Juan Luis Cebrián
El último disidente
Nunca creí que llegaría a leer con fruición los artículos de Juan Luis Cebrián (Madrid, 1944) en el diario El País, que él mismo fundó en 1976 y dirigió hasta 1988, cuando se convirtió en mandamás de la empresa que contribuiría a desguazar con su particular dominio de la economía, aplicado especialmente al negocio audiovisual: admiro, eso sí, su habilidad para seguirse lucrando a costa de la compañía que tanto había contribuido a hundir, una hazaña que, en el universo corporativo del capitalismo occidental, no está al alcance de cualquiera. Me gustaría hablarles de sus cualidades humanas, si es que las tiene, pero lo cierto es que no lo conozco (a no ser que se pueda conocer a alguien durante los diez minutos de conversación que me concedió en 1987 cuando me incorporé a la redacción del semanario El Globo, un desastre del que dimití cuando me di cuenta de dónde me había metido).
Tampoco sé qué decir del Cebrián novelista, pues me rendí a las cuarenta páginas de la lectura de su primera novela, La rusa, y no perseveré en el consumo de su producción literaria. Solo sé que fue muy amigo de Felipe González y que, durante una larga temporada, El País y el PSOE vivieron vidas paralelas. Pasada su época como gran referente del periodismo democrático español e icono de la Transición, Cebrián pareció instalarse en una cómoda posición de patricio desde la que podía seguir opinando, ejerciendo una cierta autoridad moral y ganando dinero a espuertas, todo ello sin dejar de tratarse con gente importante y de asistir a foros internacionales de variado pelaje (se comenta que forma parte del Club Bilderberg, conspicua asociación de masters of the universe, que diría Tom Wolfe). En cuanto a su pertenencia a la Real Academia de la Lengua Española, le acompaño en el sentimiento: dudo que haya cosas más aburridas que asistir a las reuniones de tan imprescindible institución, en las que cualquier persona normal se quedaría sopas en cuestión de minutos.
En cualquier caso, yo lo daba ya por amortizado cuando, de repente, se convirtió en el máximo debelador de Pedro Sánchez, un sujeto que, como a tantos otros (yo incluido), es evidente que le saca de quicio. Del interior del viejo capitalista surgió el joven socialdemócrata que se hacía cruces ante el arribismo y la jeta prodigiosa del señor Sánchez, al que se propuso combatir justo cuando el diario que fundó a mediados de los 70 se convertía en el boletín del club de fans de este sujeto más que discutible. De unas pocas semanas a esta parte, El País parece haber sufrido un ataque de vergüenza torera y permite la publicación de textos de otros detractores del sanchismo (Fernando Vallespín, Daniel Gascón, Sergio del Molino…), pero hubo un tiempo en el que la única voz discordante en un coro de sicofantes era la de Juan Luis Cebrián, al que se le notaba rejuvenecido al ejercer de disidente implacable del régimen en proceso de instauración creado por el señor Sánchez. Fue entonces cuando empecé a no perderme ni uno solo de sus artículos. Contra todo pronóstico, Cebrián me representaba (y ya es triste que te represente alguien que te entierra en dinero, pero menos da una piedra). Y yo diría que para cualquier socialdemócrata deprimido ante la evolución del PSOE en particular y de la izquierda en general, las columnas del millonetis eran como una especie de bálsamo con el que contrarrestar los muchos artículos redactados por pelotilleros del régimen (ya fuese por convicción o por interés). Para mí, esos recientes textos de Juan Luis Cebrián lo redimen de alguna manera de esa actitud usualmente sobrada y con un ojo en la taquilla que lo había distinguido hasta la fecha.
Puede que abusara un poco de su poder, pues hacían falta muchas narices para echarlo del diario que él mismo fundó, pero, en cualquier caso, yo creo que usó bien ese poder, que es el único lenguaje que deben entender los actuales responsables de El País, tan necesitados de la ayuda institucional para sobrevivir en el proceloso mundo de la prensa de papel. Otros no tuvieron tanta suerte, como puede verse en el caso de los que han ido siendo arrinconados o directamente despedidos (para alegría del periódico digital The Objective, que los va recogiendo a todos y fabricándose una sección de opinión que no está nada mal). Aunque ahora, insisto, parece que El País se ha dado cuenta de que no le conviene el overbooking de lamebotas de Sánchez, hay que reconocer que el pionero de la disidencia y último punk del diario independiente de la mañana fue su fundador, Juan Luis Cebrián. Como en el caso de Pedro Navaja, la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida, ay, Dios...