Thomas Glanzmann, nuevo presidente ejecutivo de Grifols / CEDIDA
Thomas Glanzmann
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Grífols superó ayer un auténtico match-ball al haber podido presentar finalmente, el último día preceptivo, el informe de auditoría que acompaña a las cuentas anuales de 2023 que, además, no refleja salvedades. Hace poco más de una semana, la ausencia de este documento junto a los resultados alimentó todas las dudas sobre los números de la empresa, revivió los fantasmas y, sobre todo, volvió a provocar una estampida inversora que ni siquiera el notable repunte próximo al 20% con el que ha cerrado la última sesión de la semana ha sido suficiente para restañar todas las heridas.
Es evidente que la crisis originada en Grífols a raíz del ataque de Gotham City y las numerosas sombras de sospecha que ha hecho cernirse sobre el productor de hemoderivados, sus prácticas contables, su gobernanza y las operaciones vinculadas no se resuelve en un día; tampoco en una semana.
El valor más apreciado de los mercados es la confianza, eso que se tarda toda una vida en conseguir y un solo día en perder. Bajo este precepto, lo que la compañía ha evitado en las últimas horas se parece mucho a una sentencia de muerte, que no es poco; sin embargo, se antoja netamente insuficiente para considerar que lo peor ya transcurrió.
Le queda mucho por hacer a ese consejo que preside Thomas Glanzmann, que no está precisamente exento de este clima tormentoso en torno a Grífols debido a su afinidad con la familia fundadora, junto a la que ha trabajado durante más de una década. El espaldarazo de la auditoría actuará como soplo de aire fresco, junto con la próxima llegada de Nacho Abia para tratar de enderezar el rumbo de la farmacéutica. Pero mañana, el mercado pedirá nuevas pruebas de confianza; y al día siguiente, otras más.
De la disponibilidad de Grífols dependerá su supervivencia como referente mundial en un sector tan complejo y vital como el del plasma.
