A riesgo de parecer más machista de lo que soy, debo reconocer que Pablo Iglesias, Juan Carlos Monedero e Íñigo Errejón siempre me parecieron unos tirillas que se habían metido a revolucionarios con la clara intención de pillar cacho (económico, pero, sobre todo, sexual). Soy consciente de que este comentario carece de la menor base científica, pero, ¿qué le vamos a hacer?, así los veía yo mientras escuchaba sus rollos, demagógicos y, en el caso de Monedero, incomprensibles, que me recordaban los de los revolucionarios más brasas de la facultad de periodismo en la que eché mi vida a los cerdos entre 1973 y 1977.
La fundación de Podemos me pareció la oportunidad que habían encontrado los tres tirillas para darse aires, dejar atrás el tedio de una vida consagrada a la docencia, hacer el bolchevique a costa de los llamados indignados (que fueron a ellos lo que los machacados por la hipoteca para Ada Colau, otra espabilada oportunista) y tratar de poner en práctica el mítico Quìtate tú pa´ ponerme yo de Celia Cruz a costa de la generación de políticos de la transición (a partir de ahora, la casta) y de la demonización del bautizado como Régimen del 78.
En principio, que conste, uno no tenía nada en contra de que surgiera una asociación política que pusiera en solfa el bipartidismo de PSOE y PP, ni tampoco en contra de un partido a la izquierda del PSOE, pero el problema de los tres tirillas y sus secuaces es que resultaban de muy baja estofa y se les notaba demasiado las ganas de figurar, agarrándose a lo que tuvieran más a mano y que no hubiese sido tomado lo suficientemente en serio por la casta y el régimen del 78. Entre esos temas resultones destacaba el feminismo, y a él se agarraron los tres tirillas con la ayuda de algunas mujeres tirando a zotes, pero con una mezcla de ignorancia y desfachatez que las hacía ideales para integrar la Sección Femenina de este nuevo Frente de Juventudes seudo bolchevique (una de ellas, Irene Montero, acabó matrimoniando con el tirillas en jefe, Pablo Iglesias, y pasó de una caja del Mercadona a un ministerio, y de ahí a largar en el parlamento europeo, todo ello sin saber hacer la o con un canuto).
Pese a su aspecto patibulario, Monedero fue quien menos destacó en el apartado de la seducción, aunque como se pasaba (y se pasa) la vida en Venezuela, igual se ha librado de salir en el Instagram de Cristina Fallarás (de los tres, es el que tiene un semblante más rijoso, pero igual es un bendito del Señor). Iglesias ejercía de una mezcla de líder político (como el príncipe Stavrogin de la novela de Dostoievski Los demonios) y gurú de secta destructiva. Debía de tener labia, pues cambiaba de novia con cierta frecuencia: ¿recuerdan a una tal Tania, que fue enviada al gallinero del Congreso, detrás de una columna, tras ser sustituida por Irene?, ¿y los rumores que relacionaban al Súper Tirillas con la hija de Jorge Verstrynge? Y a todo esto, el que parecía inofensivo y hasta un buen chico era Íñigo Errejón (Madrid, 1983), cuyos discursos feministas parecían a veces hasta sinceros (luego resultó que no).
En cuestión de días, Íñigo Errejón se ha caído con todo el equipo. Denuncias anónimas y con nombre y apellido lo han dibujado como un machista de manual que se portaba fatal con sus ligues. O sea, como un tipo que decía una cosa y hacía otra (ya lo dice el refrán: “Haz lo que digo, no lo que hago”). Cierto es que las denuncias no son de una gran fiabilidad. La primera, por anónima. La segunda, porque está llena de contradicciones y de cosas que no se entienden. Y la tercera porque es de Aída Nízar, una lianta de nivel cinco capaz de lo que sea para volver al seudo candelero. En cualquier caso, estas tres insidias han bastado para cancelar a nuestro hombre, quien no ha dudado en empeorar las cosas firmando una declaración en la que se presenta como una víctima del heteropatriarcado que confundió su persona con su personaje y la velocidad con el tocino (o algo parecido).
A todo esto, su partido, que ya estaba en las últimas, se ha llevado una bofetada de la que habrá que ver si se levanta. Y su antiguo Tirillas en Jefe, puede que harto de regentar ese refugio del proletariado que es la taberna Garibaldi, tal vez se relame ante la posibilidad de una resurrección de Podemos a costa de Sumar (y así matar dos pájaros de un tiro: su ex compadre Íñigo y su traicionera secuaz Yolanda).
Personalmente, no es que lamente en exceso el destino de Errejón, pues ha perecido a mano de un delirio que él mismo puso en marcha. Pero me parece exagerado que se le trate como a un criminal y se le amenace con varios años de cárcel. ¿Que el tipo era un sobrado, no era tierno ni cariñoso, trataba a las mujeres con prepotencia y se creía la última Pepsi Cola en el desierto? Pues, chicas, con enviarlo a tomar por saco, estabais al cabo de la calle. Tampoco le habría cogido la cosa por sorpresa. Probablemente, es lo que le había pasado toda la vida hasta que optó por meterse en política con el club de los tirillas.