Antonio Brufau
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Repsol fue plenamente consciente desde el primer momento en que decidió dar su histórico giro estratégico hacia las energías limpias que no iba a ser precisamente bienvenida en este segmento por parte de los grupos que llevan décadas operando en él y que la transición no sería precisamente un camino de rosas.
Tras sucesivos tiras y aflojas, la compañía que preside Antonio Brufau tiene que afrontar el primer envite directo por parte de un competidor como Iberdrola, a vueltas con el llamado greenwashing, es decir, la práctica que consiste en vender una falsa imagen en el mercado de empresa que apuesta firme por las bajas emisiones para beneficiarse de la cada vez mejor acogida que tiene entre los inversores la estrategia verde.
Por ahora, el primer golpe lo ha dado Repsol, cuyas prácticas promocionales desde el punto de vista comercial han sido plenamente avaladas por el organismo que los grandes anunciantes se han dado a sí mismos como regulador (o, por mejor decir, autorregulador). Una circunstancia que da ventaja a la empresa demandada con vistas al otro pleito que Iberdrola interpuso en su día contra ella, en este caso en la justicia ordinaria.
Más allá del resultado del trámite, Repsol se juega en el empeño mucho más que los eventuales costes que pudieran acarrear estos procesos. Es una cuestión de credibilidad, de trasladar al mercado con hechos y evidencias, por encima de las palabras, que los planes y cuantiosas inversiones que hasta la fecha ha desarrollado en el ámbito de las renovables no tienen como motivación seguir una moda pasajera o buscar un trato de favor en la comunidad inversora, de forma ocasional.
Es definitiva, que no se trata de seguir "una moda", como reza el argumento en el que se basan las acusaciones que le han llevado a tener que defenderse. Consciente de lo mucho que hay en juego, Repsol se ha tomado muy en serio el desafío y, al menos de momento, su imagen está siendo incluso reforzada.