El actor Gérard Dépardieu, en una aparición pública

El actor Gérard Dépardieu, en una aparición pública EFE

Examen a los protagonistas

Gérard Depardieu

24 diciembre, 2023 00:00

Gargantúa y Pantagruel

Corre la (discutible) teoría de que nunca estamos a más de seis grados de separación de alguna celebrity (el concepto se originó partiendo de que todos mantenemos algún tipo de relación con el actor Kevin Bacon, cosas de Holywood). Si me creo esa teoría, descubro que solo estoy a un grado de separación de Gérard Depardieu (Chateauroux, 1948), pues una amiga cineasta compartió mesa y mantel con él hace unos años -para hablar de un proyecto que finalmente no condujo a nada- y me pasó un parte tenebroso del célebre actor francés (¡y gloria nacional de la república!). En resumen: que confiaba en no volver a cruzárselo jamás. Parece que el hombre se gastaba un tono entre displicente, perdonavidas y machista, que comía como un cerdo y bebía como dos esponjas y que llegó al final del encuentro con una tajada de capitán general. Reconozco que a mí ya no me caía muy bien el sujeto, aunque no por los temas que ahora lo acorralan en los tiempos del Me Too, si no por instalar su residencia fiscal en Bélgica, estando podrido de dinero, para pagar menos impuestos; por su amistad con el sátrapa Vladimir Putin (que le concedió la nacionalidad rusa en el año 2013); por su voluntaria mutación en Gargantúa y/o Pantagruel, que parecía pasar inadvertida a sus compatriotas, pero que a mí me daba la impresión de que solo servía para interpretar con suma verosimilitud el personaje de Obelix; por sus meteduras de pata ante las que Francia entera miraba hacia otro lado (a destacar la vez que se sacó la chorra en un avión y se meó en el pasillo porque los baños estaban momentáneamente desactivados: rien a voir con las divertidas excentricidades de otro famoso borracho francés, Serge Gainsbourg)….

Tampoco me había parecido nunca el gran actor que casi todos veían en él, y desde su mutación pantagruélica, lo único que me interesaba era ver cuando acababa como aquel personaje de la película de los Monty Pyhton The meaning of life que reventaba tras una comilona sensacional. Uno es como es y la gente permanentemente desabrochada a veces le hace gracia y a veces no. Depardieu no me hacía ninguna, aunque debo reconocer que clavó a Dominique Strauss-Kahn en la película que le dedicó Abel Ferrara (tal vez porque se identificaba de manera natural con la peculiar manera de tratar a las mujeres del economista caído en desgracia).

Ahora tenemos al señor Depardieu inmerso en pleno proceso de cancelación. Catorce mujeres lo acusan de haber abusado de ellas en distintos rodajes. Una periodista española ha recuperado súbitamente la memoria y recuerda cómo la manoseó hace años con ocasión de una entrevista. Una examante se arrojó al Sena y ya hay quien asegura que fue, en parte, por no haber superado una abusiva relación con el actor. Se habla de retirarle la Legión de Honor y casi nadie sale en su defensa. Solo Emmanuel Macron, como si no tuviera ya suficientes problemas, se ha puesto de su parte (Putin está tan ocupado machacando Ucrania que no debe tener tiempo para interesarse por las cuitas de su amigote, aunque en Rusia se grabó ese video tan edificante en el que Depardieu sostiene que las mujeres son unas guarras que montan a caballo para rozarse la pepitilla con la silla: Quelle classe, mon vieux!).

Evidentemente, el señor Depardieu lo niega todo y ya ha puesto a sus abogados a intentar sacarle las castañas (o los huevos) del fuego. No está en el peor país del mundo para lograrlo, pues es sabida la tolerancia gala hacia las glorias nacionales (así ha descrito Macron al actor), que incluyó a un célebre filósofo que asesinó a su mujer. ¿Se puede ser al mismo tiempo una gloria nacional y un súper cerdo? En cualquier caso, estamos ante la prueba viviente de que hay gente que no cambia nunca. Como él mismo ha explicado, Depardieu fue un delincuente juvenil y eso que los franceses definen como un voyou. El cine lo salvó, ha dicho, cuando iba camino de la perdición. Pero parece que hay costumbres que no se pierden nunca cuando has empezado abriéndote camino por la vida a bofetadas y tratando a las mujeres a patadas. Y que hasta un pijo como Macron está dispuesto a perdonártelo todo por la Grandeur de la France.