El presidente del Gobierno y secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, durante el Congreso del Partido Socialista Europeo

El presidente del Gobierno y secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, durante el Congreso del Partido Socialista Europeo EP

Examen a los protagonistas

Pedro Sánchez

19 noviembre, 2023 00:01

Por su conciencia y honor

Cuando escuché a Pedro Sánchez (Madrid, 1972) prometer el cargo de presidente del gobierno español por su conciencia y honor (bajo la mirada severa y contrariada del rey Felipe VI, que parecía haberse vestido para un funeral), consideré la posibilidad de indignarme (de nuevo) ante la desfachatez del sujeto, pues me parecía evidente que la conciencia y el honor son dos virtudes de las que carece o que, como casi todo, ha entendido a su manera, que es siempre la que más le conviene, pero acabé optando, yo creo que involuntariamente, por soltar una carcajada. ¿Conciencia y honor, Pedro? ¿Pero qué estás diciendo, hombre de Dios? ¿Tú sabes de lo que estás hablando?

No descarto que el señor Sánchez crea disponer de conciencia y de honor, pues suele haber divergencias en su cerebro entre lo que son las cosas y lo que él cree, o aparenta creer, que son. Por otra parte, lo que le pasa por la mente no siempre es lo que le sale por la boca. Ejemplo: piensa en conveniencia (la suya) y habla de convivencia (entre todos los españoles, incluyendo a los que no quieren serlo, como algunos de sus socios de investidura). Pensándolo bien, lo de la conciencia y el honor solo era el broche de oro a la actitud desfachatada que lleva manteniendo desde que le dio por agarrarse al sillón con la excusa, no muy creíble, de que había pararle los pies al fascismo a cualquier precio. Con tal intención, se sacó de la manga una amnistía, que había negado hasta entonces, para los golpistas catalanes encabezados por Carles Puigdemont e hizo mutar a éste de fugitivo de la justicia en interlocutor válido y progresista, desautorizando a jueces y a policías, poniéndole guardaespaldas en Flandes en previsión de un posible magnicidio y, en suma, reviviendo su maltrecho cuerpo político, que empezaba a parecerse mucho a un cadáver. Supongo que todo eso también lo hizo por su conciencia y su honor. Y por España, claro.

Dotado de una resiliencia digna de las cucarachas de la cocina de un apartamento del Bronx, Pedro Sánchez ha contado para conservar el poder con una baza inestimable: una oposición que parece que Dios le ha venido a ver y gracias a la cual yo mismo le voté en una ocasión (la siguiente, cuando me daban a elegir entre un trilero como él y un muermo como Núñez Feijoo, opté por la abstención). Tenemos una derecha que da pena, una extrema derecha que da grima y no hay alternativas al bipartidismo. Te obligan a elegir entre un supuesto progresista y un rancio, unidos ambos en la costumbre de frecuentar malas compañías. Si no soportas a Sánchez, te tildan de facha o de hacerle el juego a la derecha. Si no le ves la gracia a Feijoo, te acusan de contribuir a la destrucción de España. Te pongas como te pongas, eres el que recibe las bofetadas. Te revienta la amnistía, pero también te sacan de quicio los energúmenos que se concentran ante la sede del PSOE en Madrid para rezar el rosario o blandir muñecas hinchables (por no hablar de la actitud chulesca de Ortega Smith con los antidisturbios, a los que pegó un chorreo histórico la otra noche que permitió, eso sí, un breve y sustancioso diálogo entre el señor de Vox y un madero: "¿Tú siempre tienes la misma cara de mala hostia?", preguntó el de Vox. "La misma que usted, caballero", repuso el madero).

Aún no se ha formado gobierno y ya ha empezado el sindiós con el episodio del presunto ministro de Podemos que se ha quedado sin cargo por estar demasiado a buenas con Yolanda Díaz. El cristo continuará con las maniobras chantajistas de los nacionalistas vascos y catalanes, la presión de la derecha y de la extrema derecha, la respuesta judicial a las ideacas del señor presidente, el cabreo de policías y guardias civiles y la disidencia interna, que haberla, hayla. Pero todo eso, a nuestro héroe parece traerle sin cuidado, pues lo importante, que era mantenerse atornillado al sillón a cualquier precio, ya lo ha logrado. No le arriendo la ganancia (ni a él ni a su partido), pero si así es feliz...

La verdad es que se le veía muy feliz prometiendo el cargo. Por su conciencia y honor. Y por el progresismo y la convivencia, claro. ¡Y sin que se le escapara la risa!