George Lucas
Dirigir, ¿para qué?
Ningún cineasta ha sabido rentabilizar sus ideas con la eficacia del norteamericano George Lucas (Modesto, California, 1944), quien se ha forrado, básicamente, con dos franquicias, La guerra de las galaxias e Indiana Jones. Empezó su carrera como un creador audiovisual, digamos, tradicional: el autor que escribe y dirige sus propias películas. Ese fue el caso de su debut, THX138 (1971), una cinta de ciencia ficción de bajo presupuesto que funcionó bien con la crítica y más bien mal con el público.
Con su segunda obra, American Graffitti (1973), Lucas se ganó el favor de crítica y público (y hasta recibió varias nominaciones a los Óscar). Y con la tercera, Star Wars (1977), empezó a mutar en el empresario audiovisual número uno que lleva siendo desde hace tiempo. A sus ochenta años, el Festival de Cannes le ha rendido homenaje y daba gusto ver al hombre deambulando por allí con traje gris y bambas blancas, conservando todo el pelazo (aunque blanco) y observándolo todo con una expresión a medio camino entre el agradecimiento y el estupor.
Que un cineasta no parezca disfrutar excesivamente sentado en la silla del director resulta curioso, pero tengo la impresión de que ese es el caso de nuestro hombre. Dirigió la primera entrega de La guerra de las galaxias y luego se limitó a escribir y producir las siguientes entregas, aunque asumió la tarea de dirigir en la primera parte de la segunda trilogía. Alumbró al arqueólogo aventurero Indiana Jones, pero le dejó dirigir sus aventuras a su amigo Steven Spielberg. Tras dos largometrajes personales y, en el caso de American Graffiti, sensacionales, se convirtió en un fabricante de éxitos eternos que se limitaba prácticamente a supervisar. Star Wars e Indiana Jones son sagas cinematográficas, pero también parques temáticos de consumo masivo en los que apenas queda nada del joven que escribió y dirigió la conmovedora American Graffiti.
La visión comercial del señor Lucas, eso sí, es admirable. Creó su propia compañía, Lucasfilm (que le vendió por una pasta a Disney en 2012), suministró efectos especiales a troche y moche con su Industrial Light & Magic, produjo un montón de fistros rentables (salvo la catastrófica Howard the duck) y tuvo el detalle de financiarle a Paul Schrader su peculiar biopic sobre el escritor japonés Yukio Mishima. Optó muy pronto por dejar de ser un director de cine para convertirse en un súper empresario de éxito.
Personalmente, le agradezco enormemente las aventuras de Indiana Jones, pero nunca he logrado entrar en el universo de Star Wars, lo cual me ha hecho sentirme muy solo a veces entre mis compañeros de generación (vi la primera entrega en el cine, cuando se estrenó, y no logré verle la gracia; me perdí voluntariamente todas las secuelas). Me parece un empresario ejemplar y un macho alfa de la industria audiovisual, pero sigo echando de menos al chaval que fabricó American Graffiti en 1973 y me pregunto cuál habría sido su carrera de no optar por el circus maximus tan pronto.