros lo intentaron y no les salió tan bien (véase el caso de Albano Dante Fachín).
Obedeciendo al síndrome del Pagés enlluernat, Rufi, que ha triunfado (más o menos) en la capital, no quiere saber nada del pueblo en el que se moría de asco. Así pues, ha aguantado un año y medio como concejal de Santako y, en cuanto ha podido, se ha dado el piro para no moverse de Madrid, que es donde pasan las cosas importantes, te llaman don Gabriel y te casas con una chica de posibles.
Curiosamente, ahora sus enemigos no son los españoles, sino los radicales de ERC, los mismos que han puesto en la lista negra a su padrino del mostacho, y que pueden acabar eliminándolo si al beato Junqueras cree que le conviene.
Espero que se salve, pues desde que se ha olvidado de la tontería de la independencia y los 18 meses, está hecho todo un estadista.