Arévalo
El rey de las gasolineras
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Se ha muerto Francisco Rodríguez Iglesias, en arte Paco Arévalo (Madrid, 1947 – Valencia, 2024), y nuestros profesionales del progresismo se han lanzado en tromba a ponerlo de vuelta y media, haciendo una excepción en esa costumbre tan española de hablar bien de los muertos a los que se basureó en vida. Han vuelto a salir los lugares comunes sobre su persona: que si era un machista y un misógino, que si se reía de los homosexuales y los gangosos, que si era un rancio del copón, que si votaba a Vox… No, no siempre se entierra muy bien en España, como sostenía Pérez Rubalcaba. Y, puestos a entonar un mea culpa, he recordado un artículo que le dediqué al difunto a principios de los 80, durante una estancia en París como corresponsal (sin sueldo, como no tardé mucho en descubrir) de El Noticiero Universal, diario barcelonés que se estaba yendo rápidamente al carajo. Un día, deambulando por el barrio de la Bastilla, me topé con un pasquín que anunciaba una inminente actuación de Arévalo en la ville lumiere y vi la oportunidad de hacerme el gracioso a su costa, redactando un texto en el que sostenía la teoría de que no había forma humana de darle esquinazo a Arévalo, que no servía de nada salir de España porque él te seguía a donde estuvieras. No le sentó bien y envió una carta de protesta al diario en la que decía que él se limitaba a hacer su trabajo donde se lo solicitaban, lo cual era cierto y hasta me hizo sentir levemente culpable.
Arévalo, como humorista, siempre fue un estandarte del cutrerío, pero también un tipo que se hinchó a vender casetes con sus chistes de maricas y gangosos en las gasolineras de toda España, lo cual le convirtió en nuestros tiempos en un firme candidato a la cancelación, que esquivó como buenamente pudo (sosteniendo, a veces, argumentos tan discutibles como el de que España se había convertido en una dictadura porque ya no te podías reír de los sarasas y de los gangosos). Era un personaje digno de las aventuras de Torrente, de acuerdo, pero nunca me pareció un tipo especialmente odioso. Gracia, lo que se dice gracia, no me hacía, pero nunca me sacó tanto de quicio como Paco Martínez Soria, Lina Morgan o el Dúo Sacapuntas. Es más, como aficionado a la cultura basura, supe valorar sus mejores momentazos, como las actuaciones junto a Bertín Osborne (formaban una pareja muy similar a la de Arnold Schwarzenegger y Danny de Vito en Twins) o su romance con Malena Gracia (que fue echada a patadas de su funeral por la familia: qué poca correa tienen a veces los deudos, que también se enfadaron con Bertín por no aparecer por el sepelio ni enviar un ramo de flores o un tarjetón).
Mucha gente se tronchaba con Arévalo. ¿Deberíamos cancelar también a esos fans? Como tantos otros, Arévalo se ganó la vida contando chistes (malos) con los que lo petaba en las gasolineras y hasta en París (y no hace falta juzgar su, digamos, obra desde los estándares actuales). Que yo sepa, nunca mató a nadie. E incluso soltó algo de dinero para obras benéficas. ¿Es necesario ponerle verde cuando se muere para sentirnos moralmente superiores y mejores personas? Definitivamente, cuando te subes encima de un muerto, pareces más alto. Y a menudo, más miserable.