Dani Alves
Una familia señorial
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Algo empeoró en nuestra ya deplorable sociedad cuando los futbolistas sustituyeron a actores y cantantes en el imaginario glamuroso colectivo. Probablemente, todo empezó con David Beckham, sus peinados, sus tatuajes y su rollo patatero metrosexual. Pero, a partir de ahí, ya fuimos cuesta abajo y no tardamos mucho en llegar a la glorificación del gañán enriquecido por mor de sus pinreles que iba por ahí en coche deportivo y luciendo a jacas frívolas y espectaculares (conocidas como WAGS, siglas de Wives and Girlfriends, o sea, esposas y novias). Entre los gañanes más recientes, brilla con luz propia el brasileño Daniel Alves DaSilva (Dani Alves, para abreviar), quien no hace mucho captó la atención de sus conciudadanos no por sus habilidades como jugador, sino por violar a una chica en una discoteca de Barcelona. El hombre sigue detenido a la espera de juicio, tras deshacerse de su abogado, el eficaz Cristóbal Martell, especialista en la más que brillante defensa de indeseables (y no lo digo en tono peyorativo: es un trabajo sucio, pero alguien tiene que hacerlo y Martell lo hace muy bien; lo vi un día en acción, tratando de salvarle el pellejo al socio manguta de Iñaki Urdangarin y les aseguro que su capacidad para liar la troca es inconmensurable: ¡oh, pico de oro!) y pintan bastos para él, ya que su versión de los hechos, que ha cambiado en tres o cuatro ocasiones, no hay quien se la trague.
Eso sí, a tal señor, tal honor. Y su más inmediato entourage, el familiar, hace juego con su peculiar visión del mundo. Primero tomó la palabra su mujer, Joana Sanz, a la que vi por televisión defendiendo a su maridito, lamentando que sus tendencias libidinosas pudieran afectarla a ella y a su descendencia y pasando como de la mierda de la mujer abusada en la discoteca. Ahora le ha tocado el turno de quedar fatal a su propia madre, Lucía, que no ha tenido mejor idea, a la hora de salir en defensa de su retoño, que publicar un video de la víctima presentándola como una persona de escasa fiabilidad, mostrando su aspecto y hasta dando su dirección. El tiro le ha salido por la culata y lo más probable es que acabe pagando caro su amor de madre, ya que las víctimas (o puede que, en este caso, semi víctimas) no merecen que se incremente su desgracia por una mal entendida fidelidad al fruto de tus entrañas (tal vez la buena señora debería haber prestado un poco más de atención en su momento a la educación de su querido niño).
Un tipo podrido de dinero que cree que todo le está permitido se propasa a lo bestia con una mujer y ésta, encima, tiene que aguantar que la parienta la ignore y la madre del violador la ataque. Es evidente que el síndrome del Patán Millonetis se contagia a los más cercanos. La frivolidad de la vistosa parienta es muy triste, pero la actitud beligerante de la madre resulta directamente ofensiva, además de peligrosa para ella, pues los abogados de la víctima ya se han puesto en marcha para intentar que se le caiga el pelo.
Convertir a simplones con pasta en ídolos de la sociedad es lo que tiene.