Carlos Torres
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Las operaciones corporativas cuentan habitualmente con un componente endiablado de dificultad debido a la cantidad de grupos de interés (accionistas, directivos, empleados, clientes, etc) implicados en ellas. Pretender afrontarlas sin unos mínimos apoyos entra directamente y por derecho propio en el terreno de la quimera.
Vistas las reacciones y respuestas al movimiento de BBVA para hacerse con el control de Banco Sabadell, tras el frustrado intento de finales de 2020, todo parece indicar que éste último ha sido el caso del equipo gestor del banco con sede en Bilbao que lidera su presidente, Carlos Torres.
Su acercamiento al consejo de la entidad vallesana, que no cuenta con un núcleo duro de accionistas, debía ser la piedra angular del proceso, precisamente por esa falta de referencia en el ámbito de la propiedad. Pero la falta de sintonía, que no ha tardado en ponerse de manifiesto, ha destapado igualmente que a la operación le ha faltado mucha "cocina", mucha preparación previa para, a la hora de la verdad, contar con firmes asideros.
Tal unanimidad de colectivos tan dispares desde el punto de vista ideológico y de objetivos no es un escenario habitual y pone a las claras que BBVA ha ido demasiado por su cuenta, sin reparar en que entidades como Banco Sabadell, pese a no tener "dueño", sí cuentan con un ecosistema a su alrededor al que conviene no sólo conocer sino convencer. De lo contrario, tanto martillear en hierro frío llevará aparejado un desgaste que, a la larga, será incompatible con la permanencia de Torres en el cargo.