Marta Rovira
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La secretaria general de ERC, Marta Rovira, regresó ayer a España tras seis años fugada a Suiza, donde evitó la instrucción del llamado caso Tsunami hasta que la causa colapsó por errores en el procedimiento.
La aún política recorrió Cataluña dándose un baño de masas tras seis años de evasión judicial en la confederación helvética. Los suyos la jalearon, y ella se presentó como una víctima del Poder judicial.
Lo cierto es que Rovira no permanecerá en España, sino que regresará al país centroeuropeo para, según ha defendido, poder reenganchar a su hija al curso escolar en Suiza.
De nuevo, la líder independentista que prometió "luchar hasta el final" esquiva el tren de vida común de sus conciudadanos y demuestra que no solo estaba en tercer país más rico de Europa para eludir la acción de la justicia, sino también porque se ha acostumbrado a su comodísima vida civil y económica.
Algo que no casa con determinados pronunciamientos y discursos y que será difícil de justificar ya no ante las bases de ERC, sino ante una ciudadanía en general que se enfrenta a las dificultades para, por ejemplo, acceder a una vivienda en nuestro país.
La actitud de Rovira, tanto en lo judicial como en su modus vivendi, se acerca más a la de una aristocracia independentista que a la de un ciudadano común. Sin mencionar que parte de los problemas que asedian al catalán de a pie, como la fuga de empresas y la consiguiente merma económica de Cataluña, la provocó el proyecto que ella lideró, y del que rechazó dar explicaciones ante los tribunales.