La directora médica del Hospital de Mataró, Mònica Ballester, ha recogido dos premios del área maternoinfantil del centro sanitario en los últimos siete días. Dos organizaciones distintas han otorgado distinciones a la unidad pediátrica de esta ciudad sanitaria pública al norte de Barcelona.
La doble noticia sería un anodino breve en un medio local si no fuera porque oculta una contradicción en sí misma: el Hospital de Mataró tuvo que cerrar parte de la unidad pediátrica en verano por mala gestión. Faltaban médicos, y los que habían estaban quemados. La crisis fue tan grave que llevó a un hecho inédito en Cataluña: se clausuró parte de la hospitalización infantil, y se derivó al Hospital de Can Ruti de Badalona. Casi 270.000 vecinos de Maresme y cercanías vieron cómo su centro sanitario de referencia precintaba parcialmente el área infantil.
Los médicos del centro se levantaron en pie de guerra y exigieron la dimisión de --sorpresa-- la jefa médica del complejo, Mònica Ballester. La salida, por supuesto, no se sustanció. Sí se produjo el cese de la jefe de servicio, y se colocó a otro que está en funciones al frustrarse la incorporación de una médico de confianza de la alto cargo.
Ahora, un par de meses después, la misma directora médica de este mismo hospital recoge dos premios a la gestión en el área maternoinfantil. Es la misma área que entró en barrena, que colapsó, y que dejó a los ciudadanos sin parte del servicio. Un hospital cierra parte de sus instalaciones por mala gestión, y dos meses después recibe premios por ello. La contradicción es lacerante, hiriente.
El Hospital de Mataró, y sobre todo, su personal, puede recoger los reconocimientos que quiera y merezca. Los sanitarios se baten el cobre día a día para salvar vidas y curar enfermedades. Si alguien se merece un premio, son ellos y ellas. Reconozcámosles.
Pero no es de recibo que después de una catastrófica gestión, una directiva reciba sonriente dádivas y agasajos. Es, casi, una ofensa al ciudadano que paga por ese servicio vía impuestos.
Esta directiva no es otra que Mònica Ballester. La alto mando es mujer y tiene un currículum ejemplar, pero su tenencia en el Hospital de Mataró desde 2022 ha sido mala. No ha estado a la altura. Ha creado problemas a los ciudadanos -sobre todo, a los padres y madres- y también al CatSalut.
La situación no ha pasado desapercibida en el sistema sanitario. Casualidad o no, Ballester es vocal de la Sociedad Catalana de Gestión Sanitaria, que preside Ramon Cunillera, el ex director general del consorcio que rige el Hospital de Mataró, y que destituyó ERC tras, también, una gestión polémica.
Cunillera hundió las cuentas del complejo médico, consiguió que lo intervinieran durante siete años, perdiendo la gestión, pero ahora también luce sonriente en actos públicos y da lecciones sobre cómo gestionar organizaciones sanitarias complejas. Mientras, la deuda impagable de la institución que presidió se estima en decenas de millones de euros.
Sería hora de que algún cargo electo pusiera un poco de orden a cierta clase gerencial que opera por encima de los códigos del común de los mortales. Si lo haces bien, sigues y te reconocen. Si lo haces mal, cambias de proyecto amistosamente.
La consellera de Salud, Olga Pané, visita hoy Mataró. Debería tenerlo mucho en cuenta.