Jorge Semprún
Cuando la izquierda importaba
Celebramos (algunos) el centenario del nacimiento de Jorge Semprún (Madrid, 1923 – París, 2011), uno de los más dignos representantes de la izquierda de toda la vida, mientras asistimos a las broncas, tanganas, dimes y diretes de diferentes especímenes de la NII (Nueva Izquierda Imbécil) para pillar cacho (o sea, ministerios, en el nuevo gobierno de Pedro Sánchez). No hace falta decirlo, pero Jorge Semprún no tiene nada que ver con Pablo Iglesias, Yolanda Díaz, Ada Colau o cualquier otro miembro de la NII, que es a la izquierda tal como la conocíamos una especie de parodia grotesca que solo sirve para el avance y la consolidación de la derecha y de la extrema derecha. Semprún fue un político honesto, un intelectual riguroso y, sobre todo, una persona decente (o eso creo, pues no llegué a conocerlo), virtudes que no detecto por ningún lado entre los integrantes de la NII.
Nieto del político conservador Antonio Maura (cinco veces presidente del gobierno con Alfonso XIII), el muchacho salió de izquierdas y aprovechó el exilio familiar en Francia para estudiar filosofía en la Sorbona de París a partir de 1941. Dos años después, tras ingresar en la Resistencia anti nazi, acabó en el campo de concentración de Buchenwald, donde se tiró dos años. Entre 1945 y 1952 trabajó para la Unesco, y este mismo año se dio de alta en el PCE (Partido Comunista de España), de donde fue expulsado en 1965, tras formar parte del Comité Central, por la funesta manía de pensar por su cuenta. Escribió un montón de libros y de guiones cinematográficos para directores como Alain Resnais, Costa-Gavras, Pierre Granier-Deferre o el español Mario Camus. Amigo de Yves Montand (del que redactó su biografía), compartió con él ese arte de llevar gabardina del que habló Sergi Pàmies en el relato homónimo, donde fantaseaba sobre la posibilidad de no ser hijo de Gregorio López Raimundo –al que chinchaba en los almuerzos familiares, tildándolo de estalinista-, sino de Teresa Pàmies y Semprún (aunque la gabardina le quedara considerablemente peor).
Jorge Semprún fue el ministro de cultura español entre 1988 y 1991, aunque su (posible) labor se vio convenientemente torpedeada por el vicepresidente del Gobierno, Alfonso Guerra, un genuino intelectual, como demuestran su amor por Gustav Mahler y Antonio Machado y su ejemplar dirección de un grupo de teatro de aficionados en su Sevilla natal. Viendo cómo lo trataban en una de sus patrias, se volvió a la otra, donde acabó muriendo. No sé qué pensaría de los sujetos que hoy día se consideran de izquierdas en la España política, pero algo me dice que tal vez se esté removiendo en su tumba, que es lo que yo haría en su lugar.
El año 2023 está tocando a su fin y no veo que nos estemos matando en cuanto a homenajes al glorioso difunto. La derechona nunca le apreció y a lo que hoy se supone que es la izquierda progresista no le conviene mucho recordarlo, pues es una especie de espejo que debe devolverle una imagen siniestra de sí misma. Aunque también es posible que los representantes de la NII lo consideren un rancio que, en el fondo, no dejaba de ser un poquito facha.