Gisele Pelicot

Gisele Pelicot

Examen a los protagonistas

Gisele Pelicot

Platar cara al horror

Publicada

Ha terminado para Gisele Pelicot (nacida en Alemania en 1952, llegada a Francia a los cuatro años) un horror que empezó en el año 2011, cuando a su despreciable marido, Dominique (recién condenado a veinte años de cárcel), se le ocurrió la brillante idea de drogarla y ofrecerla en ese estado a toda clase de hombres con los que contactaba para que se sirvieran de ella sexualmente sin que se enterara de nada, en una especie de paso previo a la necrofilia. A Dominique le gustaba ver cómo unos desconocidos se beneficiaban a su mujer (algunos dejaron de serlo, pues visitaron el hogar de los Pelicot en más de una ocasión), y le encantaba grabar en video los encuentros, se supone que para disfrutar de ellos en diferido después de haberlos gozado en directo. La tortura duró diez años en los que la señora Pelicot nunca llegó a ser consciente de lo que le pasaba. Si le venía algún flash a la cabeza, su marido se lo quitaba de en medio. Además, ¿qué motivos tenía Gisele para intuir juego sucio en el hombre con el que se había casado a principios de los años 70 y con el que había tenido tres hijos (que, al parecer, no habían compartido el tenebroso destino de su madre).

Dominique ponía anuncios en revistas turbias que la policía no vigilaba para nada, aunque todos sabían el material que se ofrecía en ellas, y los interesados en acostarse con mujeres fuera de combate acudían chez Pelicot (más de 70 en diez años) y se ponían a lo suyo sin, al parecer, encontrar nada extraño en el estado letárgico de la mujer que les ofrecían gratis total. Tengo la impresión de que no habría que ser muy listo para darse cuenta de ahí había, como diría el comisario Maigret, Quelque chose qui cloche (Algo que chirría). Pero supongo que a todos aquellos peculiares devotos del amor libre les daba todo lo mismo: ellos habían ido a lo que habían ido y el que venga atrás, que arree.

Cuando se descubrió el pastel, Gisele Pelicot podría haber optado por una discreta denuncia o ni siquiera por eso: más de una habría tenido suficiente con un rápido divorcio y poner toda la tierra posible por en medio. Se podría haber impuesto la humillante vergüenza de que todo el mundo se enterara de que Dominique Pelicot era un pervertido y una genuina rata de cloaca y de que, a su sufrida esposa, que alguna vez debió quererlo, la habían violado decenas de hombres reclutados por el aparentemente ejemplar padre de familia. Y a ninguna mujer le gustaría que su sórdida historia conyugal quedase a la vista de todos. Dudo que a Gisele Pelicot le apeteciera esa posibilidad, pero una elevada iniciativa moral la llevó a tirar de la manta para que se enterara todo el mundo de lo que le había ocurrido y sus responsables pagaran por ello. Como así ha sido.

Gisele Pelicot quería que el miedo cambiara de bando, y eso es lo que ha ocurrido. Los desgraciados que abusaron de ella sin que se enterasen sus novias y esposas, habrán mostrado a estas sus auténticos colores. Las muestras de arrepentimiento del señor Pelicot no le interesan ni le resultan muy verosímiles a nadie. Aquí lo importante es que una mujer digna ha puesto orden en una realidad repugnante que solo se podía solucionar dando la cara. Algo para lo que no todo el mundo estaba dispuesto.